mesa de café

Máxima, Boudou y las monarquías

Remo Erdosain

José y Abel miran la televisión. En la pantalla pasan las alternativas de la coronación (abdicación dicen los que saben) de Guillermo y Máxima de Holanda. Marcial sonríe, parece que está a punto de decirles algo pero por alguna razón difícil de determinar prefiere hacer silencio, aunque la sonrisa burlona se mantiene en sus labios.

-¡Grande Argentina! -exclama José-, tenemos un Papa, lo tenemos a Messi y ahora una reina, una reina argentina...¡grande Argentina!

Marcial me dice en voz baja que José contempla la existencia con la mentalidad de un hincha de fútbol, todo es pasión primaria, todo es blanco y negro, se gana o se pierde, se festeja o se llora.

-Habría que recordarle -digo- cuando en 1978 él y sus amigos gritaban en la calle “El que no salta es un holandés”.

-Buen momento para recordar aquella consigna -consiente Marcial- sobre todo porque es muy probable que la señora que acaba de ser coronada reina haya hecho lo mismo, atendiendo a las responsabilidades políticas de su señor padre.

-Son lo que se dice, los pequeños desquites de la historia.

-A ver si dejan de sacar el cuero y se suman a la fiesta -enfatiza José.

-Sin duda que verlo a Boudou y a la señora de Alperovich alternando con la nobleza es una gran satisfacción estética y una fiesta del buen gusto y la ética -responde Marcial.

-El compañero Boudou está representando a la Argentina -puntualiza José.

-Ése es el problema -exclama Marcial- que nos está representando. Si hubiera ido por su cuenta no habría ningún problema, pero va en nombre nuestro y con la plata nuestra.

-A mí me extraña -agrega José- que un liberal como vos desconozca el respeto que merece una investidura política. De Boudou persona pueden decir lo que quieran, pero de Boudou vicepresidente hay que respetar la institución.

-Respetala vos, si es que tenés estómago para eso -contesta Abel, que también ha dejado de ver la televisión.

-Yo respeto las instituciones -aclara Marcial- pero el primero que la debe respetar es quien la ejerce. ¿O alguien cree por ventura que Boudou respeta algo?

-No sé si respeta, pero representa al pueblo argentino en Holanda, y eso a mí me basta y me sobra.

-Decididamente, a mí no me representa, ni él ni los patanes que lo acompañan -resalta Marcial.

-Yo creo que a lo que vos te molesta es que el señor Zorreguieta no pueda estar en el casamiento de su hija.

-Me da lo mismo -reacciona Marcial-, pero ya que sacaste el tema, te voy a decir una cosa: no deja de ser una ironía de la política que un señor como Zorreguieta, que apenas fue un secretario civil de un ministerio en tiempos del Proceso, no haya podido asistir al casamiento ni a la coronación de la hija, mientras que un aventurero social, un clásico trepador como Boudou pueda ir y, además, en representación de la Argentina.

-O sea que hay que defender a los funcionarios de la dictadura.

-Ni una cosa ni la otra. No lo voy a defender a Zorreguieta, pero lo que te puedo decir es que en lo personal se trata de un hombre correcto, un conservador al que nadie personalmente le puede hacer un reproche.

-Salvo el de haber sido funcionario de la dictadura -ironiza José.

-Y al error lo está pagando -digo- pero sin desconocer las diferencias existentes entre lo que se es y lo que se representa, lo que digo es que a la hora de comprar un auto usado, a Zorreguieta se lo compro, mientras que a Boudou no le compro ni una bicicleta.

-De todos modos -interviene Abel-, a mí me llama la atención que los holandeses sean tan puntillosos con el tema de la complicidad con los militares y en su momento no hayan sido tan exigentes con el marido de la reina Beatriz que fue colaborador de los nazis, que se puso el uniforme de los nazis y que pensaba que la aventura del Tercer Reich era la experiencia más fascinante que podía vivir la humanidad.

-Te recuerdo que la exigencia de no integrar en la corte real a funcionarios o familiares comprometidos con regímenes despóticos no lo sacó la reina, sino el parlamento holandés...

-Hubieran sido más celosos de la libertad cuando los nazis ocuparon Holanda y la gran mayoría del pueblo no tuvo ningún complejo en colaborar con la Gestapo y delatar a los judíos. Cualquier aclaración al respecto, recomiendo leer el “Diario de Ana Frank” -señalo.

-Según cifras confiables -dice Abel- la fiesta real costó unos catorce millones de euros.

-Pero el pueblo lo paga con gusto -responde José.

-Qué otra alternativa le queda -suspira Abel.

-Lo desmesurado es que el presupuesto anual de la monarquía -digo- es de alrededor de cuarenta millones de euros.

-Si el pueblo lo apoya -insiste José.

Marcial lo mira y mueve la cabeza con aire resignado. Después le dice: -No me extraña que estés fascinado con Máxima; es como que estás preparado afectivamente para rendirle honores a la reina y para aceptar no la monarquía constitucional sino la monarquía absoluta.

-No te entiendo.

-Adoraste e Evita, a Isabel, ahora a Cristina, no sólo adorás a reinas sino que necesitás de esas reinas, las necesitás para vivir... y no te culpo...es una manera de entender la vida y de relacionarse con la gente.

-Cómo no va estar contento con Máxima -digo- si su ídolo local se llama Máximo y tiene su palacio en El Calafate. Máxima en Holanda, Máximo en la Argentina, con todos los atributos de un príncipe heredero: no trabaja, no estudia, no se le entiende lo que dice, se aburre y es aburrido...un príncipe perfecto.

-Sigo sin entender adónde quieren llegar.

-Que yo como liberal me siento un ciudadano, mientras que vos como populista sos un súbdito, cuando no un vasallo.

-Nosotros no somos súbditos, somos leales, que no es lo mismo.

-Me gustaría saber -digo- cuál es la diferencia que vos establecés entre leales y súbditos.

José está por contestar, pero el que interviene es Abel: -Yo no me trago el cuento de la reina, pero no me desagrada que una argentina sea reina de Holanda.

-A mí me da lo mismo -exclama Marcial- yo soy conservador, pero republicano y espero no tener que estar pidiendo disculpas por defender mi condición de republicano. Yo puedo entender todo, pero en el siglo XXI me parece que la existencia de la monarquía, de la nobleza y de personas que dicen que tienen sangre azul es un disparate anacrónico, un disparate que sale caro para el contribuyente.

-Tenes razón -le digo- pero en Europa las monarquías existen.

-Allá ellos, seguramente sabrán lo que hacen, pero no me pidan que los aplauda o los envidie o, peor aún, que festeje las ilusiones populistas de nuestros monárquicos. A Máxima la soporto a miles de kilómetros de distancia, incluso la puedo aceptar como reina, pero a Máxima, no a Cristina.

-No comparto -concluye José

MESADECAFE.tif