Tribuna política

suicidio de las democracias

Dr. Carlos Rodríguez Mansilla

Luego de haber tomado el poder por la vía revolucionaria (es decir violenta) en Rusia, Vladimir Ilich Uliánov, alias “Lenin” en su prontuario, decía: “No me importa lo que quiera el pueblo. Se hará lo que manda el Partido”. Se refiere al Partido Comunista, claro está.

Una década después, los nazis alemanes cantarían un himno dedicado al Partido: Die Partei. Al Partido Nazi, por cierto.

Tras embalsamar el cadáver de Lenin, se apodera de la Unión Soviética Iosif Vissaronovich Dzhugashvili, alias “Stalin” en su prontuario policial. Condenado, entre otros delitos, por rufianería. Supera a su antecesor en todo. Obsesionado por la manía de “limpiar” y la idea de “limpieza”, comienza a depurar el cuerpo de la URSS con sucesivas “purgas”, que continuarán hasta la muerte del “Padrecito” en 1953.

Comienza por eliminar físicamente a la “vieja guardia” que hizo la Revolución de Octubre de 1917 y que colaboró con Lenin en el primer gobierno bolchevique. Trotsky, que fue el jefe del Ejército Rojo revolucionario, huye, pero Stalin lo encuentra en Méjico y uno de sus sicarios lo asesina.

Una nueva camada de dirigentes stalinistas reemplaza a la burocracia leninista. Stalin controla. Todo lo ve. Todo lo oye. A sus ministros les pregunta: “¿Hablaste de Stalin? Debes hablar de Stalin. No importa si no hablas de economía o de producción. Pero si no hablas de Stalin es grave. Es que no te acuerdas de Stalin...”.

Hitler llega al poder en 1933 y elimina a las SA (Sturm Abteilung), verdaderas tropas de asalto urbanas, formadas por veteranos de la primera guerra mundial, sobre las que él construyó su accionar político. Todos sus jefes, con Ernst Röhm a la cabeza, son fusilados en la llamada “Noche de los Cuchillos Largos”. Al enterarse de la noticia, impactado y perplejo, Mussolini dice a su yerno el Conde Ciano: “¡Este hombre está loco! Es como si yo asesinara a mis viejos camaradas de la primera hora...”.

“Todo el poder a los soviets”

Uno de los lemas revolucionarios de los bolcheviques había sido : “¡Todo el poder a los soviets!”. Hablaban de establecer un sistema socialista colectivista del modo de producción, con un único patrón (el estado soviético) y gobernado por soviets, palabra rusa que significaría “asambleas de obreros”.

Entregarle todo el poder a los soviets era lograr la famosa “dictadura del proletariado”, que fue una de las metas de la revolución comunista. Pero claro, primero llega Lenin y la dictadura la ejerce él. Lo sucede Stalin y acumula cargos, títulos y honores: “Presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo”, Mariscal, “Gran Arquitecto del Comunismo”, “Brillante Genio de la Humanidad”, “Presidente del Politburó Central del PCUS”. Y la ciudad de Volvogrado pasa a llamarse “Stalingrado”. El despotismo de los zares ha sido reemplazado por la dictadura de uno solo.

En Alemania, Hitler agrega apenas un breve artículo a la Constitución de la República de Weimar: “La voluntad del Führer es la ley suprema de Alemania”. Los militares, jueces, empleados públicos, maestros y profesores juran lealtad y fidelidad al Führer, que es presidente y canciller (Jefe de Estado y Jefe de Gobierno). El Estado de Derecho y el orden jurídico de la Nación han caído, silenciosamente.

Stalin, en sucesivas purgas y planes de “limpieza” hace ejecutar a 30 millones de rusos. En Siberia, los deportados en masa sobrevivían un invierno. Hitler, con sus delirios de pureza racial, manda al Holocausto a 6 millones de judíos, a quienes acompañaron en el martirio monjas, sacerdotes y laicos católicos. Lenin y los comunistas tomaron el poder con la ayuda de la Alemania del Kaiser Guillermo II. Fue una operación de los servicios secretos de la inteligencia militar alemana, introduciendo a Lenin en Rusia con la misión de sublevar las tropas y retirarlas del frente en plena Primera Guerra Mundial. El lema, obviamente fue: “¡Paz!”. El premio fue la toma del poder.

Los nazis llegaron al gobierno por vía electoral, y recurrieron a plebiscitos. Los alemanes no escuchaban las diatribas antisemitas y anticatólicas. Sólo querían que alguien pusiera orden y diera trabajo.

La evolución de dos sistemas totalitarios como los descriptos, sirve para advertir la fragilidad de las democracias actuales en Occidente. De allí el título de estas líneas, tomado del libro de Claude Julien “El suicidio de las democracias”, escrito en 1972. El famoso periodista francés, fallecido en 2005, planteaba que las democracias occidentales están amenazadas y se están suicidando por el incumplimiento de sus promesas. Por no haber logrado los objetivos que se habían trazado: empleo, salud, educación, justicia, libertad, progreso.

Por eso, el pueblo no se reconoce en sus electos, en los que deberían ser sus representantes, surgidos ciertamente del “voto popular”. Se empieza a llegar a la decepción de las masas, cansadas ya de esperar generación tras generación lo que nunca llega.

Y si las democracias no hacen lo que los hombres esperan de ellas, sintetiza Julien, dejarán el campo libre a las aventuras totalitarias. Al inquietante planteo del ex director electo de Le Monde (cargo que nunca ejerció), podría agregársele que la defensa de un sistema de libertad pasa necesariamente por la restauración de la ley y el orden. El Estado de Derecho, construido para garantizar la dignidad de la persona humana, sus derechos, deberes y garantías, es un sistema de leyes y no de hombres. Es de orden y no de desorden.

El cumplimiento de la ley garantiza el orden necesario. Pero el cumplimiento de la ley no es otra cosa, en última ratio, que el cumplimiento de la Constitución. Que es el único ordenador legítimo. Sin orden no hay libertad posible. Y sin Constitución no hay orden. Sólo podrá rechazarse cualquier intento totalitario en Occidente sobre la base de restaurar con firmeza estos principios, muchas veces opacados por el desorden . Porque, en suma, el desempleo, la pobreza, la corrupción y la inseguridad no son otra cosa que desórdenes en el cuerpo social.