Arlt en Río de Janeiro

Por Augusto Munaro

“Aguafuertes cariocas”, de Roberto Arlt. Adriana Hidalgo Editora. Buenos Aires, 2013.

Río de Janeiro, la bella y festiva. Río, ciudad generosa en playas. Copacabana e Ipanema, santuario del Carnaval y la caipiriña. A sólo 1.600 kilómetros de Buenos Aires, la gente allí parece estar siempre feliz. ¡Es que hay cientos de actividades por disfrutar! Cuantiosos teatros, cines, locales comerciales (tan exóticos como económicos), y restaurantes que reflejan la imaginación más alegre de toda Latinoamérica. El turista internacional visita, extasiado, los dos íconos culturales por antonomasia: el Pan de Azúcar y la estatua del Cristo Redentor, que con sus brazos extendidos cobija la ciudad carioca... Pero en 1930, aún no se había inaugurado aquel imponente Jesús de Nazaret de 37 metros de altura. Paul Landowski, artífice de la hercúlea escultura, estaría aún enfrascado en las propiedades correspondientes al hormigón armado. ¿Pero por qué me detengo precisamente en 1930?, es que entonces, en abril de dicho año, Roberto Arlt, anunciaba desde las páginas del diario El Mundo, que su director Carlos Muzio Sáenz Peña, le ofreció viajar allí con el fin de escribir notas de viaje. 40 días, 40 notas. Faena que le llevaba al popular autor de Los siete locos, según nos lo confiesa en cuanto pisa suelo brasileño, nada más que treinta minutos diarios. ¿Y el resto del tiempo, se preguntarán, no sin un dejo de asombro?, pues el resto, seguramente, tomando notas, apuntes sobre cada detalle que compilaba obsesivamente: viviendo como cabal periodista que era. Ahora, gracias a la feliz iniciativa de Gustavo Pacheco, y a través de esta cuidada edición a cargo de Adriana Hidalgo Editora, el lector podrá volver a apreciar la inescrupulosa curiosidad con la que Arlt registraba a nuestros vecinos brasileños, allá lejos y hace tiempo, en los años ‘30 del siglo pasado. Un incisivo observador que supo dejar en evidencia detalles de la vida cotidiana, del ambiente, de los intereses más oscuros.

Estas Aguafuertes cariocas tienen la particularidad de ver al fundador de la novela urbana en el Río de la Plata, atravesando la mirada descriptiva para alcanzar tintes costumbristas, la reflexión lingüística, y, desde luego, la crítica social. Porque Arlt se sorprende ante la humildad del ciudadano carioca. Lo encuentra mucho más educado que el porteño, se impresiona del respeto colectivo que allí impera entre los verdes cerros y frondosas palmeras. Admira la sensualidad de las mujeres de “ojos pirotécnicos, curvas como para dedicarse a estudiar de inmediato la trigonometría”; y camina mucho, recorre incansablemente aquella ciudad ondulante, que “baja y sube”. Circula por el paseo de Beira Mar, Playa Vermella, la Avenida Río Branco con sus edificios pintados de rosa, por la rúa Carioca... También está el tranvía que lo lleva de aquí para allá, todos los días, durante horas, mientras su mirada quiere desnudarlo todo, allí, en el caluroso y sensual Río, “esa ciudad fabricada en los valles que dejan los montes entre sí”.

Sin solemnidades y acartonamientos, pronto hace explícitos sus prejuicios racistas y sexistas, revelándose a sí mismo como un sagaz “argentinófilo”. Entre secuencias narrativas y argumentativas, Arlt impone un pulso de inobjetable creatividad. Oraciones simples, sí, pero que forjan un estilo claro, conciso y transparente. De todo sucede en este pequeño gran libro. Pescadores que lo llevan a recordar La perla roja de su admirado Salgari; sus tropelías por varios hoteles; conversiones de moneda para tabular conclusiones tan certeras como insospechadas. Se hace de tiempo, inclusive, para visitar el zoológico (donde es cautivado no sólo por los leones, sino por las serpientes “finas, elásticas, venenosísimas”). Y todo lo que Roberto Arlt vive, lo escribe en su underwood que le presta la redacción del diario O Jornal, para así enviar cada nota por correo aéreo, a El Mundo. De esta valiosa experiencia (por cierto, sus primeras crónicas escritas fuera de su país), Arlt fijó su habilidad por las notas de viaje que continuó perfeccionando luego, a lo largo de su intensa carrera al recorrer España, África del Norte, Chile y el interior de la Argentina.

La última aguafuerte de la serie corresponde al jueves 29 de mayo de 1930 y en ella describe -con ese lenguaje llano y franco que lo caracterizó- su retorno en la entonces recién inaugurada línea aérea entre Río de Janeiro y Buenos Aires: diecisiete horas a bordo de un hidroavión, no sin desdeñar sus demasiadas escalas. Su estadía de dos meses había llegado a su fin.