De domingo a domingo

Mientras cae la economía y no deja de hablarse de corrupción

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El jueves pasado, en Lomas de Zamora, la exaltación y ataques de la presidenta Cristina Fernández expresaron claramente la situación dramática del “modelo”. La acompañó un Daniel Scioli demudado por las culpas que le endilgaron.

Foto: DyN

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

El grado de soledad política que demostró estar viviendo por estas horas Cristina Fernández le dio un tono patético a su exaltado discurso del último jueves. Sus gestos, sus tonos, sus miradas y toda su bronca vociferada por sentirse incomprendida la dejaron sobre el escenario desnuda de toda desnudez.

Daniel Scioli estaba en primera línea y se llevó todos los cachetazos, pero no sólo el gobernador bonaerense es quien hoy “no aguanta los trapos” del actual cristinismo, tal como ha dicho la nueva jefa de la bancada kirchnerista en Diputados, Juliana Di Tullio, ya que son muchos los políticos y hasta los gobernadores que empiezan a mirar para otro lado.

O bien porque calculó al milímetro el paso que iba a dar o quizás porque se fue de boca, el grado de arrojo y dramatismo que mostró la presidenta esa tarde-noche para clamar ayuda ante lo que considera que son ataques de la oposición y los medios por los hechos que salieron a la luz a partir del caso Lázaro Báez en Santa Cruz, que aluden por inevitable cercanía al ex presidente Néstor Kirchner, le otorga a ese discurso características de bisagra.

El modelo: un salvavida de plomo

En una frase, Cristina señaló: “Pese a que a mí no me defienden algunos dirigentes y que cuando dicen las cosas que dicen de mí o de mi compañero, miran para otro lado... yo no me hago más la estúpida, no crean que soy estúpida”. Y en la misma línea de adjetivación agregó: “De lo que estoy cansada es de que algunos se hagan los idiotas o me tomen a mí por idiota”. Mientras la cara de Scioli se desencajaba segundo a segundo y la TV oficial no paraba de mostrarlo, en este punto, la presidenta la emprendió contra aquellos que dicen “palabras de ocasión” como algo “fácil y cómodo” para “quedar bien con todos y tener un millón de amigos”, a quienes nunca la prensa les “pega”.

En cuanto a las ingratitudes que se empeñó en facturar, como “peronista de toda la vida” la presidenta no desconoce, por haber sido parte ella y su marido de volteretas históricas, que la dirigencia del peronismo o se corrió o se va a correr de su influjo en la medida que se siga verificando el acelerado desgaste que la aqueja. Sabe muy bien que a ningún peronista le place entrar a los cementerios y que sólo acompaña a los dirigentes en desgracia hasta la puerta.

Para resistir toda esta ingrata situación e intentar una levantada que la aleje de ese crucial momento, a Cristina sólo parecen quedarle algunos incondicionales que sobreactúan para seguir medrando, mucha militancia juvenil, idealista o rentada, y agradecidos resabios de aquel 54%, que como tal ya no existe más, debido a la lealtad de mucha gente que la considera, junto a Néstor, su salvadora. Es precisamente “el pueblo” la carta más fuerte que tiene la presidenta, a la que trata de recurrir de modo directo para convencerlo sobre la necesidad de darle continuidad no a ella, en principio, sino a su proyecto político más allá de 2015, un ideal que tiene como basamento un modelo económico que es justamente hoy uno de sus salvavidas de plomo, porque está pasando por tensiones casi imposibles de remontar.

La madre de todos los desaguisados

Si ya es complicado hacer de todo ello un dogma, cuánto más es a estas alturas intentar tapar el sol con las manos en nombre de un progresismo que hace agua por los cuatro costados, con pobres cada vez más desesperanzados, con la droga en la puerta de las casas, con mafias y sicarios por las calles, con la inseguridad que le llega a todos, con la educación pública en terapia intensiva, con la Justicia penal en retroceso y con un deterioro creciente en materia de infraestructura.

En primer término, hay que considerar la inflación, la madre de todos los desaguisados, una lacra que ataca más que a nadie a los humildes y sobre el cual los argentinos parecen haber perdido la memoria.

En un rapto de realismo, de a poco el fenómeno empezó a ser reconocido por el gobierno, aunque sea mediante la puesta en marcha del arcaico y nunca efectivo procedimiento de los controles de precios, aderezado en estos tiempos de protagonismo militante, con el ruido de patrullas juveniles que por ahora serán sólo una decoración, pese a los verborrágicos anuncios presidenciales.

Luego, hay que apuntar, como correlato de la suba de los costos locales, el atraso cambiario, que le quita competitividad a las empresas. También están los subsidios que han mantenido las tarifas deprimidas, pero que a la vez dejaron sin incentivos a la inversión privada. Todo este dislate derivó en el cepo cambiario, en la trepada del dólar blue y en la ampliación de la brecha, mientras la economía se frenó y empezaron a declinar los empleos.

La presión fiscal insostenible

En tercer lugar, está el modo exacerbado en que el Estado ha comenzado a meterse con la vida de la gente, a partir de una presión impositiva que llega hasta los asalariados, junto al avasallamiento que le impuso a las empresas, más su obsesión por recuperar YPF, Aerolíneas, el manejo de las jubilaciones, capitanear todos los proyectos de infraestructura y reducir el peso del sector privado.

En este capítulo de las libertades ha sido casi lógico que los medios que no siguen los designios gubernamentales hayan sido catalogados como enemigos a vencer y, por lo tanto, dignos de ser silenciados, mientras que se consideró a la Justicia, que trata de cumplir su rol constitucional de equilibrio, como merecedora de una reforma correctiva para que no entorpezca.

Ciertamente, los medios y la Justicia independiente han sido dos escollos muy bravos para el cristinismo en estos años, a partir del remedio de las cautelares con que los jueces han parado los avances del Estado. El odio que ha generado en la presidenta la situación la llevó a tratar de desmembrar al Poder Judicial con una ley que propone atar el nombramiento y la remoción de jueces al mundo de la política, orquestado con la instauración de mayorías simples en el Consejo de la Magistratura y con otra ley que prácticamente reduce los amparos a la nada.

En los últimos dos días, ya los jueces han empezado a declarar la inconstitucionalidad de estos avances gubernamentales y será la Corte Suprema la que deberá decir en las próximas semanas si lo que aprobaron las mayorías del oficialismo en el Congreso es viable.

Para ganar votos en Santa Fe

En tanto, existe un relato oficial que no considera ninguno de estos hechos y que no se preocupa por la inseguridad jurídica ni por la falta de un ambiente propicio para los negocios ya que, en general, como dice exactamente lo contrario, ayuda a exacerbar el problema y a planchar la economía.

Justamente, la actual debilidad del ciclo económico es la que puso sobre la mesa el otro gran escollo que retroalimenta el desgaste presidencial: las denuncias de corrupción, que siempre son menos efectivas cuando la economía está en auge. Esta combinación resultó letal para la imagen presidencial en los últimos meses, aunque del análisis no pueden excluirse de ninguna manera las formas elegidas por los Kirchner para llevar a cabo la supuesta epopeya de la década, plenas de imposiciones, de avances contra la institucionalidad y de un sectarismo muy agudo que anuló el diálogo y que le ha impedido ver a la presidenta que el país, como a ella le gusta decir, es para “todos”.

¿Cómo revertir la caída, cómo transferirle a la gente más fuerza para que convenza a los dirigentes que hoy no la defienden, que aún hay Cristina para rato? No con este modelo, ciertamente, si sus defectos estructurales son, como parecen ser, los culpables del derrape. Por ahora, ella intentó una salida clásica haciendo un módico cambio de gabinete, más orientado a la ganancia de votos en Santa Fe que realizado por una cuestión de fondo.

Probablemente, la jugada que le queda es intentar un giro drástico en lo económico que termine con los defectos del modelo, con todo el costo político que ello representaría, para intentar mejorar el clima. Con ello, se desvanecería algo la sensación de corrupción, podría repuntar la imagen y quedaría mejor posicionada para encarar el último tramo de su gobierno. Parece muy difícil para la personalidad de la presidenta encarar tamaño cambio, pero si no lo intenta al menos, corre el riesgo de perder inclusive el favor de aquellos que aún le agradecen a ella y a Néstor haberles devuelto la esperanza.