Hacia quién sabe dónde

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Por Julio Anselmi

“En la lengua de tu padre”, de Elisa Molina. Ediciones del Copista. Colección Fénix. Córdoba, 2012.

“Y mi corazón se sobresalta / al pensar cómo en el mundo / todo pasa y apenas deja, / si deja, huella. Ya está, / se fue el día de fiesta y ahora / llega un día de nada, y así el tiempo / arrastra cualquier cosa”, canta Giacomo Leopardi, antes de comenzar con un Ubi Sunt en el que se pregunta por el destino del gran imperio de Roma y el grito de nuestros héroes. Y concluye: “Ahora / en su paz y silencio y quietud / el mundo rechaza toda memoria”.

Éste es también el tema principal que recorre el notable nuevo poemario de Elisa Molina, En la lengua de tu padre. Pasan nuestras miserias, pasan asimismo nuestros días marcados con piedra blanca y no quedan marcas, ni siquiera cicatrices. Apenas, quizás, una planta nueva de violetas, una frágil raíz venida quién sabe de dónde, que en su alteración del pasado confirma por contraste que no todo se pierde.

Nos queda el consuelo que contiene la contemplación de lo ajeno a lo humano: el silencio y la pura luz (que son lo pleno, no un vacío), la calma que vuelve a la orilla cuando se alejan los animales sedientos y termina la convulsa agonía de un insecto, cuando se aquietan los guijarros del fondo y cruza la sombra “de una bandada de patos / hacia quién sabe dónde...”.

Cada día madruga a una lenta, lenta despedida. Despertamos para partir. Pero, bien visto, todo sueño se revela menos perfecto que el paisaje al que negábamos.