mesa de café

Kafka y los gorilas

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Remo Erdosain

Marcial sostiene que el otoño es la estación más linda de Santa Fe.

—El sol, la temperatura, la luz que cae del cielo, todo se complota para la belleza.

—Te viniste poético— comenta Abel.

—Lo prefiero poético y no gorila— observa José.

—Ya te dije que alguna vez me tenés que explicar qué quiere decir gorila.

—Es muy sencillo, gorilas son los antiperonistas.

—Sin embargo -acoto- he escuchado a algunos peronistas acusar de gorilas a otros peronistas.

—Son los traidores -observa José.

—Y también los infiltrados -señala Abel.

—Hay muchos más gorilas. Alguna vez, un amigo peronista intentó demostrarme por qué Kafka era gorila -menciono.

—Pero si era checo y murió antes de que existiera el peronismo.

—No importa, esos son detalles menores. El gorilismo y su progenitor intelectual, el peronismo, existen desde los tiempos de Adán y Eva.

—¿No serán Juan Domingo y Eva? -dice Marcial con una sonrisa burlona.

José está por contestar, pero el que interviene es Abel, interesado en saber por qué Kafka era gorila.

—Porque era muy reservado, no le gustaban los deportes populares, leía libros difíciles, lo que escribía sólo lo entendía una minoría. y, el hecho más relevante, la acusación más contundente: era judío.

—Con todos estos atributos -puntualiza Marcial guiñándome el ojo- está claro que Kafka era un gorila de pelo en pecho, un entusiasta aspirante a comando civil.

—Que yo sepa -reacciona José- Timerman es judío y es peronista.

—Es verdad, como es verdad que los peronistas tiene en sus filas al judío que se merecen -enfatiza Marcial.

—¿Ahora quién es el antisemita? pregunta José con tono acusador.

—Yo, por lo menos no -se defiende Marcial- no fui yo el que le abrió las puertas a los nazis para que se refugiaran en la Argentina y el que considera un exquisito aporte intelectual a las ciencias sociales el concepto de sinarquía internacional que junta a los comunistas y a los judíos como responsables de los males del mundo.

—¿Al mejor estilo de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”?

—Al mejor estilo.

—Dejemos este tema que no nos lleva a ningún lado -interviene Abel- ¿qué me cuentan del cambio de ministros del gobierno nacional?

—Que es un cambio de figuritas -digo- las mismas figuritas pegadas en diferentes casilleros.

—A mí lo que me llama la atención -apunta Marcial- son los atributos que se arroga la política.

—¿No podés explicarte mejor? dice José.

—Como no. Para ingresar de cadete a un almacén te piden antecedentes y recomendaciones que le permitan al patrón considerar que el empleado que contrata está medianamente capacitado para desempeñarse en su tarea. En cualquier actividad de la sociedad civil se exigen antecedentes, presentación de una currícula básica, porque nadie quiere arriesgar en su empresa, oficina o negocio contratar a un empleado que no esté medianamente preparado.

—¿Y eso qué tiene que ver con la política?, pregunta José.

—Tiene que ver con que en el mundo político este requisito básico no se cumple. Berni o Rossi o cualquiera ocupan un cargo hoy, mañana otro y lo único seguro es que del ejercicio de esas funciones no saben nada. La imagen que yo tengo es que en estos días Rossi, por ejemplo, se puso a leer libros sobre defensa, teoría militar, seguridad, temas sobre los cuales sabe tanto como yo de física cuántica, es decir, nada. Conclusión, no deja de ser paradójico que para cargos cuyo ejercicio involucra a cientos de miles de personas, las exigencias para ocuparlo tengan que ver con la lealtad política o la obsecuencia y no con el conocimiento.

—A veces -digo- es peor, se usan esos cargos para pagar favores internos.

—En todos los casos -asevera Marcial- lo que menos importa es la capacitación.

—Es como si mañana- compara Abel- decidieran aplicar estos criterios para manejar aviones. Y es así como nos enteraríamos casi a punto de despegar que el piloto a cargo de la nave está leyendo un manual de vuelo. O como si descubriéramos que el médico que nos va a operar aprovecha la luz del quirófano para leer a las apuradas un manual de primeros auxilios para salir del paso.

—Lo que yo me pregunto -insiste Marcial- es por qué un tipo con capacidad para manejar un padrón o juntar votos o hablar lindo en una tribuna está capacitado para dirigir temas delicados de la seguridad nacional o la creación de riquezas.

—¿Y qué respuesta encontraste a esa pregunta ? inquiere José.

—Hasta ahora ninguna.

—La política es así -dice Abel.

—Yo pienso lo contrario -corrige Marcial-, la política no debería ser así.

—Pero si la política fuera como vos decís, lo que terminaría constituyéndose sería la dictadura de los técnicos; y la democracia y las elecciones y la política como tal serían innecesarias. Todo se reduciría a convocar a un concurso para ocupar los cargos y a otra cosa mariposa -subrayo.

—A lo mejor ése sea el futuro -responde Marcial con tono misterioso-, pero de lo que estoy seguro es que la política no puede ser el reino de la mediocridad, la improvisación y la avivada.

—Convengamos que en la vida real no es así -digo- o por lo menos no es tan así. Hay muchos políticos mediocres y ventajeros, pero hay muchos que son muy inteligentes. Lo que ocurre es que su tarea es la conducción, la representación de intereses sociales y culturales, la creación de valores simbólicos y no la resolución técnica de problemas. Para eso están los técnicos que pueden ser muy buenos y eficientes en lo suyo, pero no tienen la menor idea de cómo manejar o gestionar relaciones de poder.

—Los políticos a veces tampoco la tienen -acentúa José.

—Algunos, otros sí.

Convengamos, por ejemplo -dice José- que Barletta no estuvo muy brillante cuando lo calificó a Dante Caputo de “conchudo”.

—Barletta -dice Abel guiñando el ojo- es un exquisito del lenguaje, un nostálgico del idioma español clásico, el español de los tiempos del Cid y el Quijote y usó una expresión que el vulgo interpretó de manera grosera.

—Ustedes lo toman para la joda porque les conviene -contesta José- pero convengamos que no es ése el lenguaje de un presidente de un partido que se dice democrático y, además, un político cuyo antecedente es haber sido rector de una universidad. El Cid o el Quijote usaban las palabras que se entendían en España. Digo esto porque “conchudo” en la Argentina es una grosería y, además, alude a tonto o a tonta, para ser más preciso. Es, si se quiere un sinónimo de “boludo”. No, no me vengan con requiebros. Barletta no es el sustituto de José Gobello en la Academia Nacional del lunfardo.

—Yo creo -digo- que Barletta tiene demasiadas virtudes como para reducir sus antecedentes a una anécdota que en el mejor de los casos no es la más brillante de su carrera y de alguna manera lo desmerece.

—Si hubiera sido un político peronista el que usa esa terminología lo tenemos a ustedes presentando una denuncia en las Naciones Unidas y en la Academia Nacional de la Lengua.

—No comparto -concluye Abel.