En Familia

Operación Anticristo

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Rubén Panotto (*)

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Hace pocos días, el Papa Francisco arremetió contra los corruptos, declarando que son “el Anticristo”, “un peligro, porque son adoradores de sí mismos, sólo piensan en ellos y consideran que no necesitan de Dios”.

Si bien la profecía bíblica describe a una persona como la encarnación del Anticristo, también menciona una serie de características de aquellos que adoptarán su perfil, aunque no lo relacionen con un poder superior, subyugante y dominante. Ricardo Gondim, escritor residente en San Pablo (Brasil), declara que el peor de los males que acosa y destruye a personas, familias, empresas y naciones, es la maledicencia, la calumnia, el chisme. Alguna dosis de verdad deberíamos atribuirle al citado autor, cuando vemos que en canales de TV, revistas y literatura de actualidad predominan y abundan productos, propuestas, mensajes donde la difamación, la sospecha y la calumnia tienen cabida. El que calumnia y maldice no queda satisfecho con sólo arruinar una reputación sino hasta aniquilar la historia misma de la persona en cuestión. El calumniador hurga en la intimidad ajena para destruir lo que él no tiene. Se alimenta de noticias estancadas, como una hiena en busca de carroña. La calumnia se nutre de situaciones que deberían permanecer en el mar del olvido. El calumniador/a no inventa, más bien agranda, apelando a su especialidad de imaginar, usando la insinuación y la sospecha: “por algo será...”. A esta altura del relato, cada cual habrá aumentado su lista de nombres a quienes les asignan este perfil. Nuestros referentes, como ciudadanos, siempre han estado entre los líderes sociales, del arte, la religión, los gobernantes, etc. No obstante, hoy la difamación y la mentira han invadido la vida y costumbres de quienes debieran ser imitados, principalmente por las nuevas generaciones. El calumniador/a es escurridizo/a, utiliza el discurso florido, grandilocuente, “épico” para solaparse de sus actos fallidos. “Divide y reinarás” es la consecuencia de los chismes desparramados, que cubren el alma mezquina del detractor. Como indica José Ingenieros, el que calumnia “busca empañar la reputación del otro para disminuir el contraste con la propia”. El calumniador/a necesita cómplices y sólo opera en grupo, con individuos de corazones diminutos, donde desparrama el virus de la noticia imprecisa y la promesa que nunca se cumple. Luego se limita a controlar que su maquinación corra sospechosa por boca de los simplones y aplaudidores insensatos. El calumniador espera la caída de quien en el fondo admira. Después de la desgracia del otro, cree que no existe nadie más por encima de él/ella.

Algunas conclusiones

La “lengua” es un fuego, muchas veces inflamado por el mismo infierno. Para acabar con alguien no hace falta más que una simple insinuación y un gesto de vacilación. La intención del maldiciente es escuchar el secreto y dejar en el aire el interrogante: “¿será, te parece que fue así?”.

El libro de los Proverbios es terminante cuando detalla las conductas que despiertan la ira de Dios: “Los ojos soberbios, la lengua mentirosa, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que trama planes perversos, los pies que corren con rapidez hacia el mal, el testigo falso que dice mentiras y el que siembra discordias entre sus hermanos”.

En tiempos difíciles para la vida de los argentinos, sus familias y descendencias, la demanda trascendente es: rechazar la mentira, proponerse vivir en la verdad, exigirnos a nosotros y a nuestros líderes conductas decentes y bienhechoras, y oponernos a todo canto de sirena que nos cautive para robar nuestros sueños, nuestra familia y sus valores universales. Si todos aportamos con nuestra honestidad, tendremos victoria sobre la Operación Anticristo.

(*) Orientador Familiar