ENTREVISTA CON EL AUTOR ALBERTO SERRUYA

Un secreto y obstinado interés por el tema de la muerte

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Alberto Serruya. Foto: Archivo El Litoral

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Estanislao Giménez Corte

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“Los Puros. Una noche de amor”, del dramaturgo santafesino Alberto Serruya, se presentará el próximo jueves 13 de junio a las 21, en la Sala Mayor del Teatro Municipal de nuestra ciudad -San Martín 2020-. La puesta será el antecedente de su gira europea. “En lo personal -dice el autor-, estoy viviendo una instancia celebratoria, ya que el espectáculo que estrenamos el año pasado ha sido invitado a la Casa Argentina en París y al Colegio Mayor Universitario de Madrid para el mes de septiembre de 2013”. Lo que sigue es un intercambio con el autor a propósito de la obra.

—Podés contarnos brevemente cómo te llegó la noticia de la muerte de Gorz y su esposa, y por qué ello te “impresionó profundamente”.

—Los últimos días del mes de septiembre del año dos mil siete, los diarios del mundo dieron cuenta de un suceso que me impresionó profundamente: el doble suicidio del escritor y filósofo André Gorz y su esposa Dorinne Keir. El doble sentido del discurso, que vela y descubre lo que enuncia, (me) inhiben de establecer cualquier relación lógico-formal que descubra atajos. No obstante, supongo que debe poder establecerse una cartografía que describa un territorio y aporte información sobre lo que aparece en ese mapa; una partitura, un registro de lo que necesita ser traducido. Si leo en la mediación que aportan esos instrumentos, encuentro: mi condición de no creyente (que es la tentación en la que incurren los agnósticos); el álbum de familia donde la educación compite con la biología; el cruce de lecturas con que la tradición de Occidente nos marca y un secreto y obstinado interés por el tema de la muerte, proporcional, seguramente, por el terror que me provoca la angustia con que resuelve el dilema de suceder del tiempo y el posterior olvido.

—Situás la escena en la última noche de ambos. En este sentido ¿cómo fue el trabajo de guión, una suerte de ejercicio de creación e imaginación a partir de informaciones preexistentes de la prensa?

—Como dijera Andrés Rivera en ocasión de presentar “El farmer”, una de sus novelas: “Antes de escribir este libro, leí 27 ensayos sobre la vida de Juan M. de Rosas, para terminar escribiendo lo mismo que pensaba antes de haberlo hecho”. Investigué algo con relación a la vida y obra de Gorz: su condición de exilado; su encuentro con Dorine en Francia; su trabajo en la mítica revista “Les Temps Modernes” junto a J.P. Sartre; su aporte filosófico en el panorama de los pensadores europeos, su decisión de recluirse en la comuna de Vosnon entregado a cuidar de su mujer, no más. Pero, parafraseando a Rivera, escribí lo mismo que pensaba hacer antes de haber obtenido toda esa información.

—En la “Carta a D.”, Gorz declara su amor a su mujer que cumple 82 años y se encuentra gravemente enferma, ¿ésta es una de las causas por las que considerás particularmente relevante esta historia de amor, esa suerte de inesperado enamoramiento de una pareja de tantos años atravesada por la enfermedad?

—Hay varias cosas que el texto quiere recuperar o, al menos, instalar sin ningún afán de arrojar certezas o “explicar” nada (¿existe algo más perjudicial al arte que la didáctica?). ¿Cuáles son los límites del amor?; ¿qué valor le asigna nuestra civilización a categorías tales como el coraje, el dolor, el apego a la vida? ¿Qué forma asume el amor en la vejez cuando la biología decanta la pasión y la transmuta en otra cosa? Quería hablar, también, de los enfermos, de los cuerpos de los enfermos que siempre están tapados en una especie de afirmación idiota de la salud y su correlato con la escuálida idea que se tiene del vitalismo y la felicidad. “No hay nada más fácil de traicionar que un enfermo. No estamos en condiciones de exigir nada y por el terror que tenemos de morir solos, aceptamos cualquier disculpa y volvemos a confiar (...) hasta que llega un día en que ya no vienen más. Un cuerpo inútil es una obscenidad. Hay que deshacerse de él o ignorarlo. Por eso, nos cubren, nos aíslan, purgan los malos olores, para no espantar a los desprevenidos”, dice Ella, uno de los personajes de la obra. Por último, poner en crisis el efecto y la influencia de la pasión en la toma de decisiones.

—¿Cuáles son las expectativas de la presentación de la obra en Madrid? ¿cómo se dio esa posibilidad?

—La obra se presentará el 13 de septiembre en el Colegio Mayor Universitario de Madrid y el 20 en la Casa Argentina de París. Supongo que como pasa acá, en Argentina, no es posible hablar de un teatro español o un teatro francés. Debe haber, como cualquier estudio del arte enseña, un cruce de estilos, poéticas, tradiciones y rupturas, como le gusta decir a Ricardo Piglia. Sumado a este panorama complejo e integrado por elementos heterogéneos, habrá distintos segmentos de públicos, ese concepto cada vez más difícil de asir y al que seguimos empeñados en llegar y conmover. Establecidos estos parámetros y a la espera de otras fechas que nos permitan aumentar el número de funciones acordadas, las expectativas son las mismas: ver cómo funciona la obra en otras latitudes, con qué ojos reciben esta pequeña muestra de teatro de Santa Fe, auscultar en el aplauso o algún encuentro posterior qué percepción les ha quedado. Instalar frente a los ojos de los espectadores esa otra instancia de lo real que sucede cuando el arte de la actuación condensa tiempo y espacio, ofrecer, en definitiva, el encuentro de presencias, el convivio o reunión social.

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La obra representa, en clave dramática, la amorosa pasión que durante más de 50 años se prodigaron el filósofo André Gorz y su mujer Dorinne Keir, la posterior enfermedad de ella, el abandono que Gorz hiciera de su vida cultural, la reclusión de ambos y su posterior doble suicidio.

Foto: ARCHIVO El Litoral

—¿Cuáles considerás que son los rasgos distintivos de esta obra?, ¿qué características o búsquedas mencionarías como las más propias de tu trabajo?

—Me parece que la obra ha recuperado la idea de un texto de importancia, un lenguaje de cierta espesura que es, por lo demás, el único que, creo, podrían sostener estos personajes. Con respecto al proyecto general tenía mis prevenciones. Lo sabía: nada más difícil que hablar de la pasión amorosa, de su prolongación más allá de la muerte. Escribir sobre el amor en tanto tópico que desarrolla en una secuencia temporal es, irremediablemente, interpelar al tiempo en términos de su materialidad. Si es verdad que el arte, como los sueños, opera por condensación, reduciendo el inventario de sus significantes a unidades mínimas de significación, era necesario elegir, seleccionar una instancia temporal por la que discurriera la acción. Nada mejor, me pareció, que recrear esa última noche, la del desenlace fatal. Imaginar una rutina previsible que tensara el desenvolvimiento de las situaciones en fuga hacia el final de una pareja enamorada.

Crear, en definitiva, un universo singular por el que desfilaran, ante los ojos de los espectadores, un cúmulo de acciones sobre el telón de fondo de la amenaza de la desaparición de sus protagonistas. Contrastar a los personajes. Demorar la ejecución de un plan -conscientemente urdido- hasta que el raciocinio sucumbiera y el instinto de supervivencia se desvanezca. Centrar el desarrollo del conflicto en las disímiles sensaciones por las que atraviesan los personajes.

Había partido de una premisa que la lectura de aquella noticia disparó: “Cuando alguien a quien se ama, enferma, uno también se enferma. Quizá eso sea el amor: una prolongación de otro cuerpo en uno”.

Sobre la puesta en escena, el espacio está delimitado por la figura de un rectángulo en el que sobresale la presencia de un artefacto teatral que hemos ideado en madera y hierro: cama/cárcel; cama/jaula y la planta de luces con sus puntos fijos y su escasa impronta cromática busca provocar fuertes contrastes entre los volúmenes.

La música, especialmente compuesta, incluye la presencia en vivo de una cantante que, deseamos, amplíe el registro y clasificación del espectáculo acercándolo a la idea de obra de arte total.

Pero todo esto no sería nada, sin el trabajo de los actores que son, sin dudas, los que eternizan el acontecimiento, el elemento más dinámico y asombroso que tiene el teatro.

—¿Qué autores podés mencionar como parte de tus influencias, de antes y de ahora? ¿En qué línea o corriente estética te inscribirías? ¿o en ninguna?

—Bueno, leo y releo a Heinner Müller, Griselda Gambaro, me duele cierto olvido que tiene, entre nosotros, la figura de Ricardo Monti. Siento, como todos, el lugar efímero y minúsculo al que nos condena Shakespeare, y después están, además, los gustos personales: Marguerite Duras, Marguerite Yourcenar; Faulkner, Salinger, Discépolo, Borges, Arlt, Piglia y Fogwill. ¿Me olvidé de Faulkner? Añadilo, por favor. Nada original, como verás. Acá en Santa Fe, Julio Beltzer ha escrito obras notables, pero a los que comienzan a estudiar teatro, me parece, nadie se los dice. Tengo 5 obras escritas, de las cuales sólo he estrenado dos. Me falta mucho para inscribirme en alguna corriente.


 

Si es verdad que el arte, como los sueños, opera por condensación, reduciendo el inventario de sus significantes a unidades mínimas de significación, era necesario elegir, seleccionar, una instancia temporal por la que discurriera la acción.


Había partido de una premisa que la lectura de aquella noticia disparó: “Cuando alguien a quien se ama, enferma, uno también se enferma. Quizá eso sea el amor: una prolongación de otro cuerpo en uno”.