Editorial

La estrategia de la confusión

  • Ante el temor de que el accionar del Poder Judicial desbarate sus esfuerzos por politizar al Consejo de la Magistratura, la presidenta redobló la embestida.

La fuerte determinación presidencial de politizar el Consejo de la Magistratura y la perspectiva de que la Justicia declare la inconstitucionalidad de la elección de sus miembros por voto popular y a través de listas elaboradas por los partidos, llevó a la presidenta de la Nación a redoblar la apuesta discursiva e incurrir en una serie de excesos que, más que conspirar contra el objetivo declarado, desnuda la verdadera naturaleza de sus pretensiones.

Mediante las acostumbradas arengas con que suele teñir los actos oficiales, y la sucesión de tuits en los que luego reitera o amplía los aforismos allí vertidos, en las últimas horas Cristina Fernández de Kirchner trajo a colación el pasado político de algunos ministros de la Corte para establecer una insólita conexidad con la elección popular de los consejeros. Así, confesó abiertamente que un vínculo de ese tipo fue el que abrió camino al actual presidente del Tribunal, cargó contra el más veterano -y no menos prestigioso- de los ministros a propósito de su edad, confundió acordadas con sentencias para atacar la permanencia de éste en su cargo más allá de los 75 años de edad, e incorporó un ingrediente insólito al análisis de los pronunciamientos judiciales con una irónica referencia a las mayorías necesarias para producirlos.

Semejante mezcla de conceptos y groseras tergiversaciones no parecen propias de alguien que tiene formación jurídica y experiencia de estadista. En todo caso, resulta más consistente entender que existe deliberación. Y la intención de obtener el respaldo o la simpatía de la opinión pública a través de la manipulación, pervirtiendo la docencia institucional que cabe a quienes ocupan cargos de responsabilidad y apostando a la supuesta ignorancia del “vulgo” sobre los vericuetos y tecnicismos propios del derecho; o a su credulidad.

Amparada en un marco conceptual que se apoya en un pretendido sentido común y se tiñe con vehementes apelaciones a la democracia popular -pero soslaya o menosprecia los preceptos fundantes de la república y la manera en que éstos conciben los imprescindibles contrapesos- y asistida por un libreto contradictorio y engañoso, la primera mandataria lleva la lógica de amigos y enemigos que guía su gestión y su concepción de la vida política al plano de las bases mismas del sistema.

En ese contexto, la calidad y honorabilidad de los miembros de la Corte oscilan, según el caso, entre la intachabilidad y el oportunismo, la independencia y el sometimiento a “otros” poderes corporativos. Y su trayectoria, normalmente brillante, queda opacada por el manoseo de intereses que intervinieron en sus respectivas designaciones; manoseo del que ni siquiera la propia presidenta se excluye, cuando hace referencia a las gestiones de senadores amigos.

Un análisis superficial de los dichos y gestos desplegados por la mandataria llevaría a considerarlos una sucesión de desatinos. Una reflexión un poco más detenida y contextualizada revela que su real naturaleza es mucho más preocupante, y que responden a una manera de entender el poder que no admite siquiera a los escrúpulos como límite.

Un análisis superficial de los dichos y gestos de la mandataria llevaría a considerarlos una sucesión de desatinos. Pero en realidad son algo más preocupante.