una mirada desde Rio de Janeiro

Brasil: el porqué de las grandes manifestaciones

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¿Qué llevó a cinco millones de brasileños a salir a las calles para manifestar de distintas maneras sus protestas? Foto: EFE

Enrique Saravia (*)

Las grandes conmociones sociales obedecen habitualmente a algunas causas generales: reacción contra regímenes despóticos o dictaduras, debilidad o falencia de la capacidad política del gobierno, desempleo, crisis económica, deficiencia crónica de los servicios públicos, violación sistemática de derechos cívicos o humanos, tentativas de sustitución de regímenes políticos. Los episodios que asombraron al Brasil y al mundo, durante la última semana, no responden a ninguno de esos motivos. La desocupación es del 5,8% y en Río de Janeiro es del 4%. La inflación existe pero no es dramática: aún está debajo de la meta anual de 6,4% fijada por el Banco Central. Hubo una evidente disminución de la pobreza y el índice de Gini demuestra una mejora en la distribución de la riqueza. Se calcula que en los últimos diez años, 35 millones de personas ascendieron a la clase media y los índices de consumo popular así lo corroboran. Las encuestas dan 71% de popularidad para la presidenta Dilma y 55% para su gobierno. El transporte urbano sufrió algún deterioro en los últimos años pero, en comparación con otros países, aún es razonable. El país se ha fortalecido internacionalmente: ya es la sexta economía del mundo, se ha transformado en un actor de peso en el escenario global y logró ser sede de eventos importantes: la Copa de Fútbol de 2014, los Juegos Olímpicos de 2016, la Jornada Mundial de la Juventud de la Iglesia Católica en 2013.

Y, no obstante, se calcula que más de cinco millones de brasileños tomaron las calles de 84 ciudades del país en torno de una vaga agenda de reivindicaciones sin, aparentemente, dirigentes u organización previa. Las redes sociales fueron instrumento suficiente para convocar a las masas. Nadie lo preveía. Ni políticos, ni intelectuales, ni periodistas, ni empresarios o sindicalistas jamás pensaron que ello podría ocurrir. Ni lo entienden ahora: proliferan los artículos, intentando explicar el fenómeno, pero ninguno convence. El ministro secretario general de la presidencia de la República fue sincero cuando afirmó que el gobierno de Dilma Rousseff aún está intentando entender las motivaciones de las protestas: “Sería mucha pretensión afirmar que comprendemos lo que está ocurriendo. Es preciso tratar de entender la complejidad de lo que está pasando. Si no somos sensibles, vamos a estar a contramano de la historia”.

Los protagonistas

Si bien el pueblo brasileño tiene fama de tranquilo y festivo, existen precedentes históricos de movimientos callejeros de este tipo. La deposición del presidente Collor de Mello en 1992, la exigencia de elecciones directas al fin del gobierno militar (1983-84), la “marcha de la familia con Dios por la libertad” que precedió el golpe militar de 1964, provocaron manifestaciones multitudinarias. Pero ninguna tuvo la magnitud y la extensión de las que ocurrieron en estos días. Ellas consiguieron, según encuestas, el 92% de apoyo de la población (excluyendo unánimemente los actos de vandalismo).

¿Quiénes eran los que ganaron las calles? El primer día de las protestas, estaba en el centro de Río y pude ver parte de la manifestación. Enorme, calcularon que ese día había más de 100.000 personas, en su casi totalidad jóvenes estudiantes y de clase media. Casi ningún obrero. Dos días después fueron 300.000, de la misma composición social. El vandalismo fue producto de pequeñísimos grupos. Al día siguiente de los hechos, numerosos estudiantes se instalaron frente a los lugares depredados con carteles que decían “Los vándalos no nos representan”.

Desgraciadamente, las imágenes transmitidas al mundo fueron las de estos actos, lo que empañó la realidad de la gesta cívica vivida.

El Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas informó a la presidencia que las protestas que sacudieron al país “van a seguir creciendo”. El informe de los militares dice que se trata de acción “espontánea”, “instantánea”, “sin agenda”, “sin líderes”. En Brasilia, el jueves, la Inteligencia identificó, en las redes sociales, treinta personas actuando como multiplicadores: en treinta minutos se movilización 500 personas se reunieron en un punto central. La Inteligencia recomendó reaccionar para evitar “depredaciones” y atención a las “infiltraciones” de delincuentes y aprovechadores.

Los motivos

¿Qué es, entonces, lo que estimuló a la gente? Desde hacía varios meses, se percibía una insatisfacción profunda producida por una serie infinita de pequeños o grandes hechos que fueron minando la tranquilidad y la paciencia de la población.

Un conocido comentarista elaboró una lista:

1. Corrupción e impunidad.

2. Violencia urbana.

3. La amenaza de retorno de la inflación.

4. La cantidad de impuestos que se paga sin que se reciba nada a cambio.

5. El bajo salario de profesores y médicos estatales.

6. El alto salario de los políticos.

7. La falta de una oposición efectiva al gobierno.

8. El descaro de los gobernantes.

9. Las escuelas y la baja calidad de la educación.

10. Los hospitales y la falta de un sistema de salud digno.

11. Las calles y rutas y la ineficiencia del transporte público.

12. La práctica del canje de votos por cargos públicos en los centros de poder y las distorsiones que ello causa.

13. El canje de votos de la población menos esclarecida por pequeñas mejoras (pagas con dinero público) que eterniza los mismos nombres en el poder.

14. Políticos condenados por la Justicia que continúan activos y en los cargos.

15. Los “mensaleiros” (protagonistas del mayor escándalo del gobierno de Lula) que fueron juzgados y condenados por el Supremo Tribunal Federal y que todavía están libres.

16. Partidos políticos que parecen cuadrillas de ladrones.

17. El precio de los estadios para la copa del mundo, la sobrefacturación y la mala calidad de las obras públicas.

18. Los medios tendenciosos y vendidos.

19. La percepción de no ser representado por los gobernantes.

Los gastos de la Copa del Mundo

Los gastos para preparar la Copa del Mundo de fútbol se elevan a 27.000 millones de dólares. Así, por ejemplo, el estadio de Brasilia costó 800 millones de dólares y pasó a ser el estadio más caro del mundo. La reforma del Maracaná costó otro tanto y ya había sido reformado para los Juegos Panamericanos de 2007. Molestó saber que, apenas terminado, fue concedido por 35 años a un consorcio formado por la empresa constructora que lo reformó, asociada a un famoso y discutido millonario nacional.

Siete de los doce estadios previstos se inauguraron la semana pasada con el comienzo de la Copa de las Confederaciones: la población vio el lujo, además de percibir que los nuevos formatos excluyen a las clases populares, siguiendo el modelo inaugurado por el estadio londinense de Wembley. Sin contar que las partidas para reforma de aeropuertos, adiestramiento del personal turístico, etc., o fueron desviados o no aparecen pues las obras están muy atrasadas.

Hay fundadas sospechas de que varios gobernadores y alguna gente de la Fifa se están llenando los bolsillos. El ex jugador Romario, hoy diputado nacional, denuncia cotidianamente los excesos. “La Fifa se llevará más de dos mil millones de dólares y nos dejará elefantes blancos”. Para agravar el cuadro, el secretario general de la Fifa, Jerome Valcke, declaró en conferencia de prensa que es más fácil, y él prefiere organizar copas en países con dictaduras porque en las democracias todo es más lento y difícil.

Los manifestantes apuntan el contraste de esos gastos con las necesidades no atendidas en materia de salud, educación e infraestructura. Hospitales con largas esperas que pueden llegar a meses, falta de médicos, auxiliares, remedios, equipamientos. Escuelas precarias con maestros esforzados y mal pagos que llevaron a que en un reciente estudio sobre calidad de la enseñanza, Brasil se ubicase en el puesto 53 entre 65 países.

El desparpajo de los políticos

El descrédito de los políticos es otra causa invocada por los manifestantes. Hay una larga lista de absurdos cometidos por el Senado y la Cámara, incluidos los salarios altísimos que se fijan. Al igual que los de los servidores del Congreso que son, en general, protegidos de los políticos. Delincuentes ya condenados fueron nombrados para los cargos principales (presidentes del Senado y de la Cámara, jefes de los grupos parlamentarios que apoyan al gobierno). Todo a pesar de los reclamos de la prensa y de la opinión pública: la ciudadanía pidió que no fueran designados en un petitorio con dos millones de firmas que fue olímpicamente ignorado por el Congreso.

Otra de las reivindicaciones es el rechazo de un proyecto de enmienda constitucional que retira del autónomo Ministerio Público la competencia de investigar actos lesivos al patrimonio público. La facultad quedaría en manos de la Policía, en la que no se confía y que está sujeta a las órdenes del poder político.

Para agravar el cuadro, la Cámara de Diputados nombró para presidir la Comisión de Derechos Humanos a un diputado pastor evangélico, declaradamente racista y homófobo, que presentó, e hizo pasar, un proyecto de ley que establece tratamiento gratuito de “cura” de la homosexualidad.

Los partidos políticos carecen de credibilidad. Varios de ellos son feudos, en muchos casos familiares. Sus funcionarios y empleados reciben excelentes salarios pagos con dinero público. El PT, partido del gobierno, se envolvió en numerosos escándalos y, peor aún, se asoció políticamente con figuras conocidas por su deshonestidad y descaro. El gobierno de Lula fue bueno en muchos aspectos, pero se le atribuye excesiva tolerancia con la corrupción y los desmanes. El prestigio popular de Dilma se debe en gran parte a sus embates iniciales contra la corrupción, virtud que hoy aparece un tanto diluida.

Resta un área no criticada que es la del Poder Judicial. Aunque llueven las críticas contra los privilegios económicos de los jueces, su lentitud y, en muchos casos, su incompetencia y falta de seriedad, el Supremo Tribunal Federal ha actuado con total seriedad, independencia y conocimiento jurídico. Juzgó y condenó, sin miramientos, a figuras importantes del gobierno y de los partidos de la coalición gobernante.

El transporte

Párrafo aparte merece el transporte, altamente criticado por los manifestantes. A una serie de fallas crónicas (atrasos, conductores mal adiestrados, bajo nivel de seguridad) se sumó, en los últimos años, el agravamiento del tránsito, lo que origina demoras y embotellamiento kilométricos.

El bienestar económico provocó un aumento de la venta de vehículos individuales (autos y motos). No obstante, el gobierno siguió incentivando la compra de vehículos y concediendo todo tipo de privilegios a la industria automovilística. No debe olvidarse que Lula comenzó su carrera y tiene su mayor respaldo en el sindicato de la industria automovilística del área metropolitana de San Pablo. Como falta infraestructura y como el transporte público es deficiente, los embotellamientos están asfixiando las ciudades y provocando sufrimientos innecesarios a los que precisan circular. En los carteles de algunos manifestantes se leía: “País desarrollado no es donde los pobres tienen auto, es donde los ricos usan transporte público”.

En síntesis

Hubo un detonador que fue la conjunción del aumento del precio de los transportes y la inauguración de los lujosos nuevos estadios de fútbol.

Pero las causas son mucho más profundas. En efecto, las mejoras sociales de los últimos veinte años crearon nuevas expectativas en un enorme contingente que hasta ese momento sólo aspiraba a satisfacer sus necesidades mínimas de sobrevivencia. Actualmente las personas no sólo quieren “pan y circo”, sino principalmente, reconocimiento de su dignidad, participación política, justicia social. La Conferencia Nacional de Obispos del Brasil, en su declaración de apoyo al movimiento, así lo sostiene:

“Nacidas de manera libre y espontánea a partir das redes sociales, las movilizaciones nos cuestionan a todos y denuncian la corrupción, la impunidad y la falta de transparencia en la gestión pública. Denuncian la violencia contra la juventud. Son, al mismo tiempo, prueba de que la solución de los problemas que atraviesa el pueblo brasileño sólo será posible con la participación de todos. La presencia del pueblo en las calles testimonia que es en la práctica de valores como la solidaridad y el servicio gratuito al prójimo que encontramos el sentido de existir. La indiferencia y el conformismo llevan a las personas, especialmente los jóvenes, a desistir de la vida y se constituyen en obstáculo de la transformación de las estructuras que hieren de muerte a la dignidad humana”.

(*) Enrique Saravia es profesor y consultor de organismos internacionales, gobiernos e instituciones públicas. Reside en Río de Janeiro. E-mail: [email protected]

 

¿Qué es, entonces, lo que estimuló a la gente? Desde hacía varios meses, se percibía una insatisfacción profunda producida por una serie infinita de pequeños o grandes hechos que fueron minando la tranquilidad y la paciencia de la población.