En Familia

Raíz de amargura

a.jpg

foto:dyn

 

Rubén Panotto (*)

[email protected]

En otras épocas, en nuestras calles santafesinas, era común encontrar gente cantando o tarareando canciones populares, y otros silbando alegremente camino al trabajo, aun en oscuras horas de la madrugada. Esta cualidad no significaba para nada que esa gente no tuviera problemas ni desconociera situaciones difíciles como cualquier mortal. La simpleza de la vida, con menos exigencias para alcanzar estatus social con perfil de ganadores, hacía que todo fuera más placentero y consistente. En ese tiempo, no existían ni se conocía la variedad de psicofármacos que hoy son de consumo masivo, para conciliar el sueño de cada día, o para enfrentar circunstancias especiales no comunes.

Así las cosas, la vida ha ido tomando nuevos rumbos y exigencias, que esfumaron el disfrute de lo simple, para pasar a las complejidades de una sociedad que se tilda de progre y evolucionada. ¿Dónde quedó la sonrisa espontánea?, ¿dónde los alegres silbadores callejeros? Esta mística ha sido fagocitada por la melancolía y la amargura, produciendo personas tristes, desanimadas y en estado de permanente desesperanza. Esta nueva fachada, que la vemos en nuestros propios seres queridos, en la familia, en nuestras amistades, y en el humor de nuestros referentes sociales y gobernantes, procede de un fenómeno que hemos de llamar raíz de amargura.

Cómo funciona

Se desarrolla tal como una raíz, que no se ve, pero se alimenta y toma vida en lo oculto de la tierra. Lo que la raíz sea, así será lo que se vea en la planta y su fruto. El resentimiento y la amargura son una de las enfermedades emocionales y espirituales más graves del ser humano. Por lo general, van creciendo como un alga en el corazón, sin que nadie lo advierta, hasta dañar y minar la vida personal. Luego, germina la “planta” que produce rápidamente la destrucción de relaciones, de una pareja, una familia y, por qué no, de un país entero. Cuando nos sobrecogen circunstancias que no están a nuestro alcance solucionar o cambiar, crece un profundo resentimiento, acompañado de gran hostilidad e ira reprimida. Permítaseme considerar como una muestra de lo que estoy definiendo a las recientes manifestaciones y explosiones sociales en el vecino Brasil. Muchos sociólogos se preguntan “¡pero cómo, de la nada!”. Si volvemos a nuestra casa, podemos comprobar que la mayoría de los excesos que padecemos provienen de viejos resentimientos, que nunca han sido sanados por la grandeza de la humildad y el perdón. La soberbia y la altivez nos están matando y lo más tremendo es no reconocerlo, soportando una clase dirigente y en autoridad que ha naturalizado el rencor y la revancha como medios aceptables para lograr sus objetivos.

Remedio infalible

¿No cree que debiéramos revertir este proceso destructivo cuanto antes? ¿Alguien puede considerarse inmune a esta enfermedad del alma? Uno de sus remedios es el perdón, pero podemos añadir otras actitudes como las que menciona la Palabra de Dios en la Biblia: “No contristen al Espíritu Santo de Dios... quiten de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia y toda malicia. Antes elijamos ser afables entre nosotros, perdonándonos como Dios nos perdonó por Cristo”. “Fíjense bien, no sea que alguno no alcance la gracia de Dios, porque brotando alguna raíz de amargura los estorbe, y por ella muchos sean contaminados”.

Quién sabe, si todos tratamos de sanarnos de esta grave enfermedad quizás volvamos a escuchar a los desaparecidos cantores y silbadores callejeros.

(*) Orientador Familiar