La peña está en peligro (II)

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Parece que la gente es más peñera de lo que uno cree. Muchos se sintieron tocados (otros están tocados todo el tiempo, se sabe) con la denuncia pública formulada la semana pasada sobre la posibilidad de que la dispersión del menú único afecte esencialmente el funcionamiento de la peña. Se quedaron con hambre: todos quieren repetir...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Nunca segundas partes fueron buenas, blabla, pero hay una realidad: cada vez que escribí sobre las peñas (como sucedió el sábado pasado), parece que toco (y me voy) íntimos alvéolos, remotas fibras interiores, sentimientos arraigados en lo más profundo del organismo (pongamos por caso, el duodeno). Y me llovieron, réplicas, ampliaciones, aclaraciones, acusaciones, amenazas y hasta ruegos de profundizar en la temática.

Acá no podemos profundizar nada, pero al voleo al menos queremos aclarar que no sólo la quebradura del anillo protector del menú único para todos los comensales pone en peligro a la peña. También hay que anotar la reubicación geográfica variable: es preferible un solo galpón infame que andar de casa en casa o yendo a restaurantes paquetes que atentan contra eructos o carcajadas, que conspiran finalmente contra la necesaria intimidad grupal, valga la paradoja. El lugar no puede ser cualquier lugar.

La otra cosa es el número de integrantes. Las peñas son o deben ser cerradamente abiertas o abiertamente cerradas. Deben tener un grupete fijo identificable y permanente. Y en general puede permitir el acceso -a prueba- de algún invitado, que tanto puede aportar nuevos elementos a la peña como romper el equilibrio tácito de la reunión, con lo que el nuevo integrante ocasional debe ser desterrado impiadosamente del sitio y su promotor ser advertido severamente: no traigas más a ese ortiva, por ejemplo.

Los oficios y su necesidad de justificación, el marketing miedoso que imponen, atentan contra la peña: los médicos, por ejemplo, que tienen señoras y ostentosas peñas, de golpe lo emplazan al Tucho y al colesterol del Tucho, con lo que nos quedamos sin chorizos en grasa para la picada previa. Eso no se le hace a la peña. Los deportólogos, gerontólogos, dietistas, instructores de yoga, naturistas, inspectores de tránsito, controles de alcoholemia, todos ellos atentan contra la peña, disculpen que se los diga así, a boca de jarro (en una peña respetable se toma en jarro).

O sea que una peña puede aceptar y hasta le hace bien que no haya vajilla homogénea; puede aceptar el sucesivo cambio de menú, puede hasta recibir nuevos miembros. Pero no puede resignar el menú único por reunión (si es guiso de porotos, guiso de porotos y se acabó; si es asado, asado para todo el mundo: ¿está clarito, no?); el lugar fijo de reunión y el número más o menos fijo de integrantes. Esas cuestiones no se negocian.

Ustedes saben que desde aquí mal podemos sugerir nada, pero me animo de todas maneras a que se establezca un protocolo peñero. Que cada peña redacte su propio reglamento y que haya un tribunal de honor encargado de velar por su cumplimiento. Que tenga la posibilidad de impugnar ese vino berreta que pretende clavarnos el Tuca (mientras él toma el totín bueno que traen los otros), que bien puede enchufárselo a otro o licuarlo en su casa. Que tenga la potestad de amonestar al que no viene, al que avisa dos minutos antes, al que se va antes, al que usa la peña de excusa o de escudo, al que no trae el pan o el postre. Una peña es un compromiso con los otros, canejo, no puede tomarse a la ligera (bueno, sí, también: cada cuál chupa como quiere).

Hay que abrir también un registro (extra) oficial de peñas, de manera de saber cuántas hay masomeno, que cantidad de integrantes tienen, cuál es su perfil de consumo y su temática de charla; todo ello además sin ningún tonito interventor o de espionaje, sino sólo para aportar líneas de acción para su preservación, salud y continuidad.

Y nos vamos yendo, con la satisfacción del deber cumplido. No digan que no defendemos nuestras más sagradas tradiciones: las peñas sostienen el secreto entramado de una sociedad, actúan de regulador amical de tensiones, atemperan ánimos, generan masajes descontracturantes para almas tensas, devuelven a sus hogares a hombres y mujeres listos para reasumir con alegría el yugo cotidiano y encima de buen ánimo, entre otras muchas virtudes y casi ninguna contraindicación. Cuidemos las peñas, entonces. Y salute.