De Versalles a Santa Fe

La fuente-escultura de “Los niños cazadores”

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“Tres niños cazadores”. Escultura original vaciada en bronce con pila de mármol de Languedoc. Fue realizada por Pierre Mazeline. (1633-1708).

Foto: insecula

Gustavo J. Vittori

Por fin se tomó una medida razonable: remover la fuente barroca de “Los niños cazadores” del absurdo lugar en el que se la había emplazado.

Cuando se la instaló, señalamos lo inapropiado de la decisión; en primer lugar, por la manifiesta falta de escala del grupo escultórico respecto de la iglesia del Carmen, que espiga hacia las alturas sus torres-campanarios y achata por contraste a la fuentecita que queda aun más pequeña de lo que es.

Hay que recordar que en los jardines del palacio de Versalles, Francia, donde se encuentra el original, esta fuente escultórica es un elemento de una composición de amplio desarrollo en un gran espacio: la “Avenida del Agua”, integrada por once pares de fuentecitas de similar tamaño con grupos infantiles esculpidos en sus respectivos pies, veintidós hitos artísticos que amojonan el ancho camino que conduce a una gran fuente presidida por la mítica figura de Neptuno, dios del mar en la versión romana del Poseidón de los griegos.

En el sitio oficial del Palacio de Versalles, se informa que, a causa de las figuras infantiles, la “Avenida del Agua” (L’Allé D’Eau), también recibe el nombre afectuoso y popular de “Avenida de los Marmousets”, palabra derivada de marmot, con la que familiarmente se designa a los niños de la casa.

La cuestión es que, en el palacio real francés, las piezas integran el complejo diseño de los jardines, espacio de exaltación sensorial que conjuga los verdes de una vegetación disciplinada por las tijeras de los jardineros, la sonoridad de los juegos de agua -amplificada por el silencio de la campiña originaria- y la belleza de esculturas alumbradas en el siglo XVII por los mejores cinceles de la Corte borbónica.

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“Los niños cazadores”. Es la réplica de la obra de Mazeline existente en Santa Fe, versión ejecutada en mármol y nominada con una ligera variante.

Foto: el litoral

Cabe recordar que Versalles fue una creación de Luis XIV, el rey sol, monarca de una Francia triunfal y expansionista, ciclo que tuvo su correspondencia en el desarrollo de las artes, favorecidas por una atmósfera de opulento exhibicionismo de la riqueza. Pero Versalles fue también un sistema de control político de la alta nobleza reunida en torno al rey para mantenerla alejada de eventuales conspiraciones. Y esa Corte necesitaba atenciones y distracciones que el gran teatro de Versalles intentaba brindar, a la vez que cumplía con eficacia su inconfesado propósito manipulador. En este marco, el lujo del palacio y la magnificencia de sus jardines -regidos por la perfección de la geometría y la creatividad del arte-, alentaban la joie de vivre, la alegría de vivir, el diálogo cortés, los juegos de palabras ejercitados al aire libre y glamorosas prácticas físicas, gozosas expresiones de Eros. Por eso, los niños de la fuentes cantan, danzan, cazan y disfrutan, todos sonríen en medio de la naturaleza, como si se encontraran en la utópica Arcadia de la antigua Grecia. Entre tanto, en el palacio, Thanatos acechaba detrás de las cortinas.

Ése era el escenario en el que la pequeña fuente -asociada a las demás- cumplía su doble papel de ornamento y dispositivo al servicio del goce sensorial estimulado por la belleza de las formas y los movimientos y sonidos producidos por el agua en su ascenso y caída desde las pilas superiores.

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“Amorcillos y pequeña niña”. Escultura de Etienne Le Hongre (1628-1690).

Foto: insecula

Poco que ver, entonces, con el democrático bullicio humano y los ruidos urbanos propios de una calle eminentemente comercial, donde el foco de las personas está puesto en la búsqueda de objetos, promociones y oportunidades de otra naturaleza. De modo que al problema de escala, se sumaban los de contexto y sentido, contradicciones acentuadas por la reconfiguración cada día más heterogénea de la calle-mercado, no sólo en lo concerniente a la diversidad de su oferta sino a la continua incorporación de elementos de las más variadas y disonantes cepas ornamentales.

De manera que, planteado en términos crudos, la actual ubicación de la fuente deja al desnudo problemas de una transculturación boba, vaciada de fundamentos y agotada en la errónea implantación en la vía pública de un objeto “bonito” pero reducido a su valor unitario al quedar desprendido del conjunto al que pertenecía y del contexto histórico y cultural en el que adquiría plena significación.

Por lo demás, desde el ángulo urbanístico y en relación con el constante flujo peatonal de calle San Martín, la fuente obra como una barrera, realidad agravada por la expansión sobre la vereda del mobiliario del bar que ocupa la esquina suroeste de la intersección con La Rioja.

Para finalizar, con relación a la materialidad de la pieza hay que decir que la ubicación no podría ser peor, ya que está expuesta a un alto nivel de polución ambiental y a las vibraciones que produce el permanente paso de ómnibus y automóviles a escasos metros de la fuente, causa de fisuras y patologías visibles en la “piel” de la fuente-escultura.

Por lo tanto, el traslado de la pieza es una buena noticia. No parece mala la idea de instalarla en un futuro patio interior del Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas. Allí tendrá mejores condiciones ambientales y lucirá su condición de interesante objeto escultórico barroco en un espacio dedicado al arte. Le faltará, es cierto, el contexto arquitectónico originario y la compañía de los otros grupos escultóricos que integran la versallesca Avenida del Agua. También faltará el irreproducible espíritu de aquella época, pero la fuente dialogará con otros objetos artísticos y podrá aportar la suave musicalidad del agua a un patio interno y silencioso, adecuado para el descanso y la grata contemplación de los visitantes.

La ubicación de la fuente desnuda problemas de una transculturación boba, vaciada de fundamentos y agotada en la errónea implantación en la vía pública de un objeto “bonito” pero desprendido del contexto histórico y cultural en el que adquiría plena significación.

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“Danzarines y danzarina”. Grupo escultórico efectuado por Louis Lerambert (1620-1670).

Foto: insecula