Juan Falú

Seis cuerdas de hablar pausado

El destacado guitarrista y compositor tucumano se presentará en El Solar de las Artes, a solas con su guitarra, recorriendo un repertorio y un lenguaje personales.

Seis cuerdas de hablar pausado

“Mi formación habitual soy yo, yo y mi guitarra. He tenido encuentros de a dos, todos muy intensos y gratos. Pero lo habitual en mí es estar solo”, afirmó el artista en diálogo con El Litoral.

Foto: Gentileza producción / Karina Di Pascuale

 

Ignacio Andrés Amarillo

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Esta noche desde las 20, en El Solar de las Artes (9 de Julio 2955) se presentará el destacado guitarrista, compositor y docente tucumano Juan Falú. Las entradas anticipadas (que se pueden solicitar al 154-861395) tienen un valor de $ 70 y en puerta $ 90 ($ 60 para afiliados a Sadop). La capacidad es limitada.

Como muchas veces, Falú se presentará en solitario. “Mi formación habitual soy yo, yo y mi guitarra. He tenido encuentros de a dos, todos muy intensos y gratos. Pero lo habitual en mí es estar solo”, afirmó el artista en diálogo con El Litoral.

Encuentros

—Sin embargo aquí ha venido recientemente con Juan Quinteros y Oscar Alem. ¿Cómo se van dando estas reuniones?

—Creo que nunca fueron planificadas, sino que surgieron de encuentros musicales informales. Como percibimos que había una comunicación, en algunos casos la transformamos en un proyecto discográfico o de recitales. Pero siempre fue a partir de la espontaneidad y de la música no arreglada, que surge de una reunión. Así fue con Moguilevsky, Liliana Herrera, Jorge Marziali, Chito Zeballos (que se fue y fue un gran cantor), con Hilda Herrera.

La identificación es fundamental no sólo en lo estrictamente musical, sino en lo que representan estas músicas vinculadas a la tierra de uno, o a la historia social o individual. Entonces adjudicarle un valor determinado a cada música, lo que representa (el romance o la hondura de una zamba), lo que dice cada canción.

A veces hay elementos muy sutiles que determinan esa unión. Que no pasa por ponerse de acuerdo en la tonalidad, el arreglo, se planifica. Un modo de trabajar totalmente normal, pero yo no soy muy normal.

—¿Cómo se empatizan los lenguajes? Ya que cada artista ha dedicado un tiempo importante a desarrollar el propio.

—En el caso por ejemplo del encuentro con Hilda Herrera, había una identificación estética muy importante, qué música nos gusta o qué géneros dentro del folclore nos movilizan más. O cómo es el andar de una zamba, cómo se la “camina”, se la enfatiza en lo grave: apoyarse más en el cuero del bombo que en el aro. Es una opción por lo más profundo que revelan esas músicas.

En general cuando nos juntamos así, sin hablarlo, sin proponerlo, nos damos cuenta de que ya venimos con opciones que son por lo menos similares: repertorio, afinidad con compositores.

En realidad las figuras y las músicas más conocidas mediáticamente no son la condición que nos reúne a nosotros. Es una cosa que viene más de lejos, de atrás, o son encuentros con jóvenes que son el futuro del arte nacional, pero que a su vez tienen un enorme respeto por ese ayer. Nos convoca algo que está circulando en la historia y no en los medios.

Difusiones

—Usted es siempre muy crítico de cómo desde los sistemas de difusión se distorsionan procesos o se imponen cuestiones.

—He perdido un poco de severidad en ese sentido, porque a mí me estaba sonando como un latiguillo, incluso para mi lenguaje personal, hablar de que “los medios difunden tal cosa y no otra”. Me hacía acordar cuando uno hablaba de que “la culpa era del sistema” (risas). Parecía que el sistema era un señor malo que apretaba algún botón.

Creo que existen diversas posibilidades mediáticas, ahora estamos frente a un panorama bastante alentador en ese sentido, de tener muchas opciones mediáticas. Y además hay una forma de difusión que no pasa por la radio y la televisión, que por suerte todavía existe. Yo no soy un músico de éxito masivo, no tengo temas “vendedores”, no tengo una banda; no tengo ningún ingrediente mediático. Pero viajo y tengo público. Y eso es muy alentador.

Tuve unas experiencias muy gratas en Cosquín en los últimos cinco años, contra todos los cánones festivaleros: porque un individuo solo con la guitarra era muy escuchado antes en Cosquín.

—Pero no en lo que devino Cosquín...

—No en los últimos 20 años. No es que sea grato porque me pasó a mí, sino porque revela que hay sensibilidades, sustentos ideológicos y estéticos para diversas manifestaciones que no son necesariamente de moda.

—Es gracioso que el escenario se llame Atahualpa Yupanqui y artistas como Yupanqui no toquen muy seguido...

—Antes, cuando yo no iba, me decían que era un escenario muy grande para un solista. Y pregunté “¿entonces por qué se llama Atahualpa Yupanqui?”. Pero cambié mi opinión de Cosquín, a partir de esa experiencia y las de otros colegas: he observado una intencionalidad diferente en la programación, tratando de cubrir un mosaico heterogéneo. Antes era el reinado de los productores de artistas de éxito.

Ayer y mañana

—¿Cómo se construye lo nuevo desde la raíz?

—Ese tema es para hacer un tratado, una tesis. Para mí es natural el movimiento, y siempre existió. Cuando se congela la discusión entre lo conservador y lo progresista se oscurecen los planteos, los razonamientos.

Hubo grandes músicos pegados a las raíces, que fueron renovadores, como por ejemplo Adolfo Ábalos. O un discípulo suyo, que era todo lo contrario, porque tocaba jazz e improvisaba todo el tiempo, que era Osvaldo Lagos. Pero tenían una relación de identificación impresionante.

Conocemos la figura del árbol, con el tronco y la copa. La que no conocemos es la de las raíces, que van creciendo como una copa al revés. El desarrollo es en las dos direcciones, un ida y vuelta entre el ayer y el mañana.