China agobia

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En China se come a toda hora y en todo lugar.

Foto: Archivo el litoral

 

Carlos Vernazza

Hay pocos países -si es que los hay- que causen una impresión tan extrema como China. Una nación con más de 6.000 años de historia.

Tiene casi todo: a) es la segunda potencia del mundo, por detrás de los Estados Unidos, pero muchos entendidos avizoran que en varias décadas podría convertirse en primera; b) es la cuarta en superficie, después de Rusia, Canadá y Estados Unidos; c) sus habitantes, que superan los 1.350 millones, constituyen una cifra jamás conocida antes; d) posee la mayor cantidad de reservas del planeta: 3,44 billones de dólares; e) desde 1997, cuando fue devuelta por los ingleses, posee a Hong Kong, que no sólo es una ciudad hermosísima junto al Pacifico, sino que además es una de las grandes productoras: con sólo siete millones de habitantes tiene un PBI de unos U$S 350 mil millones.

Para mencionar algunos datos adicionales, es también la nación con mayor cantidad de automotores y posee el mayor aeropuerto (el Capital de Pekín) y el tren más alto del planeta.

No todas son rosas

Sin embargo, en el país de Mao no todas son flores, y menos rosas. El salario mínimo apenas llega a los 250 dólares, y el sueldo promedio a los 400. Una cifra insignificante si tomamos este ejemplo: en las grandes ciudades, el alquiler de un departamento de un dormitorio cuesta, como mínimo, quinientos dólares al mes.

En metrópolis como Pekín y Shanghai, el salario promedio se eleva, alcanzando los 500 dólares mensuales, pero si lo comparamos con el salario del peón rural la diferencia es abismal, ya que éste gana tres veces menos.

La remuneración mensual de una recepcionista de hotel internacional llega a los 290 dólares, pero ¡ojo! Trabaja doce horas diarias y con apenas un día de descanso en la semana.

Si bien China creció en los últimos años a un promedio del 9 por ciento anual, el año pasado se produjo una desaceleración que lo bajó al 7%. A pesar de esto, haciendo alarde de su poder, el gobierno oriental ofreció al Fondo Monetario Internacional un préstamo de 45 mil millones de dólares, cifra astronómica para países del tercer mundo, pero que la entidad con sede en Washington no pudo colocar ante el temor de las naciones de ser sometidas a los caprichos del organismo.

¿Hacia una superpotencia?

El gigante asiático produce al año más de nueve billones de dólares, es decir siete billones menos que la superpotencia de Estados Unidos. Una cifra difícil de alcanzar.

El desempleo en China apenas llega al 4%, y la mano de obra es alucinante: trabajan nada menos que 820 millones de personas. Así y todo, hay grandes desigualdades a lo largo y ancho de sus tierras, algo inconcebible para el régimen comunista que tiene como uno de sus objetivos esenciales la justa distribución.

El yuan, la moneda nacional, o el remmimbi, como también se lo denomina, pretende ser en algún momento no muy lejano una moneda de reserva. El acuerdo logrado con Brasil, por el cual China le otorgó préstamos en su moneda, es una muestra elocuente de lo que aspiran.

Lluvia ácida

Junto con los Estados Unidos, la República Popular China es el mayor contaminante, y entre los dos suman la mitad de la degradación del ambiente en el mundo.

Cuando uno llega a Pekín advierte desprevenido que el cielo siempre está como “nublado”. Pasan días y días sin que el sol se deje ver. Es más, durante la mitad del año hay una densa capa viscosa que es llamada “lluvia ácida”. Allí, la respiración se torna difícil, por eso es común ver a muchos pequineses circulando con barbijos protectores.

El viajero que llegue hasta esta ciudad quedará estupefacto ante las multitudes, verdaderas mareas humanas que cubren las calles caminando agitadamente, y seguro se preguntará: ¿Cómo se puede vivir así?

El tránsito vehicular es realmente caótico, la marcha de los autos es lentísima y ni siquiera los cinco anillos que rodean la capital amenguan el enredo. Por eso, una de las pocas alternativas es ingresar a uno de los modernos centros comerciales, auténticos lugares de lujo y buen gusto, con numerosos cafés, que a cambio de dos dólares dan refugio al agobiado visitante.

Sin propina

Como ya dijimos, el salario está lejos de ser satisfactorio. Por eso, no espere una sonrisa de parte de los empleados, salvo en lugares muy refinados. El chino no pretende propina, lo cual es una costumbre arraigada. Además, si la recibe, habitualmente es ínfima en comparación a lo que estamos acostumbrados en Occidente.

Los asiáticos son obedientes al extremo y cumplen a rajatabla con las ordenanzas. Viajar en subte es una muestra elocuente de educación, ya que, si bien existe una gran circulación de pasajeros, raramente se ven empujones o discusiones.

Este medio de transporte es más que eficiente. En las metrópolis, siempre hay más de diez líneas. Y los trenes, cuyo servicio cuesta menos de 35 centavos de dólar, pasan inexorablemente cada dos minutos. Por supuesto, con coches modernos y climatizados.

Tradicional y futurista

China se moderniza rápidamente. En las ciudades, se encuentran los enormes rascacielos de refinada arquitectura. Pero si uno toma uno de los veloces trenes y se aleja un poco, descubrirá la China antigua, con gran mayoría de población rural. Lo cual muestra las fascinantes y reveladoras contradicciones de este gigante.

A diferencia de lo que uno podría creer, aún hoy, la mitad de la población de este país se encuentra en el campo, viviendo en condiciones muy diferentes de los que pueblan las grandes urbes.

El “made in China” ya está impuesto en el mundo entero. Incluso en los Estados Unidos, que es su principal socio en la compra y venta. Pero por ahora al país del presidente Xi Jinping le falta mucho para superar a los americanos y pasar a ser la primera potencia mundial. Será cuestión de esperar...

(*) Ex subdirector de El Tribuno (Salta).

 

Cuando uno llega a Pekín advierte desprevenido que el cielo siempre está como “nublado”. Pasan días y días sin que el sol se deje ver. Es más, durante la mitad del año hay una densa capa viscosa que es llamada “lluvia ácida”.