La vacuidad de la campaña

La repetición de eslóganes carentes de sentido, la explotación emotiva de circunstancias privadas o enconos personales, se imponen al verdadero debate.

En los últimos días previos a la jornada electoral correspondiente a las Paso (primarias abiertas simultáneas y obligatorias), los candidatos de todo el país incrementan de manera frenética su presencia en espacios públicos, medios de comunicación y redes sociales.

En medio de las imputaciones a la presidenta de la Nación -con argumentos que también caben a mandatarios provinciales y comunales- por la posible violación de la veda a través de inauguraciones y anuncios, los integrantes de las diversas listas buscan aprovechar a su manera las distintas herramientas disponibles para tomar contacto con el electorado.

Así, la campaña se pobló de afiches oportunistas -que no excluyen siquiera la explotación del Papa- o con ofensas de dudoso ingenio -como los acuñados para descalificar a Sergio Massa-, mientras la “militancia” popular añadió sus propias consideraciones con insultos de puño y letra bajo la forma de grafitis o textos sobreescritos en paneles publicitarios.

Los propios candidatos aprovecharon cuanto espacio de difusión les fue otorgado para repetir eslóganes más aptos para generar impacto que reflexión, o montar exhibiciones de tono satírico hacia sus adversarios o el gobernante del que buscan diferenciarse. Con honrosas y escasas excepciones, las propuestas suelen verse reemplazadas por aforismos demagógicos, obvios juegos de palabras o aseveraciones no siempre fundadas; que tampoco dejan de lado la exhibición de circunstancias de la vida privada como elemento para generar adhesiones a golpes de sensibilidad. La lógica de la confrontación de personas se impone claramente a la de ideas, sin vacilar siquiera ante las flagrantes contradicciones que surgen de circunstanciales o repentinos realineamientos.

Las bondades de la llamada política 2.0 no parece haber superado, en la mayoría de los casos, el mero aprovechamiento de la publicidad virtual -canalizada incluso, artilugios informáticos mediante, por las vías de acceso a sitios web internacionales-, a la vez que las comunicaciones por Facebook o Twitter no van más allá de las maniobras de mercadotecnia para ahorrar costos y tratar de interceptar al público joven. Muy escasamente, como lo han demostrado recientes investigaciones académicas, se utilizan esas plataformas para una verdadera y enriquecedora interacción, que permita al dirigente político responder dudas, recoger inquietudes o intercambiar argumentos con los usuarios.

La vacuidad que preside la campaña -especialmente perceptible en el ámbito porteño, pero con insistente penetración entre los santafesinos- no es, en rigor, un vicio que tenga origen en sus propias características o en deformaciones del marketing electoral. La lógica del enfrentamiento, la adhesión y el rechazo por factores emotivos, y la preeminencia de la pulla efervescente sobre la dialéctica superadora, crecen hoy en la relación que el gobierno establece con los opositores, que suelen caer en ese juego, y con la propia sociedad, que termina siendo víctima y partícipe de la misma trampa.

Las bondades de la política 2.0 en orden a la interacción con el electorado, quedaron reducidas a la explotación del marketing de bajo costo.