La miserable vida en un país colectivista

4.jpg
 

Por Julio Anselmi

“La gran Marivián”, de Fernando Aramburu. Tusquets. Buenos Aires, 2013.

Marivián es la diva encumbrada y aplaudida por la dictadura colectivista de Antíbula, un pobre país tan parecido a tantos conocidos y aún vigentes en nuestra esfera, dividido desde hace décadas (desde “la revolución del año 28”) en dos bandos inconciliables aunque coincidentes ambos en propugnar políticas totalitarias. Mientras la facción colectivista que está en el poder se afana en genuflexiones a los retratos de costumbre (Marx y Lenin y Stalin, aparte de los “héroes” generales y guerrilleros locales) la oposición, de tradición religiosa, no oculta su frenesí intolerante e inquisitorial.

En 1957 muere la gran Marivián a los 39 años, tras una etapa de rebelión, deterioro e intentos de suicidio, y los panfletos enemigos se regocijan de que ese emblema de la perdición esté “dando cuenta de sus muchos pecados al Secretario General de los infiernos, el camarada Satanás”. La hoja mecanografiada de uno de esos panfletos ilegales ha sido secuestrada por la Policía Secreta del Pueblo, que identifica a través de ella la máquina de escribir de un periodista, quien tiene una razón concreta para haber pergeñado el panfleto en cuestión: el deseo de saldar una deuda con la diva por la muerte de su hermano, guardaespaldas y amante de la estrella. Este hombre ha muerto (como ella morirá dos años más tarde, como tantos mueren en tales regímenes) en un “trágico accidente”, a raíz de los celos del siniestro Secretario General y Padre de la Patria, camarada Ij.

El periodista en cuestión es el narrador de esta novela apasionante del español Fernando Aramburu, nacido en San Sebastián en 1959, con la que se completa la “Trilogía de Antíbula” de la que forman parte Los ojos vacíos y Bami sin sombra.

La gran Marivián es el resultado de las indagaciones a las que se dedica el narrador después de haber entrado en desgracia con el Gobierno colectivista y haber sido salvado de morir de hambre o torturas gracias al director del diario Voz Roja en el que trabajaba, un amigo a quien guía la máxima “Cuando estés entre cebras píntate de rayas. Cuando estés con toros ponte cuernos”, y que conserva un rasgo de humanidad a pesar de su sometimiento a las mentiras constantes a las que lo obliga la prensa populista. Recuperando documentos y entrevistando a quienes de una u otra forma tuvieron que ver con la gran Marivián, el narrador reconstruye su vida. Y como en “El ciudadano Kane”, de Welles, un objeto misterioso pero minúsculo se erige como la clave, emotiva digamos, en la historia de esta mujer mimada y admirada, y sin embargo tan triste y sórdida como las historias de quienes la rodean y padecen la tiranía de los jerarcas omnipotentes y de sus insensatos opositores.

Uno de esos sufrimientos es el que sobreviene al escrutamiento constante (hoy casi globalizado merced a la electrónica), como el que testimonió Milan Kundera en una entrevista: “La vida, cuando uno no puede recatarla (recatarla: no volverla indiscreta) a los ojos de los demás es como un infierno. Los que han vivido en regímenes totalitarios lo saben, pero esos sistemas sólo ponen de manifiesto, como una lente de aumento, las tendencias de la sociedad moderna, en general. La devastación de la naturaleza, la declinación del pensamiento y del arte, la burocratización, la despersonalización, la falta de respeto a la vida personal. Sin intimidad, nada es posible, ni el amor, ni la amistad”.

En esa empresa de reconstrucción de una vida, confiesa el narrador de La gran Marivián al comienzo de su informe, lo guía la esperanza de un “futuro en que la palabra ‘verdad’ no sea la cáscara de una nuez vacía”. Y Aramburu no elude esfuerzos por seguir los ideales y los pasos de su protagonista. Lo logra con una capacidad singular por dosificar los elementos de la intriga y por registrar (sin cuidarse por las extorsiones de algunas mercenarias correcciones políticas) los sutiles hilos con que se entrama el horror de hierro de la vida cotidiana en las dictaduras.

4.jpg