En el Museo Municipal de Artes Visuales

Cristina Niizawa abre sus “Bagajes del alma”

  • La artista santafesina radicada en México regresa a la ciudad para protagonizar la nueva exposición del Museo Municipal de Artes Visuales. La inauguración se concretará hoy, a las 20,
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“Revelación cardinal”.

 

De la redacción de El Litoral

Cristina Niizawa regresa a la ciudad para compartir con los santafesinos su muestra “Bagajes del alma” en el Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas. Se trata de una exposición que indaga en la esencia aterciopelada de esta singular artista que desde sus inicios en nuestra capital y su posterior perfeccionamiento profesional en México ha adoptado de forma exclusiva el gouache -témpera- como técnica por excelencia. En este sentido, Niizawa reflexiona: “La témpera va de la mano con mi alma: es aterciopelada, profunda, apacible, al igual que mis expresiones”. En la actualidad, tras 35 años de ininterrumpido trabajo, esta artista de ascendencia japonesa es una figura reconocida en el panorama artístico mexicano. “Debo reconocer que si Santa Fe me formó en el arte y forjó mi sensibilidad, México me llenó de color, me desinhibió expresivamente y me permitió tomar las riendas de mi vida. Me sumergí en su cultura popular y esto me enriqueció”, explica.

La propuesta, que se inaugurará esta noche a las 20, se inscribe en el ciclo de muestras “Cerveza Santa Fe”. Vale destacar además que la exposición cuenta con el apoyo de Tersuave y de la Asociación Amigos del Museo Municipal de Artes Visuales (Aammav). “Bagajes del alma” podrá visitarse gratuitamente hasta el lunes 9 de septiembre en el espacio cultural ubicado en San Martín 2068.

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“En cada girasol nace el amanecer”

Raíces, memoria, afecto

“Reencontrarme con Cristina es siempre oportunidad para repasar parte de nuestras historias, que tienen varios puntos en común”, explica en un texto Raúl Ishikawa y puntualiza: “en primer lugar, algo obvio: ambos pertenecemos a familias de origen japonés, aunque los Niizawa vinieron antes de la Segunda Guerra Mundial, mientras mis padres y yo llegamos en 1951”. De esta manera, el reconocido artista recuerda: “En 1970 ingresé en la Escuela de Diseño y Arte Visuales Manuel Belgrano, donde ella ya estudiaba y estaba culminando la carrera. Y éste es el segundo punto, importante, en común. Entre las actividades sociales de la Asociación Japonesa de Santa Fe de nuestra infancia y adolescencia, y los intereses culturales y artísticos compartidos en la Escuela municipal más tarde, fuimos conformando esa trama de afectos y amistades comunes que nos unen”.

Ishikawa rememora que “de aquellos felices años escolares, con la guía de maestros, rescato las imágenes de los primeros trabajos que le conocí a Cristina. Eran caballitos, pájaros y -sobre todo- gatos de gran síntesis formal, de enormes ojos, generalmente solitarios en un contexto irreal. En el caso de Cristina, el dominio de una técnica la témpera o gouache, utilizada en una infinita gama de valores y tonos- le permitió enriquecer esas figuras, enmarcadas en escenarios que eran extraños, a veces ominosos. Esa tensión secreta, adivinada quizás, quitaba ingenuidad a sus planteos plásticos y los instalaba en un campo más metafísico. Recientemente, vi unos trabajos de aquella época que omiten las figuras, y sólo quedan esos espacios vacíos, casi surreales, donde las tensiones secretas pasan, de ser fondos, a ser protagonistas del hecho plástico, y ahí uno encuentra explicitadas las potentes energías que se adivinaban en los cuadros figurativos. En los años siguientes, sus composiciones se enriquecen con la incorporación de figuras de niños y ángeles, y fondos cada vez más complejos”.

Cristina Niizawa abre sus “Bagajes del alma”

“Entradas al patio interior del alma”. Fotos: Gentileza producción

Cosmovisión

Continuando con sus reflexiones acerca de la obra de Niizawa, Ishikawa sostiene que “su ida a México a fines de la década de los ‘70 es definitoria: el choque con una cultura diferente, riquísima y ancestral, le brinda el marco propicio para decantar un lenguaje muy personal, sobre la base de su propia temática e imaginería, floreciendo en la atmósfera estimulante del barroco colonial y las exuberantes artes populares mexicanas”. Por eso, cree que “este proceso no ha sido simplemente formal, sino que se ha dado en un plano espiritual, donde la sensibilidad original, ligada a las raíces orientales, encontró una resonancia complementaria en la cosmogonía del pueblo mexicano.

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“Encierro comunicante”.

“Así, los cuadros de Cristina tornan en fragmentos de un complejísimo cosmos, donde cada elemento astros, nubes, olas, plantas, flores, seres carnales o imaginarios- es vital, irradia una energía que armoniza con el conjunto; nada es valioso en sí, sino en cuanto parte de un orden superior que lo contiene y le da sentido. Es como si aquellas oscuras fuerzas latentes, entrevistas en sus primeros trabajos, hubieran finalmente encontrado los cauces adecuados para entretejer la compleja trama de la vida. Las témperas ahora están resueltas en una escala alta, luminosa, brillante y colorida. Las composiciones son barrocas, con infinitos detalles minuciosa, amorosamente pintados, que obligan al ojo del espectador a recorrer con atención cada centímetro cuadrado de la obra. Figura y fondo son una misma cosa, ya que nada es secundario, y todos los elementos se integran con igual protagonismo en la armonía de una gran composición coral”.

Finalmente, Ishikawa asegura: “la aventura plástica ha recorrido así un largo camino, confundiéndose con la larga aventura de una vida que sintetiza diferentes mundos. Obra y autora son, entonces, una misma cosa: Cristina Niizawa”.

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“La esencia profunda del mensaje”.

Aterciopelada

Cristina Niizawa estudió en la Escuela de Diseño y Artes Visuales Manuel Belgrano -actual Escuela de Diseño y Artes Visuales del Liceo Municipal Antonio Fuentes del Arco-. Desde 1972, albores de su carrera, participa en salones anuales nacionales y provinciales en los que obtuvo numerosos e importantes premios en localidades como Esperanza, Santo Tomé, Paraná y Santa Fe.

Se radicó en México DF a fines de los años ‘70. Allí se forjó definitivamente como artista. Ha participado en numerosas exposiciones colectivas e individuales tanto en México, donde reside actualmente, como en Argentina y Estados Unidos.

Su obra integra colecciones particulares de México, Argentina, Bélgica, Inglaterra, Francia, Japón y Estados Unidos. Vale destacar que, como ilustradora, ha trabajado para las editoriales Castillo y Pearson Educación, y que también realizó materiales pedagógicos para pueblos originarios del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (Inea), dependiente del gobierno mexicano.

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Cristina Niizawa.

La vida, con el encanto de lo simple

En marzo de este año, en la Revista Nosotros de El Litoral, Juan Martín Alfieri sostuvo que “El destino estaba escrito y le demostró que su vida debía ser en la tierra de Diego Rivera. Allí se consolidó como creadora destacada, formó una familia, y halló un feliz y prometedor lugar para vivir. Sin embargo, Santa Fe sigue siendo su lugar en el mundo; aquella meca a la cual desea volver, algún día, para siempre...”.

“El perfume del jazmín abraza los sentidos al ingresar al mágico hogar ubicado en San Luis 2847. Atravesar el umbral es transportarse a otro mundo. Una suerte de jardín japonés domina la postal. Desandar el sendero hacia la casa de dos pisos distiende tensiones. Enredaderas, flores, plantas y árboles acompañan el paseo proponiendo un túnel natural. El atelier está en la planta alta. Subir la escalera de mármol es una experiencia fascinante: la casa en sí es una obra de arte. Ya sentados en un living de mullidos sillones color chocolate con forma de herradura, la charla fluye sin prisa. “La pintura en particular y el arte en general son parte de mi ser. No los vivo como una profesión formal, sino como un acontecimiento natural de mi cotidianidad. Vivo por y a través de ellos de forma espontánea”, confía con sencillez Niizawa a Alfieri para completar: “Amo la pintura, es lo único que sé hacer; pero soy una en todo lo que hago, mi vida no se escinde entre el atelier y el resto de mis actividades”.

Cada una de sus palabras porta la carga emotiva de una filosofía simple y profunda. No habla en vano; piensa, siente y, luego, comparte sus ideas. “Mi vínculo con el arte no tiene ninguna reminiscencia ‘romántica’. No tuve una familia de creadores, ni crecí rodeada de materiales artísticos. Recién a los 18 años, cuando ingresé a la Escuela de Diseño y Artes Visuales Manuel Belgrano, se despertó mi vocación. Hasta entonces, mi vínculo era natural, lúdico, recreativo y esto remite a la forma en la que me crió mi mamá. A ella le debo la forma en que vivo el entorno. Fue una mujer maravillosa de una sensibilidad extrema. Nos hacía sentir y vivir lo que nos rodeaba de una manera brutalmente natural. Así nos presentaba la vida, con el encanto de lo simple como emblema. El amor por la naturaleza y la pasión por el color que tanto se refleja en mi obra tienen directa relación con mi mamá”.