Crónicas de la historia / Los duelistas (II)

Un código de honor que quedó en el pasado

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por Rogelio Alaniz

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El duelo fue una práctica de espadachines, caballeros y aristócratas que se desarrolló durante unos cinco siglos ¿Qué es un duelo? Se trata de un combate consensuado entre dos caballeros, acompañados por sus padrinos, que utilizan armas mortales de acuerdo con reglas explícitas que se respetan al pie de la letra. Puede ser a pistola o espada. En el primer caso, se dispara desde doce, quince o veinte pasos y el acto se puede reiterar hasta tres veces. Cuando el lance es con espada, puede ser a primera sangre, a heridas más severas o a muerte. La tarea de los padrinos es verificar las armas, exigir que se cumplan las reglas y atender la salud de su representado; en caso de muerte, ocuparse del traslado de su cuerpo.

En la Argentina el duelo se generalizó como práctica de las elites después de Caseros. Antes hubo algunos lances, pero a nadie le debe llamar la atención que esos hábitos se hayan desarrollado con la consolidación de una clase dirigente y la organización del Estado. De todos modos, resulta por lo menos sorprendente que una clase dirigente formada en los valores modernizadores del liberalismo, haya adherido a tradiciones propias de sociedades antiguas, donde el honor se imponía al clásico interés capitalista.

Concebir al duelo como un anacronismo o un resabio de sociedades tradicionales, no es patrimonio exclusivo de la moral capitalista. Mencioné en algún momento la decisión del cardenal Richelieu, en pleno siglo XVII, de prohibir a los aristócratas batirse a duelo, e incluso de sancionar con la pena de muerte a quienes lo hicieran. La novela de Alejandro Dumas “Los tres mosqueteros” se inicia con un D’Artagnan que se bate con Porthos, Athos y Aramis, y es la intervención de los soldados del cardenal lo que forja la imperecedera amistad entre los cuatro.

Sin necesidad de retroceder tanto en el tiempo, un duelista célebre en nuestros pagos, como fue Alfredo Palacios, llegó a batirse en el mismo día con tres adversarios: Estanislao Zeballos y sus propios padrinos Mariano Baescochea y Fermín Rodríguez.

Palacios consideraba que un hombre de honor en ninguna circunstancia podía tolerar ofensa. Sus convicciones fueron tan profundas que incluso soportó ser expulsado del Partido Socialista, organización que prohibía esos lances por considerarlos propios de las clases explotadoras.

Palacios practicó esgrima con dos maestros excepcionales: Carlos Delcasse y Aniceto Rodríguez. Ese hábito lo mantuvo hasta la vejez. Sus amigos cuentan que ya viejo, todos los días, Palacios descendía al sótano de su casa de la calle Charcas para tirar con el florete.

El conflicto con el Partido Socialista se produjo en 1914 en ocasión de un entredicho con el diputado radical y gran duelista Horacio Oyhanarte. En realidad, Oyhanarte inició la discusión con otro parlamentario, pero Palacios salió en defensa de su compañero de partido y, palabra va palabra viene, terminaron mandándose los padrinos. Inmediatamente los socialistas pusieron el grito en el cielo, motivo por el cual Palacios renunció a su banca y al partido. “Una disidencia en materia de honor me separa del partido al que di los mejores años de mi vida y debo irme”, escribió con su habitual estilo. Los entendidos aseguran que en realidad Palacios venía manteniendo con el partido de Justo y Repetto diferencias más importantes que el tema del duelo, pero que este episodio fue la gota que rebasó el vaso.

Que Palacios no dejara pasar una ocasión para batirse a duelo lo demuestra lo ocurrido en la Cámara de Diputados, cuando José Félix Uriburu, futuro golpista de 1930, acusó a los socialistas, con las excepciones del caso, de ser una banda de políticos logreros y vividores. Concluida la sesión, Palacios abordó a Uriburu en el pasillo del Congreso y le preguntó si él estaba incluido en las calificaciones que acaba de hacer. Ni lerdo ni perezoso, Uriburu le respondió que él era la excepción a la que se había referido en su momento.

Los duelos se celebraban habitualmente a la madrugada en alguna quinta o descampado previamente acordado entre los padrinos. En más de una ocasión, los duelistas se trasladaban a Uruguay, porque en ese país el duelo estuvo legalizado hasta 1992.

Entre los duelos célebres que la historia recoge en el siglo veinte merecen mencionarse el sostenido entre los generales Luis Dellepiane y Agustín Justo en mayo de 1924, lance pactado a espada y a doce asaltos de un minuto cada uno. Otro duelo muy comentado fue el que sostuvieron en 1933 el periodista Ramón Doll y el ensayista Scalabrini Ortiz.

Por su parte, el radical Horacio Oyhanarte y el conservador Rodolfo Moreno se batieron en 1929. Y lo mismo hicieron Ramón Cárcano y Julio Maidana. Un lance que concluyó en una tragedia fue el que ocurrió en 1913 entre Oscar Posse y Carlos Juárez Celman. El duelo terminaba de celebrarse en una quinta de Palermo, cuando de pronto irrumpió el padre de Posse e intentó agredir a Juárez Celman. Éste respondió al padre agresivo con un disparo que terminó con su vida. Lo paradójico es que al momento de llegar el padre justiciero, los contendientes originales terminaban de reconciliarse.

Decía que el duelo fue una práctica extendida en Europa y América. Sin ir más lejos, en Chile, el último duelo se celebró en 1952 entre el senador socialista Salvador Allende y su par, el radical Raúl Rattig. Allende y Rattig se insultaron de lo lindo en una sesión parlamentaria y hasta estuvieron a punto de irse a los puños, hecho que no se produjo gracias a una decidida intervención de Eduardo Frei.

Designados los padrinos, los adversarios entraron en el campo de honor. Uno de los padrinos le dijo a Rattig que Allende estaba decidido a tirar a matar. Rattig respondió: “Yo no vine a cazar pajaritos”. Los duelistas erraron sus disparos y se supone que con el tiempo deben de haberse reconciliado, porque cuando Allende fue presidente de Chile, Rattig fue designado embajador en Brasil.

En Uruguay los lances existieron hasta hace poco tiempo. Uno de ellos fue el que libraron José Batlle Ordóñez y el joven periodista Washington Beltrán. Éste fue el que murió en la ocasión. Tenía treinta y cinco años y era una de las grandes promesas intelectuales de su país.

En tiempos más recientes, el ex presidente Julio María Sanguinetti se batió con Manuel Flores Mora; mientras que el general y fundador del Frente Amplio, Líber Seregni, lo hizo con Juan Pedro Rabas. En nuestro país, ganó notoriedad el duelo librado en noviembre de 1968 entre el almirante Benigno Varela y el periodista y director del diario La Autonomía, de Lanús, Yolibán Viglieri. Otro duelo que en su momento despertó expectativas fue el librado en 1959 entre el almirante Isaac Rojas y el diputado Roberto Galeano.

Hoy el duelo pertenece al pasado, a los valores de una sociedad y una clase dirigente que ya se tragó la historia. Algunos mayores evocan con nostalgia un tiempo donde la hidalguía, el honor, la palabra empeñada, la caballerosidad, eran vividos como valores cotidianos. La nostalgia tiene el defecto de agrandar la estatura de los recuerdos y disimular sus lados oscuros y sombríos. De todos modos, lo cierto es que hasta hace cuatro décadas algunos hombres seguían considerando que el duelo era el único camino para zanjar las diferencias en las que estuviera en juego el honor. Quienes lo conocieron aseguran, por ejemplo, que el caudillo radical Ernesto Sanmartino al lugar que se trasladara llevaba sus pistolas y su espada, por las dudas.

Sin embargo, como para probar que no todos pensaban lo mismo, Domingo Faustino Sarmiento, cuya tendencia a emprenderla a bastonazos o golpes de puños contra sus rivales era por demás notoria, en cierta ocasión en que Nicolás Calvo lo desafió a batirse a duelo, le contestó en los siguientes términos: “Acepto el desafío en las siguientes condiciones: a mediodía en Plaza de Mayo; padrinos: el obispo y el jefe de Policía. ¡No sea zonzo!”.


Resulta por lo menos sorprendente que una clase dirigente formada en los valores modernizadores del liberalismo, haya adherido a tradiciones propias de sociedades antiguas.