Derechos humanos aniquilados en Siria

  • La guerra civil en Siria se inició hace casi tres años, la cifra de muertos supera las cien mil personas y el número de refugiados orilla los dos millones.
 

En estos días, adquirió estado público que en Siria más de mil personas fueron asesinadas con gas venenoso. La noticia recorrió el mundo, generó las previsibles protestas por parte de entidades de derechos humanos, a las que se sumaron las Naciones Unidas y la Liga Árabe. No es la primera vez que ocurre algo parecido en Siria y, tal como se presentan los hechos, es muy probable que no sea la última.

Las protestas de las potencias europeas y las instituciones internacionales parecen tener cada vez menor influencia. Sobre este tema, los datos de la realidad son de una demoledora elocuencia. La guerra civil en Siria se inició hace casi tres años y desde ese momento la cifra de muertos supera las cien mil personas y el número de refugiados orilla los dos millones. Las principales ciudades del país siguen siendo escenarios de combates y muchas de ellas están destruidas por las bombas, los cohetes y los disparos de artillería.

En su momento, la denominada rebelión popular contra el gobierno de Bashar al Assad fue presentada como un episodio más de la llamada “primavera árabe”, pero en la actualidad esa lectura un tanto edulcorada se ha ido modificando al compás de los acontecimientos. Las críticas de Occidente contra Assad se mantienen, pero el clásico lugar común acerca de rebeldes defensores de una sociedad más justa y más libre ha empezando a ponerse en duda. La escena que estuvo presente en todas las pantallas del mundo exhibiendo a un “soldado de la libertad” comiéndose el corazón de un enemigo, demostró que la guerra estaba muy lejos de librarse entre “buenos” y “malos”.

Israel fue uno de los países que con más descarnado realismo asumió este tema. El principio “más vale malo conocido que bueno por conocer” se fue imponiendo entre los estadistas israelíes. Como dijera uno de ellos: Assad es un enemigo, pero después de tantos años de conflicto de alguna manera nos entendíamos; quienes intentan desplazarlo no son mejores que él y sus diferentes facciones rivalizan en su odio a los judíos.

Para los Estados Unidos, la Liga Árabe y la Unión Europea, Siria es un dolor de cabeza porque no pueden intervenir ni tampoco pueden mantenerse prescindentes. Para los valores de Occidente, Assad es indefendible, pero sus enemigos también lo son. Apoyar a Assad significa en las actuales circunstancias aceptar a Hezbolá e Irán; apoyar a “los combatientes por la libertad” significa aliarse con Al Qaeda, una alianza que hace unas décadas la diplomacia yanqui forjó en Afganistán, con derivaciones demostrativas de que muy bien no le fue.

En conclusión, Siria es hoy un territorio en guerra librada por enemigos cuya cultura política y religiosa está en las antípodas de los valores de Occidente. La resolución de este combate hoy es un enigma, y sus consecuencias siguen siendo imprevisibles. Como en Egipto, el Líbano o la incipiente nación palestina, los problemas que los desgarran internamente son producto de los yerros, intereses y encarnizadas disputas facciosas de sus propias clases dirigentes. Ante estos escenarios dantescos, parecería que las intenciones de Occidente -sean buenas o interesadas- tienen poco que hacer.

Como en Egipto... los problemas que los desgarran internamente son producto de los yerros, intereses y encarnizadas disputas facciosas de sus propias clases dirigentes.