Entrevista a Eduardo Bustelo Graffigna

“A los adultos nos molestan la juventud y la adolescencia”

El docente universitario y fundador de Unicef Argentina planteó los problemas de la cultura adultocéntrica y de los modelos de educación autoritarios. Propone que los chicos participen de las políticas públicas.

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Cambio de enfoque. “Las prácticas pedagógicas basadas en el concepto de ‘plastilina’, de que podemos hacer con los chicos lo que queremos, son obsoletas y tienen que ser superadas”, planteó el ex director de Unicef Argentina.

Foto: Flavio Raina

 

Agustina Mai

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Con su tonada cuyana y su ritmo cansino, Eduardo Bustelo Graffigna dialogó con El Litoral sobre la relación entre las nuevas generaciones y los adultos, la necesidad de hacerlos participar de las políticas sociales y el choque cultural que se da en las escuelas.

—En Argentina, estamos viviendo un cambio de la antigua ley de patronato por la de protección integral de los derechos de los niños y adolescentes. Pero como es más fácil cambiar la letra que la práctica, ¿en qué instancia considera que nos encontramos dentro de este cambio?

—Hemos salimos del paradigma tutelar y pasado al de protección integral de los derechos, lo cual ha sido un avance. Pero mi preocupación pasa por introducir un nuevo paradigma, que tiene que ver con la participación. La Convención Internacional de los Derechos del Niño tiene “3 P”: la primera está destinada a la provisión universal de servicios (educación, salud, etc.); la segunda “P” es la de la protección (integración física y mental); y la tercera es la participación, que es la menos desarrollada y la que presupone la emergencia de un nuevo sujeto social: las “nuevas generaciones”, que tienen que ser escuchadas.

—¿Qué implica esto?

—Escuchar es un acto humano que implica una predisposición a dar hospitalidad a la palabra del otro. Por ejemplo: no podemos tener organismos que diseñan políticas para la infancia y adolescencia sin que tengan participación los niños y adolescentes; no podemos hacer planificaciones a 20 años sin preguntarle a aquellos que van a estar vivos dentro de 20 años; no podemos tener ONGs que trabajan con los niños sin consultarlos a ellos.

Hay un nuevo actor social que está emergiendo: la juventud y adolescencia. Y ese nuevo sujeto social a los adultos nos molesta. En una cultura adultocéntrica, el adulto se siente autorizado a establecer los parámetros principales de la vida de los niños. Ese paradigma de que el niño tiene que ser protegido debe ser reemplazado por el de la participación. Las prácticas pedagógicas que se basan en el concepto de “plastilina”, de que podemos hacer con los chicos lo que queremos, son obsoletas y tienen que ser superadas. Los jóvenes vienen con un nuevo lenguaje y una nueva mirada sobre el mundo. Estamos en un momento histórico en el que, por primera vez, las nuevas generaciones enseñan a las adultas, por ejemplo las nuevas tecnologías.

—¿Hay experiencias de aplicación de este paradigma de la participación?

—Hemos implementado la parte más baja de la escala: la “etapa de simulacro”. Por ejemplo, cuando los chicos hacen de diputados por un día o las consultas que se hacen a los niños. Pero hay experiencias desde el siglo XVIII, como las de los grandes pedagogos: María Montessori, Olga Cossettini, la Escuela Activa, que reconocen la autonomía y la subjetividad de los niños. Si no hay autonomía, sólo hay proclamación de derechos. El chico va construyendo su identidad a partir de una alteridad constitutiva que es el adulto: el pibe va contra el adulto para buscar su propia diferencia. La autonomía no implica hacer lo que se la da la gana, sino que hay una historia que nos precede y un diálogo intergeneracional. No hay forma científica de negar que un chico de 12 años tiene plena autonomía.

—Pero la ley los ampara hasta los 18 años...

—Fue una decisión consensuada que se tomó en la Convención de los Derechos del Niño. Yo prefiero hablar de nuevas generaciones porque es más abarcartivo que el límite de los 18 años. La generación se conforma sobre la base de una contextualidad y preocupaciones históricas, donde un grupo de jóvenes y adolescentes comparten estilos lingüísticos y culturales. La de ahora es la generación de los ‘90, que crece bajo las pautas del individualismo, el éxito personal, un orden empresarial del mundo y la incredulidad en la política.

—¿Cree que la cuestión generacional supera las diferencias de clases sociales?

—No, las generaciones están marcadas por variables estructurales (ingreso económico, sexo, niveles educativos, raza): no es lo mismo un chico pobre que uno rico, un varón que una mujer, un pibe que vive en el campo o en la ciudad. Pero aún así, dentro de esa heterogeneidad, hay ciertos rasgos emergentes claros. Para habilitar al de la generación que viene, hay que escucharlo, con su forma diferente de ver la realidad.

—En las escuelas, se da un choque generacional, entre las autoridades y los alumnos, porque se arrastra el modelo normalizador del siglo XIX y los jóvenes no se adaptan a ese modelo.

—Hay un chisporroteo importante. La pedagogía ha sido muy hostil con los pibes porque ha sido disciplinaria y verticalista. En los centros educativos, tenemos estructuras rutinizadas, que ven todo lo que pasa como una cuestión decadente: la insubordinación al orden y a las rutinas de la escuela. Dentro de las escuelas, hay un gran adversario: los sindicatos ven los derechos de los niños como algo en contra de los derechos de los docentes. Eso apoya los modelos verticalistas y autoritarios. El titular del derecho a la educación es el niño, no el docente; las escuelas son de los niños, no de los maestros.

—¿Cómo se hace para cambiar esto?

—Hay muchos ejemplos: Froebel con la creación de los jardines de infantes, María Montessori, la Escuela Activa o Nueva. Yo he visto escuelas en Latinoamérica, bajo la filosofía de la escuela nueva, que son administradas por los propios alumnos: ellos cuidan la biblioteca, los laboratorios, se reparten las tareas. El Banco Mundial analizó el rendimiento y es igual o mejor a la educación normal. Además, hay una parte de experimentación y búsqueda, a la que los adultos tenemos que estar abiertos desde el punto de vista educativo: ¿por qué no buscamos que determinadas escuelas introduzcan parámetros alternativos de enseñanza?, ¿por qué no buscamos nuevas formas de interlocución con las nuevas generaciones?

El dato

¿Quién es?

  • Eduardo Bustelo Graffigna dirige la Maestría en Política y Planificación Social de la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza). Fue el fundador y primer director (1989 y 1993) de la Oficina de Unicef en Argentina. Estuvo vinculado con el sistema de Naciones Unidas en el área de política y desarrollo social como consultor de Cepal y PNUD. Fue diputado provincial de San Juan. Una de sus últimas publicaciones es “El recreo de la infancia”.