crónicas de barrio

La salud de quienes viven en el Fonavi

Castigados por el agua

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“Cierta memoria que lastima”

“¡Agua!” “¡Comida!” Los pedidos desesperados provenían de las ventanas de los pisos superiores del Fonavi de Centenario y rompían el silencio profundo que el Salado había impuesto en todo el barrio. Era el año 2003 y el río invadía la vida de los vecinos de toda esta zona de la ciudad. Con el paso de los días, el agua fue bajando, los sonidos de la vida cotidiana poco a poco recuperaron su espacio y comenzaba una ardua tarea: la reconstrucción de lo perdido y de la propia normalidad de la vida. Foto: Aníbal Greco

 

Una de las enseñanzas que dejó la inundación de 2003, fue la necesidad de contar con psicólogos dentro del staff de médicos de los distintos centros de salud de la ciudad. Y en el caso específico de barrio Fonavi, este tipo de contención resulta fundamental.

El psicólogo Leandro Goldsack es quien atiende a los vecinos de esta zona desde hace ya seis años. Destacó que, en lo referente a salud mental, se abordan varias cuestiones. En especial niños y adolescentes “presentan dificultades que muchas veces se manifiestan en las escuelas”.

En los pequeños y los jóvenes, las patologías más frecuentes tienen que ver con dificultades pedagógicas e inconvenientes en el marco de lo relacional, con sus compañeros y el entorno escolar.

En cuando a los adultos, según Goldsack, “el impacto de determinadas situaciones sociales en la subjetividad es bastante importante: tenemos muchos pacientes con angustias fuertes, personas que transitan duelos, que viven en una situación de abandono o de mucha soledad y cierto aislamiento”.

El paso del Salado

Las heridas más severas de esta población tienen que ver con dos hechos fundamentales. En primer lugar, las profundas secuelas que el río Salado dejó en edificios y seres humanos durante abril de 2003. Por otro, la vida que se desarrolla dentro del Fonavi, de una manera distinta a la del resto de la ciudad.

“Hay un gran duelo con respecto a valores familiares, a cuestiones materiales, pero también de sentimientos”, agregó el psicólogo. Lo dice claro: “Estos edificios no son los mismos después de la inundación”. A sus ojos, “el agua deterioró muchísimo la estructura de las viviendas. No es lo mismo vivir en un departamento después del paso el agua, y esto genera algunas alteraciones”. En Fonavi San Jerónimo, hay personas que continúan en estado de alerta, que aún tienen sus cosas en bolsas, cuelgan sus cosas, o tienen sus bienes en casas de familiares por miedo de que esto vuelva a ocurrir. “Fue una gran pérdida, y podemos decir que la situación no ha sido reparada en su totalidad” detalló el especialista.

La inundación vino a profundizar grietas que estaban latentes. “Nuestra sociedad transita, desde hace tiempo, la afrenta que implicó el neoliberalismo que desmanteló el Estado y el espacio público. Mucha gente quedó desprotegida, y sumada a esa desprotección vino una inundación que terminó de arrasar con un montón de cosas”, concluyó Goldsack.

Puertas adentro

En esta barriada de 12 manzanas -11 edificios más una plaza- coexisten 148 departamentos. Por este rasgo, el plantel psicológico indica que “el hacinamiento es el otro gran problema que enfrentan sus habitantes”, y que genera secuelas evidentes para su salud mental.

Leandro Goldsack sostuvo que “en este barrio es muy difícil generar un espacio propio”. Las personas se ven obligadas “a compartir diariamente cosas con sus vecinos porque todo está junto. Eso genera una situación difícil que conlleva muchas consultas por este tema”.

Marilyn Gómez, enfermera del Centro de Salud del Fonavi, coincide en la preocupación: “Las patologías en este barrio están ligadas a lo edilicio. Este tipo de Fonavis generan una falta de privacidad muy crítica, que trae inconvenientes con respecto a la salud mental y hace que los pacientes de este barrio sean distintos a los de los otros”.

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Desborde crónico

  • En la intersección de las calles 10 de Junio y Malvinas Argentinas, un extenso charco llama la atención. Los vecinos se acostumbraron a su presencia: dicen que lleva ahí 31 años y que es “una pérdida crónica”. Unos lo atribuyen a la rotura de un caño maestro de la red de agua potable. Otros, afirman que son desbordes cloacales. Aguas Santafesinas SA incluyó la reparación de este problema en sus últimas intervenciones en el barrio, pero el desborde de agua continúa.