En San Petersburgo

Ojalá que CF lo haya visto

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La antigua capital imperial, que visitó recientemente la presidenta, conserva hitos de cada período de la convulsionada historia rusa. Y seguirán allí porque enseñan.

Fotos: Gentileza M.A. Argüelles

 

Alejandrina Argüelles

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Es un deseo utópico, lo sé. Una, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver. Otra, porque la gente encumbrada no anda por las calles, y se pierde así lo mejor de los viajes. Pero sería un gran aporte cultural que CF (recuerdo que no quería ser “señora de”, según se lo manifestó a la señora de Duhalde hace tiempo), digo sería un aporte cultural en beneficio de todos, que en San Petersburgo haya visto cómo un país dividido cruelmente, sometido a lo largo de su convulsiva historia, tiene los rastros visibles y conservados de lo bueno y lo malo que pasó.

San Petersburgo tiene mucho para extasiarse, sorprenderse y reflexionar. Hoy me estoy refiriendo a algo que es una enseñanza en sí misma: la coexistencia de marcas de su historia, símbolos pequeños o grandes, a veces dolorosos, evocadores de etapas terribles, largas, convulsivas.

Es verdad que la larga era bolchevique destruyó y mató, pensando que eliminaba así una etapa casi interminable de opresión y muerte; es verdad que al caer el comunismo muchos destrozaron estatuas y símbolos de su largo sufrimiento, replicando gestos que se habían hecho al derrocar a los zares. Pero pasada la euforia allí están estatuas de Lenin, una calle con su nombre, los zares en sus tumbas con ofrendas de quienes los extrañan, el acorazado Aurora desde donde se inició la revolución que los eliminó, sólo por citar algunos hitos.

En una estación del subte, de esos espléndidos subtes pensados como refugios también, vi una placa de bronce con la hoz y el martillo y el año, posiblemente de la inauguración de esa estación. Nadie quiso descolgarlo en un “heroico” gesto; nadie le tiró huevos ni le escribió grafitis. Me llamó la atención porque entre nosotros dejar una simple placa diciendo “el coronel Fulano inauguró esto” es sacrílego. Y yo creo que no debe ser así, porque las marcas del tiempo no se curan con cirugías ni relatos acomodados; por el contrario dejarlas allí, enseñan. Ojo, eso no significa alabar a genocidas o propiciar golpes inviables. Digo enseñar, no otra cosa.

No es sacando la estatua de Colón que van a resucitar los incas y aztecas; ni destrozando la de Roca volveremos a oír el grito del malón. Si desaparecen las marcas del tiempo corremos el peligro de ser como esas señoras con tantas cirugías que ni ellas mismas se reconocen.

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En el subte de San Petersburgo se puede apreciar una arquitectura sorprendente y una estatua de Lenin.