Sin los Hermanos Musulmanes

Egipto inicia una nueva era

 

Anne-Beatrice Clasmann

Agencia DPA

En menos de un año, los Hermanos Musulmanes de Egipto pasaron de ser una organización semilegal a la fuerza política más poderosa del país. Pero su profunda caída fue aún más rápida.

Primero, los generales derrrocaron a su presidente, Mohamed Mursi, y luego fue arrestada casi toda la cúpula directiva de la Hermandad Musulmana. Cientos de personas murieron en acciones de la policía contra manifestaciones de los islamistas en agosto. Y ahora ha sido prohibido por decisión de un tribunal el movimiento islamista más antiguo del país.

Los Hermanos Musulmanes están hundidos. Por el contrario, el movimiento juvenil “Tamarud” (Rebelión) siente que está viviendo un auge, después de cooperar con el ejército para acabar con el breve dominio político de los islamistas.

Paredes grises desnudas y ceniceros llenos de colillas. La central del movimiento Tamarud en el centro de El Cairo no es un lugar acogedor. Los hombres jóvenes, que están sentados frente a laptops llenas de polvo, están orgullosos de haber podido provocar, con la ayuda del ejército, la caída de Mursi hace casi tres meses. Pero hasta cierto punto, esos veinteañeros ahora no saben qué hacer.

Quien es joven es considerado como libre de sospecha. Sin embargo, el que tiene más de 35 años y además pertenece a un partido político tiene que justificar su posición ante todas las cosas que salieron mal en el pasado en Egipto, durante la era del presidente Hosni Mubarak, durante el régimen del Consejo Militar, durante las últimas elecciones presidenciales y durante el breve gobierno de Mursi.

Un país dividido

Egipto es en este mes de septiembre de 2013 un país dividido. Reina el odio. Las disputas políticas se han infiltrado en el ámbito privado y en las familias. “Mi primo es seguidor de Mursi. Ya no nos hablamos. Lo he sacado de mi lista de amigos en Facebook”, dice un activista de Tamarud.

La línea divisoria separa a aquellos egipcios que aún querían darle una oportunidad al gobierno islamista de los que se sintieron aliviados cuando después de las protestas masivas organizadas por Tamarud el ejército declaró por fracasado el primer experimento democrático.

Los que apoyan al ejército son sobre todos habitantes de los barrios pobres, donde en el pasado los islamistas tenían muchos votantes y donde al final sus pequeñas marchas de protesta han sido atacadas a pedradas. Viven en los bloques de viviendas austeros de la clase media empobrecida y frecuentan los cafés caros en el barrio de Samalek, adonde los padres jóvenes se llevan los fines de semana también a la niñera etíope para poder beber tranquilamente el té Chai.

El bando de los seguidores de los Hermanos Musulmanes y sus aliados entre los partidos políticos islamistas se ha visto mermado drásticamente en los últimos meses, primero por los errores cometidos por el gobierno de Mursi y después por los ataques a comisarías de policía, iglesias e instalaciones públicas.

Es cierto que el elevado número de muertos registrado durante el desalojo de los campamentos de protesta de los seguidores de Mursi en agosto y la detención de casi todos los dirigentes de los Hermanos Musulmanes llevaron a muchos egipcios a solidarizarse con los islamistas desplazados del poder. Sin embargo, el número de personas que en el pasado votaron por Mursi y que hoy ya no quieren saber nada de él y su movimiento probablemente es igualmente elevado.

La juventud, que cosechó tanta admiración internacional durante la primera oleada de protestas en 2011 sigue estando en cierta medida desorientada. Desconfía de los políticos y los partidos y, por esto, prefiere comprometerse más con organizaciones no gubernamentales.

“Yo quisiera que la gente se sienta bien en esta sociedad”, dice Aya Sein, de 21 años. Esta profesora de inglés y ex estudiante de literatura trabaja ahora para un proyecto cultural. “Lamento que en mi país sean tan pocos los que leen y que nuestro sistema educativo sea tan malo”, afirma.

Con su pantalón ajustado y su cabello revuelto Sein no se diferencia en apariencia de jóvenes de la misma edad en Berlín o París. Para ella y para muchos egipcios de su generación, la ‘democracia‘ hasta ahora solo ha sido una palabra hueca que primero hace falta llenar con vida.

Quien es joven es considerado como libre de sospecha. Sin embargo, el que tiene más de 35 años y además pertenece a un partido político tiene que justificar su posición ante todas las cosas que salieron mal en el pasado en Egipto, durante la era del presidente Hosni Mubarak.