Preludio de tango

Agustín Irusta

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Manuel Adet

Agustín Cipriano Irusta nació en Rosario el 28 de agosto de 1903 y, según se dice, uno de sus primeros maestros musicales fue el padre de Libertad Lamarque, un anarquista que amaba la buena música y creía en la revolución social. La otra novedad de su biografía musical fue la de haber conocido en Santiago del Estero allí estaba haciendo el servicio militar- al maestro Andrés Chazarreta, quien no sólo le enseñó los secretos de la música popular, sino que lo acercó al tango, toda una novedad de parte de quien es considerado uno de los grandes mitos del folclore.

Para mediados de la década del veinte ya está viviendo en Buenos Aires donde en la “Cortada de Carabelas”, inmortalizada por un poema de Julián Centeya, conoce al uruguayo Roberto Fugazot, el hombre con quien compartirán los mejores momentos de su prolongada e itinerante carrera artística. Precisamente, para esa época integra con él un dúo vocal acompañado de Luis Scalon y la guitarra de Humberto Correa, el autor de “Mi vieja viola”. De aquella experiencia musical se dice que quedan algunas grabaciones para la Víctor que los coleccionistas se desvelan por conseguir.

En 1926 y luego de un pasaje por Radio Cultura donde lo acompaña un joven Carlos di Sarli recién llegado de Bahía Blanca, se incorpora a la compañía teatral de Enrique Muiño. Para ese tiempo, Irusta ya se destaca por su estampa de buen mozo, su simpatía personal, un humor que nunca se confunde con la grosería, y los modales de un gran señor. A su pinta y elegancia, le suma sus condiciones de cantor: registro de tenor, afinación perfecta, capacidad interpretativa sobre la base de una voz pequeña pero de notable musicalidad y una manera de interpretar que hace del tango algo así como una confidencia íntima alejada de las modalidades gritonas de algunos de sus colegas.

Es el pianista Alberto Soifer quien le presentará a Francisco Canaro, el director que habrá de aprovechar y desarrollar sus condiciones y que, con su notable visión comercial, le permitirá orientarse en su carrera profesional. Con Canaro, Irusta se destacará como estribillista, uno de los grandes estribillistas de una orquesta que habrá de fundar ese estilo. Para 1927, Canaro viaja a París y en la excursión a la Ciudad Luz ya está incorporado Irusta y su amigo Fugazot. Llegar a París en aquellos años era para un cantante de tango el equivalente a la mayoría de edad con libreta de enrolamiento adquirida, en definitiva obtener la credencial de cantor en el competitivo universo tanguero de entonces. En esos años en Europa, Irusta consolidará su oficio de cantor, se relacionará con los personajes de la bohemia tanguera que trajina por Montamtre, el Barrio Latino y los cafetines del Saint Germain y allí conocerá a guionistas, actores y directores de cine que sabrán aprovechar su voz y su pinta.

De Canaro siempre se dijeron muchas cosas y sobraron críticas acerca de su obsesión por el dinero y su mirada excesivamente comercial del tango, pero lo que nadie le negó es olfato, perspicacia para percibir qué es lo que a la gente le puede gustar en cada momento. Es precisamente él quien le propone a Irusta que marche con Fugazot y Lucio Demare a probar suerte en España, donde el tango se está abriendo paso en Madrid y Barcelona. Es en esas circunstancias que se constituye el Trío Argentino, una propuesta musical que se inicia en el cabaret madrileño Maipo, luego se presentan en el Teatro Maravillas y a partir de allí van a recorrer toda la península convocando durante años a una multitudinaria platea.

Durante casi nueve años el trío Irusta, Demare y Fugazot cosechará éxitos, fama y plata en España. En una de esas idas y venidas, Irusta se reencuentra con Carlos Gardel, una amistad iniciada en Buenos Aires en el célebre stud de Maschio, donde tangueros y burreros se juntaban a comer asados, escuchar buenos tangos y hablar de caballos. Gardel honrará esa amistad interpretando algunos tangos escritos por Irusta en algunas circunstancias solo, en otras con Fugazot o Cadícamo. Es el caso, por ejemplo, de “Dandy”, “Tenemos que abrirnos” y ese notable poema titulado “Reproche”, una curiosa interpelación al tango hecha por un tanguero: “Tango triste tango rante de mi tiempo e’ caferata, yo conozco tu pasado, yo conozco tu traición. Los malevos no te miran con los mismos ojos de antes, porque fue tu cuna el bajo y el lujo tu seducción. Cuántos guapos se marcaron al compás de tus acordes y en el bajo cual fantasmas se trenzaron a facón y tu música doliente si habrá servido de apoyo pa que duerma el sueño reo el pibe de algún matón”.

Como se podrá apreciar, a sus condiciones de cantor Irusta le sumó las de autor, un oficio que desarrolla en sociedad con Fugazot con quien comparte la autoría de temas como “Dandy”, “Tenemos que abrirnos” y ese notable poema que se llama “Donde”, cuya primera estrofa dice más o menos así: “No quiero creer que es una promesa, lo que tu sonrisa me ha querido dar; si ya tenés dueño ¿qué mirada es ésa? ¿Acaso me dice que debo esperar? Mi vida se abraza con ese lamento, lo que te propones de veras no sé, borrá la esperanza de mi pensamiento, decí que me vaya y entonces me iré”. Roberto Rufino fue uno de los primeros en grabar este tango, pero en los últimos años ha sido Cardei quien lo divulgó con su particular talento.

Para 1937, el trío con Fugazot y Demare se separa, pero diez años después vuelven a juntarse a instancia de un empresario cubano que los lleva a la isla y luego les organiza giras por América Latina. Precisamente, las giras por el mundo serán uno de los rasgos distintivos de la biografía artística de Irusta. Durante años el hombre recorrerá los más diversos escenarios donde a sus condiciones de actor le sumará su oficio de actor.

En efecto, ya en España, Irusta había participado en dos grandes producciones de la época: “Boliche” en 1933 y “Ave sin rumbo” en 1935. Estos películas serán el punto de partida de una carrera en la que será acompañado de actrices como Libertad Lamarque, Dolores del Río, una jovencísima Carmen Sevilla y ese actor apuesto y popular que fue Juan José Míguez. Títulos como “Ya tiene comisario el pueblo”, “Cantando llegó el amor”, “El matrero”, “Puerta cerrada”, “Tres hombres de río”, ”El pecado de Julia” y “La guitarra de Gardel” son algunos de los títulos que cuentan con su presencia.

De todas maneras, y más allá de las vicisitudes del bolsillo, el tango será lo distintivo de Irusta. Temas como “Garufa”, “Mañana zarpa un barco”, “Tenemos que abrirnos” o “Malena”, merecen escucharse y disfrutarse, porque los interpreta con maestría. De todos modos, no se puede trajinar por Centroamérica sin ensayar otros géneros como el bolero, el cha cha cha o algo parecido. De todas estas incursiones, lo que merece destacarse es la grabación de “Que nadie sepa mi sufrir”.

A su manera, Irusta fue un embajador del tango en el mundo, al punto que llegó a decirse que durante más de tres décadas en Buenos Aires, Irusta era un turista. En efecto, durante años vivió en Venezuela donde llegó a ser un verdadero personaje de la noche de Caracas. Ya andaba por los ochenta pirulos y seguía manteniendo su prestancia y sus dotes de cantor, hasta que el cáncer le sacó tarjeta roja y marchó al silencio el 25 de abril de 1987.