Ser periodista en Cuba

Calixto Martínez: “Sé que puedo volver a prisión, pero es el costo por decir la verdad”

  • A sus 43 años, soportó torturas y enfrentó dos huelgas de hambre. Su delito: haber denunciado que existía un brote de cólera en el oriente de su país.
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José Curiotto

E-mail: [email protected] Twitter: @josecuriotto

Calixto Ramón Martínez no soporta estar callado. Mucho menos, que lo callen. Quizá por eso, se convirtió en periodista independiente en su querida Cuba, un lugar donde hacer periodismo está literalmente prohibido.

Tiene tanto para decir que habla de manera apresurada, consciente de que debe aprovechar al máximo las pocas oportunidades en que puede hacerse escuchar.

En Cuba, ser periodista independiente e intentar decir algunas verdades tiene sus costos. Pero él está dispuesto a pagarlos: estuvo detenido junto a homicidas y violadores, fue torturado por sus carceleros y soportó dos prolongadas huelgas de hambre durante las cuales fue alojado en una celda de castigo y sólo le permitieron beber agua por las noches.

El delito que Calixto cometió fue haber informado, a mediados del año pasado, sobre un brote de cólera en el oriente de su país. La información era real, pero la enfermedad se había convertido en un secreto de Estado. A tal punto que, mencionar en público la palabra cólera, podía significar una multa o pena de prisión.

Nació el 20 de agosto en 1970 en un caserío humilde conocido como el Jíbaro de San Ramón, en la región de la Sierra Maestra. Más precisamente en el municipio de Campechuela, provincia de Granma, a 15 kilómetros de la carretera más cercana, que enlaza las ciudades de Bayamo y Niquero.

A los 13 años, enfrentó un episodio que lo marcó de por vida. Llegó a sus manos un ejemplar de “La edad oro”, una revista mensual para niños con textos de José Martí. Allí, encontró una carta titulada “Los tres héroes”, en la que Simón Bolívar, José de San Martín y Miguel Hidalgo, discutían acerca de la importancia de la libertad de expresión.

“Me di cuenta de que en Cuba no podíamos expresarnos libremente. Y entonces, no éramos hombres libres”, recuerda 30 años después.

Al escucharlo hablar de esa manera, su abuelo lo acusó de contrarrevolucionario y decidió denunciarlo ante la policía. Afortunadamente, sus tías intercedieron y convencieron a aquel hombre de que no lo hiciera, pues seguramente se trataba de una confusión pasajera de su nieto.

—¿Qué recordás de tu época en la escuela?

—Desde 1959, con la llegada de Fidel Castro al poder, hasta hoy en día, es un tema de adoctrinamiento. Desde primer grado se les inculca a los niños el amor por los líderes de la revolución.

Cuando uno comienza a leer, la primera palabra que aprende es el nombre de Fidel Castro. Aún lo recuerdo: la f con la i, dice Fi; la de con la e, dice de, y con la l dice él... ¿Qué dice?: Fidel.... Luego llegaba el momento de aprender palabras como mamá y papá.

A pesar de todo, el sistema educativo de aquellos tiempos era muy bueno porque había buenos maestros. Calificados, preparados en una escuela universitaria. La situación cambió. Algunos se retiraron y otros no quieren seguir ejerciendo porque los salarios son muy bajos.

Debido a mi situación económica y a mi pensamiento político que ya comenzaba a aparecer, sólo pude llegar hasta el noveno grado.

—¿Cuándo comenzaste a notar que algo no estaba bien?

—A los 13 años tuve el primer debate político con mi abuelo. Él era un ferviente seguidor de la revolución. Yo había leído una carta de José Martí, titulada “Los tres héroes”, en una revista llamada “La edad de oro”. Me di cuenta de que en Cuba no éramos libres de decir lo que pensábamos.

—¿Cómo comenzaste a pelear por tus ideales?

—En 2002, firmé un petitorio reclamando mayores libertades y desde entonces se me prohibió trabajar para el gobierno.

En 2004, incursioné en un movimiento que llamamos la Corriente Martiana. Consistía en reclamar cambios en Cuba, basados en los ideales de José Martí.

En 2009, viendo la necesidad de personas que denunciaran ante el mundo la difícil situación que se estaba viviendo, decidí comenzar a trabajar como periodista. Un grupo de muchachos nos reunimos y dijimos: vamos a hacerlo.

Conseguimos algunos libros de periodismo, estudiamos, aprendimos algunos principios elementales.

—¿Qué tipo de periodismo?

—Lo mío es el periodismo social. Me dedico a denunciar cosas que ocurren en la sociedad civil, a buscar temas de investigación, cómo funciona la salud, la educación, por qué hay tantos niños que padecen ciertas enfermedades, por qué aumentan las muertes materno infantiles.

En Cuba, es imposible acceder a información oficial sobre estos temas. Debo salir a investigar, a consultar distintas fuentes. Ningún periodista -independiente o de la prensa oficial- tiene derecho de acceder a datos del Estado. Sólo puede lograrlo si cuenta con una carta firmada por el Consejo de Estado, donde se le autoriza a realizar una investigación.

Sin esa carta, quien comienza a preguntar es denunciado ante la policía. Llaman a la seguridad del Estado y te detienen automáticamente. En 2003, hubo periodistas que fueron condenados a 30 años de cárcel por buscar información.

En junio de 2012, revelé que existía un brote de cólera en el oriente del país, en la ciudad de Manzanillo. Por eso, terminé en prisión, pero el gobierno se vio obligado a reconocer que era un brote. Hasta ese momento, en esa ciudad el que mencionaba la palabra cólera era detenido. Le ponían 20 pesos de multa y una carta de advertencia. Si volvía a pronunciar esa palabra, iba preso dos años.

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—Vos, ¿cómo te enteraste?

—Fue a través de una Dama de Blanco. Una de ellas viajó a Manzanillo y vio que el hospital estaba tomado por la policía. Empezó a preguntar y le contaron que había policías de uniforme y de civil, investigando quién hablaba del cólera para meterlo preso.

Ella se paró frente al hospital y se entrevistó con algunos médicos. Le dijeron que era un secreto. Se comunicó conmigo. Yo tomé la información y llamé a mi familia, que coincidentemente vive en esa zona del país. Me dijeron que había personas enfermas. Empecé a hacer llamadas al azar y todos coincidían. La gente tenía mucho miedo, pero me comenzaron a confirmar lo que ocurría.

—¿Dónde lo publicaste?

—Lo hice a través de una página que se llama Hablemos Press, con quienes yo trabajaba. Una agencia de prensa independiente radicada en Cuba.

—¿Cuáles fueron las consecuencias?

—Me costó ir a prisión. Luego de la denuncia, se fueron enterando de que yo era el periodista. La gente se empezó a conectarse conmigo para informarme sobre otros brotes a lo largo del país.

Al aeropuerto José Martí de La Habana llegó un cargamento de ayuda médica -cinco toneladas- para que Cuba enfrentara este brote. Pero el gobierno cubano se rehusó a utilizarlo porque dijeron que tenían material humano y equipos como para combatir la enfermedad.

Dejaron echar a perder la ayuda en el patio de la Terminal 5 del aeropuerto internacional. Un trabajador de allí me informó sobre lo que estaba pasando. Me pidió que fuera a ver lo que ocurría.

Yo fui a investigar y me estaba esperando la policía. Pude confirmarlo. Me detuvieron y me trasladaron a una unidad policial que se llama Santiago de Las Vegas. Allí, me golpearon brutalmente. Tan fuerte que tuve que ser hospitalizado por 15 días. Los médicos no me aseguraban que pudiera volver a ver, debido a los golpes recibidos en los ojos.

Me golpearon durante dos días. Sin asistencia médica. Entonces, una doctora que pasó por la unidad de la policía para controlar a los detenidos me vio. Armó un escándalo para que me dieran atención médica.

Les dijo que yo era un ser humano. Me trasladaron a otro lugar y me atendió un médico de la policía. Él dijo que estaba en desacuerdo con que me golpearan y no me brindaran atención.

Dijo que debían llevarme con especialistas porque el caso era muy complejo. Entonces, me derivaron al hospital policial durante 15 días.

Luego fui trasladado a la prisión de Valle Grande. Estuve dos meses ahí por el delito de desacato a los líderes de la revolución. Me llevaron después a la prisión de Combinado del Este, donde me tuvieron casi cuatro meses con delincuentes comunes, con asesinos, traficantes de drogas, violadores.

En la celda éramos 38 personas. Los mismos presos decían que era una locura que yo estuviera allí. Me declaré en huelga de hambre. Una de 31 días. Otra de 23 días. Hasta que me liberaron.

—¿Cómo te trataban durante la huelga de hambre?

—En Cuba, cualquier preso que realice un reclamo es considerado indisciplinado. Te llevan automáticamente a una celda de castigo. Te aíslan de todo el mundo. Es un espacio chiquito. De dos metros de ancho, por dos de largo. Tienen ahí mismo el baño. Durante el día te quitan el colchón y te lo dan por la noche.

Durante el día, estaba parado o sentado en el piso. Sin agua. Para tomar tenía que esperar hasta la noche. La idea era que yo desistiera del ayuno debido a la sed. Todo esto ocurrió en septiembre de 2012. Luego, en noviembre, me llevaron a Combinado del Este, hasta abril. Todo por decir que había cólera.

—Cuando tenés una información, ¿sólo podés publicarla en Internet?

—También hacíamos unos boletines que distribuíamos entre la población. En Cuba, no pueden circular periódicos que no sean los medios oficiales del Estado. El boletín era una hoja, por delante y por detrás. Con las noticias más importantes.

El uso de Internet en Cuba es muy difícil porque cuesta 4,5 dólares la hora. Por eso, nosotros utilizamos Internet en algunas embajadas, principalmente de República Checa, de Suecia y en la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana.

Nos dan turnos. Yo tengo dos horas al mes, porque somos muchos. Necesitamos que otras embajadas nos permitan utilizar Internet. Un periodista que publica cada 15 días sabe que la noticia ha perdido actualidad.

—¿Y de qué vivís?

—Yo vendo ajo en La Habana, trabajo de albañil, arreglo un patio. A veces como campesino.

Tengo muy poco tiempo para trabajar en periodismo. Y lo que no tengo es tiempo para descansar. Durante el día me gano la vida y por la tarde o noche me dedico a ser periodista.

Para hacer los boletines, en algunas ocasiones, recibimos alguna ayuda de Reporteros Sin Fronteras u otras organizaciones europeas. Pero siempre es muy poco. Alcanza para comprar tinta, algún paquete de hojas, pero lo demás lo ponemos nosotros con nuestros propios medios.

—¿Cuál es tu ingreso mensual?

—Vendiendo ajo a veces me va bien. Tengo días en los que puedo ganar entre 100 y 200 pesos. Eso equivale a ocho dólares y es bastante, porque es el salario mínimo de un trabajador en el mes entero. El salario medio es de 400 a 500 pesos por mes. En dólares, un empleado medio del Estado gana entre 16 y 20 dólares mensuales.

—¿Cambió algo con la llegada de Raúl?

—Sí hubo cambios, aunque la población dice que son cambios cosméticos. Pero están dando alguna luz. Por ejemplo, se liberó el derecho a trabajar por cuenta propia. Hay gente que monta pequeños negocios, cafeterías, zapaterías, heladerías. Eso no se pudo hacer durante décadas.

También se abrió el derecho de entrar y salir del país. Eso sí, tienen que recibir invitación desde otro país, porque el cubano no tiene dinero para pagar el viaje. El gobierno cubano te entrega el Pasaporte rápido. Pero cuesta 100 dólares. Para muchos trabajadores, representa el salario de todo un año.

—¿Son muchos los periodistas independientes?

—Somos muchos. Más de 100 seguramente. Nos hemos formado buscando información y escribiendo como podemos. Pero hemos ido creciendo. Uniéndonos. Intercambiando conocimientos.

—¿Cómo ves tu futuro? ¿Cuáles son tus planes?

—Lograr que cambie el sistema en Cuba y que exista una verdadera apertura hacia la democracia. Que exista el derecho a la libertad de expresión. Poder trabajar como periodista en un país libre y en una sociedad democrática.

Quiero seguir haciendo periodismo y preparar un grupo de personas para que sepan lo importante que es exigir rendiciones de cuentas al gobierno.

—¿La gente sigue creyendo el discurso oficial?

—En estos momentos, pocos creen en el discurso oficial. Sí, creyeron ciegamente hasta mediados de los noventa. Pero en 1993, se levantó la prohibición de regresar al país para los cubanos que se habían ido. Entonces, cubanos exiliados empezaron a volver de visita a Cuba y el pueblo empezó a descubrir que no todo lo que se decía del resto del mundo era verdad. Se produjo un desengaño de la población en general. Aunque la represión es muy fuerte contra todo aquel que se manifieste contra el gobierno.

—¿Se podría abrir la economía y democratizar Cuba de un día para otro?

—Ningún país que viva más de 50 años bajo una dictadura totalitaria, puede estar preparado para vivir en una sociedad democrática. Son transformaciones que llevan tiempo. Pero hay que intentarlo porque nadie nace sabiendo vivir en democracia. Se va aprendiendo poco a poco.

La revolución está caída. Lo que los mantiene en el poder es el terror que supieron sembrar en el pueblo.

—¿A qué le tenés miedo?

—A que se prolongue por más años la dictadura y a un cambio brusco en el país, porque podría haber muchos muertos. Los de la seguridad del Estado creen que van a ser juzgados por los crímenes que han cometido. Y entonces harán todo lo posible para evitarlo. Podría haber una matanza en Cuba, una ola de venganza.

Tenemos que preparar al pueblo para que comprenda que no se puede vivir pensando en la venganza. Que hace falta una revolución de terciopelo. Que todo el mundo, cuando caiga el sistema, sea capaz de abrazarse y dejar atrás el dolor.

Sé que puedo volver a prisión, pero es el costo que se debe pagar por decir la verdad y cuando uno lucha por una causa que considera justa.

—¿Por qué seguís arriesgándote, después de todo lo que te pasó?

—Es la necesidad del pueblo cubano de tener alguien que se encargue de denunciar lo que está viviendo. Yo tengo un compromiso con mi gente, porque cada día me conocen más cubanos y llegan a mí para contarme sus problemas.

Yo no podría echarme para atrás y decirles que no voy a escribir lo que a ustedes les sucede. Tengo un compromiso y debo seguir adelante.

"Tenemos que preparar al pueblo para que comprenda que no se puede vivir pensando en la venganza. Que hace falta una revolución de terciopelo. Que todo el mundo, cuando caiga el sistema, sea capaz de abrazarse y dejar atrás el dolor".


"Los de la seguridad del Estado creen que van a ser juzgados por los crímenes que han cometido. Y entonces harán todo lo posible para evitarlo. Podría haber una matanza en Cuba, una ola de venganza".