La modernización de los países árabes

Las movilizaciones de masas que pusieron fin a dictaduras despóticas han sido el primer capítulo de un itinerario histórico con un desenlace difícil de predecir.

La llamada “primavera árabe” está generando más interrogantes que respuestas. Las movilizaciones de masas que pusieron fin a dictaduras despóticas han sido el primer capítulo de un itinerario histórico con un presente cargado de aprensiones y un desenlace difícil de predecir. Los temas que se debaten son múltiples, y si bien están relacionados, cada uno posee su propia lógica interna.

Dictadura o democracia es una de las contradicciones vigentes para algunos historiadores, pero en realidad lo que habría que preguntarse es acerca de la relación entre la democracia y el Islam. El caso de Egipto, en este sentido, es elocuente. El experimento islámico de los Hermanos Musulmanes ha fracasado, pero a los militares les cuesta mucho diseñar un orden político medianamente estable sin la participación de esta tradicional fuerza política. La experiencia de Egipto no es en lo fundamental muy diferente a la que protagonizan otros pueblos de Medio Oriente, por lo que existen motivos para ser pesimistas respecto del futuro.

La hipótesis de que estos pueblos no están preparados para la democracia, pareciera -a la luz de los hechos- tener cierto sustento real, aunque no faltan quienes aseguran que el proceso de democratización es irreversible a condición de que no se les exija a estos pueblos que hagan en pocos meses o años lo que en Occidente llevó décadas y, en no pocos casos, siglos. Lo que se resalta en estos casos es que contradiciendo el punto de vista que habla de la “excepcionalidad árabe o islámica” las transiciones de las dictaduras a la democracia ya se han iniciado en Medio Oriente y, más allá de los inconvenientes, estos procesos no tienen retorno.

Es verdad que como punto de partida no ha sido demasiado difícil unir al pueblo para derrocar a las dictaduras, pero no bien esta etapa se cumplió, se hicieron evidentes las añejas contradicciones de la región, cuyos rasgos centrales se expresan en la confrontación entre Estado secular o Estado islámico; hegemonía chiita o sunnita, y rivalidades entre árabes y persas. Lo seguro, de todos modos, es que el islamismo ha venido para quedarse y, al respecto, ya existen experiencias que intentan compatibilizar las diferencias entre chiitas y sunnitas. El islamismo, en efecto, es una realidad muy fuerte en estos países, pero la pregunta que surge a continuación refiere a la naturaleza del Estado y al nivel de libertades civiles y políticas que el islamismo político está dispuesto a reconocer.

Capítulo aparte merece el caso de Al Qaeda y su instinto oportunista para valerse de estas crisis y pescar en río revuelto. Su presencia en Siria, por ejemplo, atizando la guerra civil es un ejemplo típico, a lo que se le debe sumar el carácter dictatorial y terrorista del régimen y el fanatismo religioso de uno y otro lado, actitudes que conspiran contra cualquier intento de arreglo pacífico.

Como se podrá apreciar, el escenario es complejo y habría que descartar en principio cualquier expectativa de resolución inmediata. El proceso de modernización en Medio Oriente llevará tiempo y se hará, atendiendo a la naturaleza de su devenir histórico, pero hay buenos motivos para creer que la democratización iniciada por la llamada “primavera árabe” terminará por consolidarse.

El proceso de modernización en Medio Oriente llevará tiempo y el camino de la democratización se hará, atendiendo a la naturaleza de su devenir histórico.