Artes Visuales

“Fortalezas vacías”

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Obra de Fernanda Aquere que se exhibe en el Museo de Arte Contemporáneo de la UNL. Foto: Archivo El Litoral

 

Domingo Sahda

Con el nombre que titula la presente columna, la artista plástica Fernanda Aquere expone al público el producto de sus investigaciones en torno al espacio expresivo-comunicacional nombrado, tanto sea como arte plástico, lenguaje viso-espacial, configuraciones referidas al plano y al espacio, artes visuales, entre otras rotulaciones que suponen distanciarse del perimido concepto de Bellas Artes. Los trabajos expuestos se dirigen a una franja socio-etaria interesada y/o vinculada precisamente a estos menesteres, en tanto se suponen resultado de una acción inteligente no convencional, ajustada a determinados rituales de lectura y percepción del hecho en sí mismo, en un ámbito de rotulación precisa: el Museo de Arte Contemporáneo (MAC-UNL), sito en Bv. Gálvez 1578, ciudad de Santa Fe. De este personal modo, y a través de aquello que se exhibe, la autora interpreta que se interpela a sí misma y a la sociedad y su entorno, subrayando estados o acciones pertinentes, referidos a la contemporaneidad subjetivada en la que se siente inmersa, intentando hacer partícipes a terceros con aquello que expone. La muestra-experiencia lleva por nombre “Fortalezas vacías” y nos enfrenta a “instalaciones” que envían nuestra atención a hipotéticos espacios sociales de protección -“fortalezas”- en los que la expresión y la vida aparecen como ausentes. Son “instalaciones”, entendidas como construcciones deliberadas en el espacio que las recepta y que se fundamentan en las así llamadas “experiencias vitales y cognitivas”, en tanto el ocasional visitante deviene en coautor de la obra, en sí misma un “receptáculo”. Quien recorre los espacios delimitados es el coautor de la obra expuesta, aquel que le otorga sentido a aquello que, en principio y desde la instancia ponderativa, se observa como un cuidadoso trabajo de elaboración y montaje espacial. El “objeto”, la “cosa” distintiva del lenguaje visual, en tanto interpelación al observador, enunciada desde su presencia matérico-espacial, desaparece porque se transforma en proposición espacial a recorrer, y al hacerlo sentir una hipotética diversidad de sensaciones y tensiones emocionales conflictivas prefijadas y evaluables. La proposición expuesta deviene en acción corporizada, teatralización de aquello que la contemporaneidad ha denominado “performance”, hecho vivido como experimentación de acciones prefijadas por la autora, quien afirma (entrevista en El Litoral, Escenarios y Sociedad, 22-11-13) que “la instalación, práctica elegida para esta muestra, me brinda la posibilidad de abordar el espacio en su totalidad y me permite experimentar, además, con otra materia”.

Aquí la lectura de un código lingüístico distintivo, aquel que hace al lenguaje en tanto tal, subvierte una acción actitudinal temporo-espacial, que báscula entre lo situacional específicamente pautado, lo visual y lo eventualmente auditivo. En este “maremagnum” de concomitantes significativos, la dispersión de sentido está a la mano, y la circunstancial curiosidad ante lo insólito gana el espacio señalado. Nos internamos de este modo en ámbitos socioculturales ajenos a los presupuestos del vínculo de los lenguajes, para situarnos en territorios que oscilan entre el sofisticado hermetismo de carácter selectivo. dirigido a presuntos “iniciados” o, eventualmente, a la momentánea curiosidad circunstancial sin efectos posteriores. De tal modo, aquello que la sociedad humana ha atesorado como logro permanente que atraviesa los siglos y las culturas, urbi et orbi, el arte como lenguaje vinculante, se transforma en instalación perecedera sólo registrable mediante sucedáneos, la fotografía, que de modo inerte sólo informará aspectos exteriores circunstanciales, nunca la esencia de lo producido.

Todos los procesos de búsqueda y exploración resultan válidos en tanto configuran un accionar comprometido con el espacio vital elegido, en este caso el arte visual, en tanto no se deslicen por atajos espectaculares que impactan por su imponencia, impregnándose de supuestos teóricos inherentes a otros saberes. La exploración de conductas perceptuales y su incidencia en el conglomerado social contemporáneo son terreno propicio para las investigaciones propias de las ciencias sociales, de estudios sistemáticos en torno a diversas patologías sociales. El lenguaje, el arte, se nutren de esos resultados para configurar obras específicas en su terreno.

Dice Eduardo Subirats en el prólogo de su obra “Linterna mágica: vanguardia, media y cultura tardomoderna” (Edit. Siruela, Madrid, 1997) dice: “Las vanguardias han sido celebradas, incluso o precisamente en medio de una cultura integralmente administrada y musealizada, como proyecto emancipatorio, cristalización de una transformación social revolucionaria, y como experimento formal y social positivamente utópico. En los últimos años, sin embargo, esta interpretación afirmativa de las vanguardias ha sido contrastada ante el espectáculo de su efectiva comercialización, de su trivialización y, por ende, de su descrédito”. Esto no significa en modo alguno avalar las ñoñerías plásticas de aquí y de allá, pues el lenguaje visual no es “una ocupación para el tiempo libre para algunos desocupados y/o desorientados”.

La humanidad, desde la noche de los tiempos, ha hecho de la imagen un vínculo portador de sentido y significado que atraviesa los siglos. Ha sido y es malla de contención que define la condición humana, en tanto ser vivo creador de vínculos. Cuando el discurso ofrecido demanda constantes explicaciones, inevitablemente se dirige a supuestos iniciados o entendidos. Deja de ser lenguaje para convertirse en “contraseña”.