Patrimonio de la humanidad

Turquía recupera su cultura del café

Las prisas de la vida moderna han dejado a esta antigua costumbre turca algo arrinconada. Sin embargo, poco a poco vuelve a popularizarse entre las jóvenes generaciones, que redescubren las minúsculas tacitas de café como el complemento ideal de su tiempo de ocio.

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La bandeja con el juego tradicional del café turco: tacita, vaso de agua y dulces. Foto: Agencia EFE

 

Redacción El Litoral

Agencia EFE

Un café, por favor. La frase no es demasiado habitual hoy día en el país que inventó la cafetería, pero vuelve a popularizarse entre las jóvenes generaciones turcas, que redescubren las minúsculas tacitas de café como el complemento ideal de su tiempo de ocio.

El espaldarazo que la UNESCO le dio al inscribir la “cultura del café turco” en su registro de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, ha contribuido a darle lustre a una antigua tradición marginada en las últimas décadas.

“El café turco crea un espacio de tranquilidad, de intercambio con amigos. Cuando te tomas un café turco con alguien es para tener tiempo, para hablar”, explica Marti Gürtuna, una joven abogada.

“Es algo muy distinto del café expreso europeo, que se bebe para mantenerse despierto”, cree.

Precisamente las prisas de la vida moderna han dejado la costumbre turca algo arrinconada: como gran parte de sus colegas, Gürtuna toma un café instantáneo por la mañana “porque el café turco no se puede tomar con prisas”.

Historia de una tradición

La primera cafetería de Estambul abrió en 1544, popularizando así entre las clases urbanas una bebida tradicional en Etiopía y Yemen. Un siglo más tarde, el hábito se extendió, a través de Venecia, por toda Europa y empezó a ser sinónimo de debate intelectual, reunión social y tiempo libre.

La catástrofe para el café vino en 1923, con la derrota del Imperio Otomano y la pérdida definitiva de las provincias árabes, desde donde se importaba el preciado grano.

Entonces, el fundador de la República Turca, Mustafa Kemal Atatürk, ideó una solución para impedir que la joven nación se arruinase comprando café al ahora enemigo: introdujo el té, dado que este arbusto, a diferencia del cafeto, sí puede plantarse en Turquía.

Desde allí, la auténtica bebida popular turca es el té, mientras que el café -varias veces más caro- queda relegado a las clases más ricas y a menudo a reuniones de hombres tradicionales.

Por eso proliferan las cadenas anglosajonas en Estambul: “Las mujeres vamos a las cafeterías de estilo americano o europeo, no porque el café sea mejor sino para ir solas con nuestro portátil, o con nuestro amante: allí te puedes besar. En las típicas cafeterías turcas no puedes”, resume la escritora turca Buket Uzuner.

Un exquisito ritual

El café, molido muy fino, es puro, y no se mezcla con especias como ocurre en los países árabes.

Además constituye una ceremonia del hogar. “Hay que hacerlo despacio”, explica Gürtuna: “Se echan dos o tres cucharaditas de café y un poco de azúcar al ‘cezve’, un cazo de latón o cobre con largo asa, se añade agua, se remueve y se pone a fuego muy lento, necesariamente de gas, no una placa eléctrica, que calienta demasiado rápido”.

“Cuando sale la espuma, se echa un poco a las tazas para que esté bien repartida -la espuma es fundamental para un buen café- y el resto vuelve al fuego hasta que hierva y se reparte”, agrega.

Es una ceremonia tradicional importante: “Cuando un chico visita por primera vez a la familia de su novia, ella suele hacer café para todos, pero en la taza de él pone sal en lugar de azúcar. Si aún así él se bebe el café, entonces es que la quiere”, sonríe Gürtuna.

Pero el rito no termina acabado el café: también es costumbre darle la vuelta a la taza para leer los posos y predecir el futuro, un hábito llamado “fal”.