editorial

El relato se derrite

  • Capitanich está obligado a mentir cada mañana respecto de una realidad que hasta la más básica de las amas de casa experimenta cada día cuando hace las compras para su casa.

Termina el año, y el agobio meteorológico se corresponde con un profundo cansancio de la población, sometida de continuo al estrés político que produce el gobierno de los Kirchner. Nada es sencillo en la Argentina. Cada jornada está tensada por la protesta de sectores perjudicados por algún motivo. Las calles, avenidas y rutas se cortan aquí y allá por grupos que carecen de luz y agua, o que perdieron el trabajo, o que piden la actualización de sus retribuciones, o un bonus de fin de año, que en el mundo es un premio a la mayor productividad y aquí se perfila como un suplemento del aguinaldo, haya o no productividad.

Nuestro país se vuelve cada día más irregular y casuístico, el poder sectorial reemplaza a las normas vigentes en las relaciones cotidianas, el facto se impone a la ley, las instituciones se vacían, y el nuevo jefe de Gabinete, convertido en el lenguaraz oficial, agota cada jornada el pequeño crédito que lograra en sus primeras presentaciones a fuerza de sentido común. Es que de esa esperanza inicial queda poco y nada. Reconvenido -y desautorizado- por la presidenta, ha vuelto al libreto oficial. En consecuencia está obligado a mentir cada mañana respecto de una realidad que hasta la más básica de las amas de casa experimenta cada día cuando hace las compras para su casa. Por eso su esfuerzo dialéctico se hace trizas contra la directa percepción de los ciudadanos de a pie que tienen sus bolsillos desflecados por la rampante inflación.

Frente al destructivo fenómeno, reactivado por la equivocada política económica que nos lleva al infierno de la reincidencia, Jorge Milton Capitanich reivindica la salud de la ecuación macroeconómica y reduce el problema a la voracidad de los comerciantes. Para él no hay inflación y las cifras del Indec son correctas. Este empecinamiento en sostener contra viento y marea un relato oficial dogmatizado le agrega leña al fuego del malhumor social. Para colmo de males, Capitanich se siente incómodo en el traje de Guillermo Moreno, el creador de una fábula urgida hace años por indicadores que generaban preocupación en el último tramo del gobierno de Néstor Carlos Kirchner. Pero ocurre que aquella jugarreta estadística para salir del paso, ante el progresivo desmejoramiento de los fundamentos macroeconómicos, terminó convirtiéndose en una pieza maestra -pero fallada- de la economía gubernamental.

Como si se tratara de un país de niños, la culpa siempre la tienen los otros. Frente a cada crisis, el gobierno kirchnerista traslada responsabilidades, nunca las asume. Conspiraciones mundiales y sectores internos destituyentes son los causantes en las sombras de los problemas del país. Jamás se aceptarán errores propios. El gobierno es un ejemplo de gestión y un modelo a observar para un mundo que se derrumba.

En esa dirección los distintos ministerios produjeron los resúmenes ejecutivos -con cifras oficiales a medida- que abastecieron los discursos autosatisfactorios de la Cristina de cadena nacional. Con cada intervención inyectaba más bronca en las audiencias no adictas. Y el resultado se vio en las urnas de las Paso, primero, y en las buenas, después.

Quizá tarde, la presidenta comprenda -aunque nunca acepte- que los únicos que le dijeron la verdad fueron el periodismo crítico y algunos de sus adversarios políticos. Nada le hizo tanto mal como la obscena corte de untuosos aplaudidores oficiales. Es probable que hoy se vea más claro, cuando “el mundo” se recupera y la Argentina se hunde luego de una década de populismo.

Nada le hizo tanto mal como la obscena corte de untuosos aplaudidores oficiales.