Tribuna de opinión

Una historia de mujeres

Luis Daniel Rubeo (*)

Corría el año 1968, sería junio o julio, porque ya se venían las ansiadas vacaciones de invierno. La mamá de un amigo de aquellos años, una maestra petisita y delgada, una de las tantas tardes en las que varios compañeros de escuela merendábamos en su casa, nos quiso hablar de Historia. “Algo distinto”, dijo, y con esas dos palabras logró que todos los compinches pusiéramos la máxima atención, por lo corriente algo difícil antes de ir a jugar a la pelota. Lo cierto es que la maestra empezó diciendo que no hay una sola historia, que la historia que escriben y cuentan los de arriba es un relato repleto de héroes intocables, proezas inigualables y en la que muy pocas veces las protagonistas de esos hechos inmensos fueron mujeres.

Esa tarde fría escuché por primera vez la palabra “machismo” o algo similar a lo que años más tarde fue definido así. Y si bien yo sabía quién había sido Eva Perón, Evita, también fue la primera vez que alguien me hablaba de Juana Azurduy; Encarnación Ezcurra, esposa de Juan Manuel de Rosas; Manuela Sáenz, otra patriota que luchó en la Guerra de la Independencia; Rosario Vera Peñaloza, esa enorme educadora y pedagoga riojana que sembró de jardines de infantes buena parte de la Argentina. En fin, una larga serie de nombres de mujeres que habían realizado proezas que no constaban en la mayoría de los libros de Historia o que aparecían en ellos -en el mejor de los casos- de modo mezquino en algún opaco y perdido recuadrito.

Vaya entonces este reconocimiento, en este Día de la Mujer, a ésas y a todas las mujeres, muchas de ellas injustamente postergadas, indolentemente olvidadas, violentadas y sometidas. A las luchadoras anónimas, a las jefas de hogar, a las brillantes mujeres que aportan su conocimiento, sus saberes para hacer de este un mundo mejor que el que los hombres hemos construido. A todas, por su ternura y también por su temple y coraje, este reconocimiento no sólo debe quedar circunscripto a una fecha especial sino puesto de manifiesto cada día de nuestras vidas.

OTRAS LUCHAS , LA MISMA LUCHA

Hoy también se llevan adelante luchas que pugnan por lograr el reconocimiento del rol de la mujer en términos de derechos e igualdad. En ese sentido, entiendo que el fallo judicial que confirmó en su banca a la diputada Mariana Robustelli, se enmarca en esa reivindicación del rol protagónico de la mujer en cualquier ámbito de acción, en este caso la política.

Como se recordará, el deceso de la querida diputada Silvia De Césaris volvió a poner en debate ese rol, en este caso en torno del cupo femenino. Nuestra posición fue clara, debía ingresar una mujer, la primera en la nómina de diputadas y diputados suplentes, lo cual inequívocamente representaba el otorgamiento de la banca vacante a la compañera Robustelli. Otros no lo interpretaron así, pese a que las decisiones del cuerpo parlamentario son soberanas, y llevaron el caso a la Justicia. Y el fallo en primera instancia, que celebro, dejó en claro que se debe respetar el cupo femenino. Otra reivindicación, en este caso de rigurosa actualidad en la lucha de las mujeres en pos de construir una sociedad más justa y sin discriminaciones de ningún tipo.

DEL PASADO AL PRESENTE

Nunca pensé que la impresión que me causó el relato de aquella maestra sobre la historia de Juana Azurduy volvería a tener, muchos años más tarde, un profundo sentido. Como todos saben, esta heroica mujer luchó contra los realistas codo a codo junto al general Manuel Belgrano y Martín Güemes, y fue honrada con el reconocimiento del propio Simón Bolívar, quien llegó a decir que Bolivia, la tierra natal de aquella gran mujer, no debería llamarse así en honor suyo, sino Azurduy o Padilla, el apellido de Manuel, esposo de Juana. “Son ellos quienes hicieron libre a este país”, le dijo Bolívar al mariscal Antonio José de Sucre.

Azurduy fue ascendida al grado de coronel por el libertador venezolano, quien le otorgó una pensión para que pudiera vivir dignamente, porque a pesar de su coraje y sacrificio en pos de la liberación sudamericana, la rodeaba la indigencia más feroz. Pero hasta ese reconocimiento le fue quitado, y en la miseria, deambuló años por las provincias del Chaco y Salta, hasta su muerte, antes de cumplir los 82 años. Murió un 25 de mayo, nada menos, como para recordarle a quienes la condenaron al olvido el inicio de la epopeya independentista, pero pese a su heroica entrega, fue enterrada en una fosa común.

Tuvo que ser otra mujer -no podía ser de otra manera- quien tomara la decisión de reivindicar la figura de Juana Azurduy en varios aspectos: el 14 de julio de 2009, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ascendió post-mortem a Juana del grado de teniente coronel a generala del Ejército Argentino, y en 2010 depositó el sable y las insignias de generala en su tumba. No sólo eso, Cristina y el actual presidente boliviano Evo Morales sellaron el tratado que dispone que la fecha del nacimiento de Juana Azurduy sea declarado como el Día de la Confraternidad Argentina-Boliviana.

(*) Presidente de la Cámara de Diputados de la provincia de Santa Fe

Vaya entonces este reconocimiento, en este Día de la Mujer, a ésas y a todas las mujeres, muchas de ellas injustamente postergadas, indolentemente olvidadas, violentadas y sometidas.