Crónica política

La Argentina que viene

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¿Anticipo? La celebración de los 29 años de democracia en 2012 reunió a las principales fuerzas de la oposición. ¿Volverá a ocurrir? Foto: Tony Gómez/Dyn

por Rogelio Alaniz

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“Puedo comprometerme a ser sincero, pero no me pidan que me comprometa a ser imparcial”. Ortega y Gasset

Del futuro político la única certeza que tenemos es que en 2015 este gobierno se va, lo cual para más del sesenta por ciento de los argentinos es una buena noticia. La señora se va, pero no se sabe muy bien quién la reemplazará. Los nombres disponibles hasta el momento son cuatro o cinco: Scioli y Massa, en el peronismo; Macri, Cobos y Binner, en la oposición. Hay otros aspirantes, pero hasta el momento sus chances son muy reducidas. Sobre estos temas el de los candidatos-, nunca conviene hacer pronósticos definitivos, pero es bueno saber que los candidatos presidenciales no se forjan de la mañana a la noche y que en política no es aconsejable, ni práctico ni deseable alentar la llegada del Mesías que promete la salvación nacional.

El kirchnerismo se va pero, ¿se sabe qué es lo que viene en su lugar? Por lo pronto, el peronismo intentará reciclarse a través de Scioli o Massa. Lo prudente sería que diriman la candidatura en una interna abierta, pero en política no siempre se opta por lo prudente. Al respecto, lo que se sabe es que ni uno ni otro quiere someterse a una interna, porque cada uno cree disponer del carisma necesario para obviar ese trámite engorroso.

Es probable que en los próximos meses los candidatos peronistas cambien de actitud, no por generosidad sino por necesidad. Un peronismo dividido en 2015 tiene muchas probabilidades de ser derrotado. Premonitorias y sugestivas suenan las palabras de un intendente del conurbano: “Si a partir de 2015 me tengo que aguantar a un radical dirigiendo el municipio, a alguno de estos dos le pego un tiro”. ¿Una broma? Tal vez, sobre todo si tenemos en cuenta que los muchachos en estos temas no suelen ser delicados o tiernos, ni siquiera para hacer chistes.

En la oposición, el escenario es también confuso. Existe, por un lado, una oposición social que aún no ha logrado transformarse en oposición política. Se supone que los dirigentes han interiorizado las lecciones de 2011, esa suerte de suicidio político que practicó con candidaturas que suponían que por una suerte de pase mágico llevarían a las multitudes a votarlos. Se supone que después de aquella paliza, estos dirigentes aprendieron que las candidaturas deben dirimirse internamente y que el que gana es el candidato y el que pierde es el que acompaña.

Dicho con palabras más directas: si la oposición quiere ser gobierno en 2015, debe desplegar una estrategia de unidad. La unidad los incluye a todos, y quien no quiera participar que lo diga y haga su propio juego, pero como principio básico, la unidad para definir un proyecto no puede ni debe dejar a nadie afuera. Los candidatos tienen derecho a alentar ilusiones y ambiciones pero deben saber que una cosa es la ambición legítima y otra, muy diferente, el narcisismo inconducente.

A los dirigentes no les faltará imaginación y recursos para definir las reglas de juego y las compensaciones para unos y otros, pero en todos los casos lo que se debe privilegiar es el entendimiento, la voluntad de constituir una coalición, con la certeza de saber que en el universo político contemporáneo la construcción de coaliciones será una constante, porque hoy a nadie escapa que un partido o una facción no alcanza para resolver los desafíos que plantea la gestión del poder.

Una coalición opositora en la Argentina debe prepararse para incluir a todos los que se oponen a la actual gestión populista y a sus herederos reciclados o no. Una constante de la Argentina de las últimas décadas es la existencia cultural de dos grandes espacios: el nacional populista y el liberal republicano. La antinomia no es absoluta, pero es real y ningún dirigente que se precie de tal puede desconocer sus efectos prácticos a la hora de pensar dónde debe alinearse.

En otros tiempos, se hablaba de espacios de centro izquierda y de centro derecha para establecer la divisoria de aguas. Las categorías mencionadas existen, pero admitamos que en los tiempos que corren se han relativizado o se someten a otras exigencias. Hoy, el objetivo político de la izquierda y de la derecha es la conquista del centro político; en consecuencia, gana las elecciones la coalición que mejor represente un espacio que no sólo la oposición intenta ocupar, sino también el peronismo, pues tanto Scioli como Massa intentan presentarse como los abanderados de la moderación y la legitimidad republicana.

Si esto es así, una coalición opositora con voluntad de poder debe saber que en su interior debe haber lugar para un socialista moderado como Binner y un conservador democrático como Macri. Para que ello ocurra será necesario disipar prejuicios y recelos. En primer lugar, los dirigentes deben dejar de lado anacronismos teóricos y políticos. Suponer que la coalición no es posible porque Macri es de derecha implica, en el mejor de los casos, un error, cuando no una estupidez. Curiosamente, no es la supuesta derecha la que veta, sino el progresismo. Ahora bien, la pregunta de fondo sería la siguiente. ¿Cuáles son las diferencias reales, prácticas e insalvables que existen entre Macri, Cobos y Binner? Pregunto en términos territoriales: las gestiones de Macri en la Ciudad Autónoma y las de Bonfatti en Santa Fe ¿son irreconciliables? ¿Qué habrían hecho de diferente los progresistas en la Ciudad Autónoma? O, ¿qué habría hecho Macri de diferente si fuera gobierno de la provincia de Santa Fe? El sectarismo es uno de los grandes enemigos de la buena política. El otro enemigo es el anacronismo, pero el enemigo más solapado es esa retórica vacía y liviana que en más de un caso no hace más que encubrir ambiciones pequeñas y mezquinas.

No sólo deben definirse candidaturas a la hora de constituir una coalición. Se sabe que los Kirchner se van pero los problemas quedan. Algunos de ellos, creados por el kirchnerismo; otros, que se arrastran del pasado. No me compete definir un programa de gobierno, pero no está de más recordar algunos principios constitutivos de una oposición. En principio, se debe tener presente que la unidad es superior al conflicto y que la moderación es más aconsejable que la exasperación. Dicho con otras palabras, gobernar es saber tejer acuerdos y asumir los conflictos, no para incentivarlos sino para superarlos.

Si esto es así, desde el punto de vista político se impone retornar a los valores republicanos, a un Parlamento que funcione, a una Justicia independiente -en la que no haya lugar para jueces como Oyarbide- y a un poder estatal que garantice los derechos individuales, políticos y sociales. En definitiva, se impone fortalecer los valores de una república democrática, representativa y federal,

En materia económica, conviene destacar algunos criterios básicos. En primer lugar, se impone encontrar un punto de equilibrio entre los desafíos de la acumulación y las exigencias de la distribución. Un gobierno que merezca el nombre de tal debe apreciar cuáles son nuestras ventajas comparativas como nación y qué lugar nos corresponde en el mundo, dos principios dejados de lado por la actual gestión.

Para una Argentina que merezca ese nombre, hacen falta trenes, autopistas y aeropuertos; hace falta disponer de energía y petróleo, de dispositivos eficaces de seguridad, de sistemas educativos que aseguren la movilidad social y servicios de salud que funcionen. Un proyecto de Nación debe apoyarse en fuerzas sociales y económicas modernas. El futuro está prefigurado en provincias como las de Córdoba, Santa Fe o Buenos Aires, donde se mantiene vigente la cultura del trabajo y la innovación técnica y científica es una realidad de todos los días.

Las tareas hacia el futuro son enormes y trascienden a un gobierno. Pero luego de la escabrosa experiencia de los Kirchner, algunas verdades se imponen: es hora de terminar con caudillos que se suponen tocados por la gracia del Dios; basta de invocar a los pobres para practicar el más desaforado e inhumano clientelismo; basta de arrasar con el federalismo mediante el castigo a las provincias opositoras y el premio a las oficialistas; basta de robar invocando ideales superiores.