“ANTISEMITA”, “MALDITO” y (DESPUÉS) ESCRITOR

Céline, el fusilado por los adjetivos

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Louis-Ferdinand Céline, por Lucas Cejas.

Estanislao Giménez Corte

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I

Todos los nombres tienen, como una muleta en que apoyarse, o como una luz que los ilumina, o como una luz cegadora, o como una maldición, la compañía de un adjetivo. Muchos nombres hallan en ésta una suerte de condena, una incómoda extensión, un estigma, una injusticia acaso, pero que se impone al propio nombre. Algunos nombres soportan, desde tiempos inmemoriales, adjetivos de los que quisieran desprenderse, cierta peste verbal que los persigue cada vez que una voz los pronuncia. Pero, aún en los casos en que nombre y adjetivo se acerquen en gentil armonía ¿no es lógico que nos preguntemos si éste en particular representa la cualidad más destacada de la persona? y ¿quién dispone esa decisión? En general, las gentes elaboran un juicio de valor y optan por destacar las cualidades positivas del sujeto. De un músico X se dirá “talentoso” y/o “genio”, antes que “adicto” o “ex presidiario”. De un político Y se dirá, antes que “facho”, “demagogo” o “inepto”, que es un “estadista”/“dirigente”/“funcionario”. Ahora bien, ¿qué intenciones se avizoran en los modos en que un adjetivo se antepone a otros posibles?

II

Louis-Ferdinand Céline y su “Viaje al fin de la noche” (1932) están precedidos, siempre y desde siempre, por dos adjetivos que, ¡incluso en las solapas de sus libros!, advierten o amenazan al lector: allí se le dice “antisemita” o “filonazi”, primero, y “maldito”, después. Evitaremos aquí la discusión política: los entendidos aluden a ciertos panfletos “nauseabundos” (así los define Vargas Llosa) y a un aparente colaboracionismo con el III Reich. Las opiniones de esta nota, establezcámoslo, están sostenidas en la lectura de su obra capital, únicamente. Y a partir de allí quieren preguntar: ¿no desmiente “Viaje...” la terca perduración de estos dos adjetivos, que cuelgan como bolsas del nombre de Céline? Por extensión, aquí se presenta la difícil cuestión de la moral del autor porque ¿acaso decimos “el aparente abusador” Woody Allen, el “cuchillero” Norman Mailer, el “adicto” Capote, el “pedófilo” Polanski, el “adolescente neonazi” Grass? ¿Y el “malditismo”? Nos impide un desarrollo posible el límite de esta página.

III

Pues bien, en “Viaje...” no hay ni antisemitismo ni malditismo. Se me dirá: uno está en los panfletos y otro en su visión descarnada y escéptica de la vida. Sí y sí. Pero lo que leemos es otra cosa. Aquí, Céline arremete contra todas las calamidades humanas: la guerra, la pobreza, el academicismo, los Estados Unidos. Todo ello montado en un humor ácido y al límite, poco habitual en la novelística de esos años, que edifica un estilo oral o coloquial, una suerte de jerga, que debemos soportar, nosotros tristes ignorantes de la lengua de Baudelaire, en ciertas traducciones bastante terribles por cierto. Primero, la guerra. Allí su álter ego, enrolado, dice: “Pensé, presa del espanto, ¿seré, pues, el único cobarde de la tierra?”. Y “cuando ya no se veían los árboles, teníamos que ceder y salir a morir un poco”. Y “en ese oficio de dejarse matar, no hay que ser exigente”. Nadie sabe para qué están peleando. Los superiores son imbéciles e improvisados. Los soldados, cobardes. Y el protagonista (“en mi destino de asesinado con sentencia en suspenso”) busca “alguien que quisiera hacernos prisioneros”.

IV

De allí todo es una huida: primero al África, un viaje que retrata deliciosamente a nuestros compatriotas (“la palma seductora se la llevaban sin duda los argentinos”); huida que lo acerca a descubrimientos varios (“recibí así, muy juntito al trasero de Lola, el mensaje de un nuevo mundo”), y a la aparición de una bastante justificada paranoia, sin abandonar el rictus tragicómico: “Mientras no mate, el militar es como un niño. Como no está acostumbrado a pensar, se ve obligado a hacer esfuerzos extenuantes”. De África, del espanto de África, va el personaje a su antónimo: los Estados Unidos, en delicada situación financiera. Aquí dice: “Casi todos los deseos del pobre están castigados por la cárcel”; y “contra la abominación de ser pobre, conviene, confesémoslo, es un deber intentarlo todo, embriagarse con cualquier cosa, vino, del baratito, masturbación, cine”.

V

Hay pasajes del libro que nos impiden la edición o el mero comentario. Éste es uno de ellos: “Eso es el exilio, el extranjero, esa inexorable observación de la existencia, tal como es, de verdad, durante esas largas horas lúcidas, excepcionales, en la trama del tiempo humano, en que las costumbres del precedente te abandonan, sin que las otras, las nuevas, te hayan embrutecido aún lo suficiente”. Y: “A fuerza de verte echado a la calle de todas partes, seguro que acabarás descubriendo lo que da tanto miedo a todos, a todos esos cabrones, y que debe de encontrarse al fin de la noche ¡por eso no van ellos hasta el fin de la noche!”. Y: “Necesitaba al llegar la noche, las promiscuidades eróticas de aquellas criaturas tan espléndidas y acogedoras para recuperar el alma. El cine ya no me bastaba, antídoto benigno, sin efecto real contra la atrocidad material de la fábrica”.

V

Céline, en “Viaje...”, pareciera escapar de esa carga de hierro que lo atosiga. El talento, lo han dicho muchos, y bellamente, no es acompañado habitualmente por una límpida conducta. ¿Hasta dónde la moral de un autor nos aturde en la lectura, hasta dónde son justos los juicios populares sobre un autor? Muchísimos escritores tuvieron en su época espantosas opiniones y conductas políticas. Pensemos en el Borges condecorado por Pinochet. Pero, por motivos de ardua comprensión, unos cargan con el anatema durante todos sus años de merecida gloria literaria, y otros no. Es más, a unos justamente ese castigo en forma de adjetivo les niega la gloria literaria. Céline, no el hombre, el escritor Céline, el escritor de esta particular obra, reduce a poca cosa, a nada, el juicio post mortem que arrastra. La obra triunfa y se impone a todo. ¿Pueden las opiniones políticas de un hombre, en una coyuntura determinada, funcionar -para siempre- como una advertencia en el inicio de una obra que no refleja aquellos temores? Cientos de enormes autores han tenido actos, gestos y discursos refereridos a la res pública, o han apoyado revoluciones o movimientos políticos que a la postre resultaron espantosas experiencias. Sólo a algunos todavía se les cobra esa cuenta.


Céline y su “Viaje al fin de la noche” están precedidos por dos adjetivos que, ¡incluso en las solapas de sus libros!, advierten o amenazan al lector: allí se le dice “antisemita” o “filonazi”, primero, y “maldito”, después.