mesa de café

De huelgas y otras yerbas

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Remo Erdosain

—Los docentes de la provincia de Buenos Aires siguen de paro.

—Cualquiera para, cuando es gratis replica Marcial.

—A mí me parece -digo- que el problema es mucho más complicado que decir que a los maestros no les gusta trabajar.

Marcial sonríe y hace silencio.

—Yo creo -dice Abel- que a los maestros no les gusta trabajar ni más ni menos que cualquier empleado público, pero lo que a mí me molesta no es eso.

—¿Y se puede saber qué es lo que te molesta?

—Que en realidad en este país la educación no le importa a nadie.

—Eso ya me pareció escucharlo -contesta José con cierto tono zumbón.

—Te lo voy a explicar mejor para que lo entiendas -insiste Abel-, la educación primaria y secundaria está tan devaluada que perder diez, veinte o treinta días de clases no provoca ninguna consecuencia.

—¿Podés explicarte mejor?

—Cómo no... Todos, maestros, funcionarios, padres, sabemos que la educación que se brinda es mala, que se puede aprender un poco más o un poco menos, pero eso no altera la tendencia fundamental, la convicción tácita de que para lo que se enseña da lo mismo que se den ciento ochenta días de clases o cien.

—Me parece que estás exagerando -digo.

—Un poco, pero no tanto. La clase media que todavía manda a sus hijos a la escuela pública, a este déficit lo resuelve con maestros particulares o con la propia enseñanza familiar, pero los pobres no tienen otra alternativa que vegetar en la ignorancia.

—Yo no sé hasta dónde lo que dice Abel es tan así -reflexiona Marcial-, pero yo también estoy convencido de que la escuela no le importa a nadie: ni a los maestros que largan huelgas salvajes, ni a los funcionarios que reducen todo a una pulseada política, ni a los padres.

—¿Y a los chicos? -pregunta José.

—Los chicos están chochos de la vida de no tener clases. En todo caso esto los afecta a largo plazo, pero en lo inmediato los pibes, como todos los pibes del mundo, se sienten felices de no ir a la escuela.

—Y los padres -agrego-, la única preocupación que tienen es no saber qué hacer con los chicos cuando no hay clases. Es que la escuela para muchos de ellos es de hecho algo así como una guardería gratis.

—Yo, por supuesto, no estoy de acuerdo con lo que están diciendo.

—¿Y se puede saber por qué? -pregunta Marcial mientras me guiña un ojo.

—Porque los gobiernos peronistas son los que más han hecho en materia de educación.

—Que yo sepa -digo-, educar al soberano es una consigna de Sarmiento, no de Juan Domingo.

—Y que yo sepa -agrega Marcial- el programa peronista en materia de educación se redujo a la consigna “alpargatas sí, libros no”.

—Se refería a los libros de la oligarquía replica José.

—Me imagino -asiente Marcial, sin dejar de sonreír-, me lo imagino, sobre todo porque los libros de ustedes eran geniales, sobre todo el obligatorio, que si mal no recuerdo se llamaba “La razón de mi vida”, una excelente pieza literaria.

—Vos te pasás de corbata las escuelas construidas durante el peronismo.

—De nada vale levantar escuelas -pontifica Abel- si después las usan para hacer propaganda oficial.

—Lo que yo no entiendo -dice Abel- es por qué las provincias de Santa Fe, Córdoba y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires arreglaron con los maestros, mientras que el compañero Scioli no puede hacerlo.

—Porque lo quieren desestabilizar -contesta José.

—¿Quién lo quiere desestabilizar? ¿La oposición o la señora?

—¿O los gorilas? -agrega Abel con tono irónico.

—Suponer que los gorilas están en contra de Scioli, es en el más suave de los casos una desmesura -digo.

—Yo lo que creo -dice Abel- hasta ahora le hemos sacado el cuero a los gremialistas, que a decir verdad se lo merecen, pero es hora de decir que Scioli también es responsable de lo que está pasando.

—Sobre todo un gobernador -digo- que reduce la política a la administración, que a cada rato dice que él está en el gobierno para resolver los problemas de la gente.

—Y pregunto yo -medita Abel- ¿la señora no tiene nada que decir sobre el hecho de que en la provincia más grande del país no se hayan iniciado las clases?

—Ella está preocupada en discurrir acerca de las bondades del bonapartismo y los logros del cine francés -comenta Marcial.

—La compañera Cristina -dice José- ha llamado la atención sobre los maestros que faltan y declaran huelgas sin ton ni son.

—Era hora -resopla Marcial.

—Lo que a mí me cuesta asimilar -dice Abel- es esa inercia de los gremialistas docentes de largar paros por tiempo indeterminado desde el arranque.

—Es el único gremio en la Argentina que practica la gimnasia de la huelga.

—Mientras hacer huelga sea gratis -resopla Marcial-, van a seguir parando alegremente.

—Convengamos -digo- que los sueldos no son buenos.

—No son ni mejores ni peores que los de la administración pública en general -responde Marcial-, pero trabajar de maestro no debe ser tan ingrato, porque cada vez son más los que quieren ingresar al sistema educativo.

—Y no es para menos: estabilidad laboral, vacaciones, obra social, pago puntual y luz verde para hacer huelga cada vez que se les da la gana, o que algún dirigente crea que con ese acto está realizando un aporte inestimable a la revolución social.

—Que tengan deberes no significa que los maten de hambre -dice José.

—Pero tampoco que pierdan de vista que el servicio que prestan es de interés social y por lo tanto no pueden estar jugando a la huelga cada vez que les da la gana.

—Todo esto yo lo arreglaría muy fácil -dice Marcial.

—¿Qué harías? -pregunta José con un suspiro.

—Les diría a los que empiezan a trabajar en la docencia que está prohibida la huelga. Lo diría con claridad y después le agregaría: si no les gustan las condiciones, busquen otro trabajo, porque con la docencia no se puede joder.

—Lo que decís es una barbaridad -reprocha José.

—La barbaridad es que los maestros dejen a los chicos sin clases.

—O sea, que vos le negás el derecho de huelga.

—Lo que les niego es el abuso, el derecho que se atribuyen los gremialistas docentes a jugar a la revolución, a suponer que las escuelas son barricadas de lucha contra la explotación.

—Yo no vi que en ninguna escuela pase lo que vos decís.

—En las escuelas no, es en los gremios donde los muchachos se entretienen con las huelgas. Los entiendo: es mucho más emocionante organizar planes de lucha, excitarse con las manifestaciones callejeras, que administrar la obra social o preocuparse por la calidad de la educación y la capacitación de los maestros que, dicho sea de paso, deja mucho que desear.

—Es que pareciera que la ecuación social se cumple al pie de la letra -digo-, cuánto más huelgas y más sindicalismo, más bajo nivel de educación y de capacitación profesional de los docentes.

—No comparto -concluye José fastidiado.