Último round

Estanislao Giménez Corte

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Gabo-el mito se resigna, cede y parte. Pero antes se abraza, se entrevera, se despide de Gabriel García Márquez-el hombre. Los dos miran con desdén el bronce, con desdén el lustre, con desdén la vitrina, e imaginan la belleza como un pueblito de tierra. Gabo-el mito lo entiende todo. Sabe que casi no escribió en los últimos años. Sabe que es un nombre comodín que resuena en las radios, que sobrevive a los comentaristas, que se manosea y se fuga por las redes sociales, que se abre paso entre los dientes de los profesores de periodismo.

Gabo-el mito se resiste a ser sólo el anciano simpático. Dentro de él yace todavía, como en suspenso, un autor. Un autor que quemó casi todo lo que tenía. Casi: Gabo-el mito sabe que, hace poco, hurgó y encontró allí, aunque un poco húmeda, como adormecida, la chispa. Pero allí estaba, viva.

Gabo-el mito viene del éter o vive en el éter desde hace mucho. Desde las alturas, desde el premio, en contrapicado, en descenso, ve con añoranza a GGM-el hombre. Y éste ve, a su vez, como en reversa, al nombre afamado, y detrás al novelista sudamericano, y después al cuentista, y detrás al periodista, y después al lector adolescente.

Gabo-el mito quisiera fundirse con el lector adolescente: éste ama la lectura pero ama más aún todas las cosas sensibles que se describen en los libros, que deben o deberían vivirse más que leerse, opina. El lector adolescente quiere ser periodista pero quiere aún más beberse la vida, verla a los ojos con unos ojos deslumbrados y como nuevos, decirla a viva voz con una voz abundante, exagerada, enfática, alevosa, ruidosa, extraña. El lector adolescente va sobre las cosas. Lee desordenadamente. Escribe con fruición. Llega a las redacciones. Se forma en los libros pero más en las tertulias.

Gabo-el mito sube y sube y se emociona al adivinarse desde tan lejos en el lector adolescente. Sube y otea al cronista del naufragio; sube y ve al autor que, en situación desesperada, quebrado, envía finalmente su manuscrito a Buenos Aires; sabe que ésa, su novela más conocida, no es ni por asomo la mejor; sube lentamente y ve todo: sus pasos, sus obras, su fama, sus ventas, sus obras llevadas al cine, sus obras con su estilo, para algunos amado, por otros rechazado (ese estilo descriptivo, coral, adjetivado; a veces como cargado en demasía, a veces brillante, a veces extenso y agotador de nombres y referencias, otras veces caudaloso ritmo que todo lo arrastra).

Gabo-el mito ya se pierde en la altura pero todavía ve a GGM-el hombre: piensa que sí, que hicieron muchas cosas juntos, que valió la pena. Pero se congratula, se sonríe aún más- por la última. Gabo-el mito quisiera no ser un mito: quisiera volver a ser un hombre, un muchacho que respira como él respiró y como ya no puede.

Gabo-el mito sube y sube y antes de perderse siente satisfacción por su reciente golpe maestro, el último round del pendenciero que provocó y escandalizó a los gramáticos y a los altos académicos. Cuando ya no quedaba nada, cuando todos pensaban que sólo quedaban la efigie y la charla, la foto y la biografía, Gabo-el mito se dio a sí mismo la palabra de cierre: ejecutó el tiro del final; vio, sintió y tocó el último fuego entre los leños. Eso, qué otra cosa, es “Vivir para contarla” (I y II, 2002). Su vida, la vida de GGM-el hombre, y antes la del novelista, y antes la del periodista, y antes la del lector adolescente, corren en esas páginas con paso alucinado, se abren al ojo atento y a la emoción abierta con la generosidad de la naturaleza, bellísima historia que esperaba su momento. Esa obra es (él lo sabe mientras sube) mejor que sus novelas más conocidas. La propia vida de Gabo-el mito muchísimo antes de ser un mito. La vida, no la de un escritor: la de alguien que quiere serlo. Todo está allí: la más acabada manera de comprender la idea de relato como vida en GGM-el hombre.

Profecía autocumplida, cierre perfecto de la esfera, fin de fiesta: la vida de Gabo-el mito en forma de crónica caliente y urgente, no de alargada novela fantasiosa; en forma de búsqueda apresurada y torpe, no de pegajosa novela de amor; en forma de honda experiencia vital, no de fábula ni moraleja. Síntesis alucinante del periodista y el novelista que se hallan, uno delante del otro, uno dentro del otro, como en simetría perfecta.

Gabo-el mito se pierde en la altura pero antes piensa que sí, que tuvo aire y coraje para salirse de la armadura metálica del mito, que pudo ya hacia el final doblar la estructura férrea y el peso insoportable y el frío del mito para volver sentir la mano nerviosa e insegura del autor, la transpiración, la sangre, el calor; que pudo jugar la última broma y elaborar la última paradoja: el creador de mundos irreales que acaba siendo personaje y narrador de su propia vida-real y que lanza sobre todos nosotros, que grita desde lo alto, a ver si finalmente nos enteramos: “¡sólo quiero un ser autor!”, dice apenas antes de entrar en la nube grande.