Hoy no vuelan mariposas amarillas

ROMINA SANTOPIETRO

Se nos ha muerto Gabo.

Se adentró en la oscuridad del firmamento eterno, pero dejó salpicadas nuestras vidas de magia.

Latinoamérica está de duelo.

Las letras despiden a un escritor sublime.

Y muchos de nosotros despedimos a un amigo. Quienes atesoramos sus libros y visitamos cada tanto Macondo y paseamos por esas páginas tan maravillosas, sentimos un pesar profundo.

Porque sus historias se entrelazaron con la nuestra. Pasaron a ser un faro de referencia y un camino certero para quienes esgrimen una pluma, aunque sea virtual.

Pero sobre todo, sus historias anidaron en nuestro corazón. Porque uno se relaciona con un autor y sus libros desde el amor. Nos enamoramos de su prosa, compartimos su mirada, admiramos su estilo.

Descorrió para el mundo el velo de magia que late en toda América.

Inspiró a muchos para ser grandes escritores y periodistas.

Fue el causante de mis primeros desvelos literarios, cuando perseguía la trama página tras página, eludiendo el sueño para saber qué pasaba con sus personajes. La pobre Cándida me quitaba el sueño.

La mayoría de la gente de mi generación llegó a conocerlo por obligación. En el secundario “Relato de un naúfrago” era de lectura obligatoria.

Empezamos a leerlo por obligación. Pero la semillita germinó. Indefectiblemente uno quería leer más, conocer más.

Y así nos adentramos en el mundo de mariposas amarillas.

Por sus libros me volví egoísta y acumuladora. No los presto para no perderlos, y atesoro mis libritos celosamente.

Encontrar un libro de él en un canje de libros usados ha sido siempre una de las mayores alegrías: salir con una ganga como un estafador se lleva algo muy valioso por un ínfimo precio.

Y aunque jamás estrechamos su mano, estamos de duelo. Porque sin conocerlo, se nos hizo piel, pensamiento y vida. Se nos hizo refugio de corazón herido, recuerdo de alegrías y gesta de ansiedad esperando su última obra.

Se nos ha muerto Gabo. Se me fue un entrañable amigo.