Crónica política

Los riesgos del sectarismo y los beneficios de la unidad

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“El deber del hombre no está escrito en ninguna parte. A él le toca escoger entre el Reino y las tinieblas”. Jacques Monod

Los K saben que se van y que probablemente nunca volverán. Su aspiración objetiva es llegar con un mínimo de estabilidad a 2015; su aspiración subjetiva se reduce a no terminar entre rejas. Modestas metas para quienes en algún momento deliraron acerca de sus roles redentores en América Latina. La platea mientras tanto deberá prepararse para contemplar el espectáculo de deserciones y saltos de rocha. Algunos hacia Scioli, otros hacia Massa porque, a no olvidarlo, el kirchnerismo se va pero el peronismo se queda.

Adelanto el nuevo registro de la flamante mudanza: republicanismo liberal y democrático. De aquí en más habrá que acostumbrase a escuchar a los peronistas hablar de temas que nunca creyeron y nunca les importó, pero que ahora son los que marcan la agenda de la nueva coyuntura. No me molesta que lo hagan y tiene derecho a hacerlo. Que para el republicanismo liberal haya llegado su hora, significa que después de tantos horrores y errores algo se aprendió.

La sinceridad de los nuevos profetas de la República poco importa a la hora de la práctica política. Bien sabemos que para los peronistas la única verdad es la realidad, y si la realidad impone vestirse con las ajadas casacas de los viejos liberales, habrá que prepararse para eso. No es la primera vez ni será la última que el peronismo promueve una de sus célebres mudanzas. Como se dice en estos casos: nada nuevo bajo el sol, salvo la advertencia de que a semejantes piruetas políticas no se las debe tomar demasiado en serio. Segunda advertencia: estas maniobras no niegan la identidad política del peronismo, por el contrario, la confirman.

Corresponde a quienes han predicado desde siempre sobre las bondades de una democracia republicana, preparar las propuestas y organizar las coaliciones necesarias para probar en términos prácticos que son capaces de ser leales a una honorable tradición teórica. De todos modos, la lucha por el poder no girará alrededor de paradigmas teóricos, sino de resoluciones concretas acerca de qué hacer de aquí en más con el capitalismo, el Estado y las masas.

Nunca está de más recordarlo: los electores no van a votar en contra de un kirchnerismo que ya se va, sino a favor del candidato o de la coalición que les dé más garantías sobre algunos temas claves: inflación, inseguridad, ingresos, corrupción. Para resolver estos dilemas no hace falta ser de izquierda o de derecha. Alcanza y sobra con disponer de capacidad de gestión, una dosis fuerte de sentido común y un mínimo de claridad para saber lo que corresponde hacer en esta etapa de la Argentina.

Si a la percepción sobre lo que se debe hacer, se le suma una mirada estratégica acerca de las ventajas comparativas de la Argentina, del lugar que le corresponde en el mundo y de cuáles son algunas de las prioridades del crecimiento y el desarrollo, tenemos definido el horizonte posible en la primera mitad del siglo XXI, no en términos teóricos sino prácticos. Dicho con otras palabras, el político que sepa traducir a la práctica estas exigencias de gestión y conducción, el político que le sepa explicar a las masas cómo hay que recorrer este camino, será el dueño de las llaves del poder.

A esta verdad casi de Perogrullo el peronismo en cualquiera de sus variantes la tiene clara o cree tenerla clara; corresponde que la oposición no peronista arribe a la misma certeza para no equivocarse como en 2011. Conviene insistir al respecto: el peronismo suele ganar las elecciones no porque es más justo o más virtuoso, sino porque su vocación de poder es más fuerte, más clara y, en definitiva, más desprejuiciada. Si la oposición no peronista pretende ganar, deberá cultivar con más esmero esta pasión decisiva de la política.

Es más, aunque parezca una paradoja, la primera condición para diferenciarse en serio del peronismo pasa por desear el poder con la misma intensidad que lo desean ellos; la segunda condición exige sencillamente hacer las cosas bien. Alguien podrá preguntar qué significa hacer las cosas bien. La respuesta es sencilla y directa: si a esta altura del partido, un político opositor no tiene en claro qué es lo que corresponde hacer, el mejor consejo que se le puede dar es que se dedique a organizar campeonatos de ludo, ta-te-ti o alguna otra distracción espiritual parecida.

Por lo tanto, el primer paso que debe dar la oposición no peronista es unirse. No es tan complicado hacerlo. En principio, el mandato de la sociedad así lo exige. Esto quiere decir que los que no quieren votar por el peronismo, los que con buenos argumentos consideran que el peronismo en cualquiera de sus variantes ha sido en los últimos treinta años el responsable de la crisis nacional, los que suponen que los dirigentes peronistas que se presentan como opositores al actual modelo fueron durante años sus beneficiarios, son los que ahora les exigen a los dirigentes opositores que hagan todos los esfuerzos posibles para juntar en el campo de la política lo que ya está junto en la sociedad.

El radicalismo, el socialismo y otras fuerzas políticas están conversando para arribar a un entendimiento. Todo muy lindo, pero el que falta en esa mesa es Macri. Sé cuáles son sus virtudes y sus límites, no muy diferentes a las virtudes y límites de sus pares. Es más, en una interna abierta no sé si lo votaría a Macri, pero lo que sí sé es que excluirlo de ese espacio más que un error es una estupidez.

Conozco las dificultades para arribar a un entendimiento, pero temo que si no se asume este desafío la oposición no peronista deberá renunciar a ser gobierno en 2015. La unidad en sí misma no es una garantía de victoria, pero si ella no existe habrá que resignarse a desempeñar un rol no muy diferente al de 2011. Quienes admiten la necesidad de una estrategia opositora de unidad deben saber que la unidad se hace con quienes no piensan lo mismo. El arte de la política consiste precisamente en forjar acuerdos que expresen los deseos de grandes mayorías. El acuerdo es territorial y político. También policlasista.

Las tareas que se le presentan al futuro gobierno no están comprendidas en las categorías de derecha o izquierda. Si algún campo divide la puja política en los tiempos que corren, es el que se establece entre república democrática o régimen populista clientelar, cuya expresión política central será el peronismo en cualquiera de sus variantes.

Para que una coalición centrista que merezca ese nombre pueda realizarse, es necesaria una voluntad política, pero también la constitución de procedimientos o reglas de juego claras para seleccionar los candidatos. Un acuerdo con Macri significa admitir que Macri puede ganar la interna, pero también perderla. No hay política sin voluntad de poder, pero tampoco hay política democrática sin la voluntad de dar un paso atrás o al costado si se pierde. ¿Esto es riesgoso? Por supuesto que lo es, pero pregunto a quienes hacen estas observaciones: ¿quién les dijo a ustedes que hacer política en serio no incluye la posibilidad de perder? No olvidarlo: no habrá democracia en la Nación o democracia en el interior de los partidos políticos sin una ética de la derrota. Perder una elección no es lo peor que le puede pasar a un partido democrático, pero es la experiencia histórica la que nos enseña que lejos del poder siempre hace mucho frío y con esa temperatura no hay partido democrático que pueda soportar durante mucho tiempo.

por Rogelio Alaniz

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