Mirada desde el sur
Mirada desde el sur
La droga no se va más
Raúl Emilio Acosta
Podemos, cómo no, empezar una revisión. Empecemos. El siglo XXI será el gran protagonista. Es en este siglo en el que se perdió definitivamente la confianza entre representante y representado. La delegación de poder se convirtió en un negocio para los que deliberan y gobiernan en nuestro nombre y para su exclusivo beneficio.
¿Hasta cuándo un defensor del kirchnerismo va a seguir callando el tema básico? Su jefa no ha ganado honradamente los dineros que dice poseer y los que, por testaferros, amplían una fortuna mal habida. Muchos, me incluyo, tenemos la íntima convicción de que los jueces que liberaron estas investigaciones hicieron mal su trabajo. La más íntima convicción, indoblegable, resiste: es una funcionaria corrupta. El hecho de no estar sola, sino pertenecer a una clase política donde la mayoría tiene el mismo sistema de vida, no la exonera. Es a partir de la política desde donde se cambia la sociedad. El mensaje es simple: la corrupción no se castiga. Digámoslo con la frase de Dick Tracy actualizada: el crimen paga. Los políticos argentinos ayudaron a cambiar la sociedad del siglo XXI. Para mal, como se observa.
Si el crimen paga y los ejes criminales del mundo son la droga, la trata de personas y la venta de armas, la pregunta es pertinente: ¿Estamos en la Argentina fuera de los tres negocios más lucrativos del mundo? Libéreme de la respuesta obvia, es preferible averiguar quiénes son los socios locales, los gerentes territoriales.
En páginas cercanas (Mirador Provincial) publiqué el año anterior una saga de cinco artículos sobre mis visitas a las zonas más alejadas de la ciudad de Rosario. Sus márgenes. Buscaba las razones de un nuevo actor social. No fueron bien recibidos por algunas autoridades. Hubo colegas que creyeron que se trataba de “cuentitos”. Digo “visitas” porque vivir en esos lugares de modo permanente se vuelve imposible si no se aceptan esas reglas de convivencia. Si quien vive no se integra a las leyes básicas de una nueva sociedad con nuevos actores sociales.
Hay una sociedad con distinto criterio sobre la vida y la muerte. La vida es una moneda de cambio por deberes y da derechos aceptar esos deberes. No hay derechos humanos tal y como los declamamos; hay cumplimientos de reglas básicas del negocio de la droga que aseguran la vida y el progreso. Estos acuerdos terminan abruptamente, de modo sumarísimo ante la primera deslealtad. No hay segunda vuelta ni perdón.
Los chicos van, un poco, al colegio. No hablamos el mismo idioma. No pasan hambre. Se roba mercadería de trenes de carga (vagones enteros de cereal) se cree en algún Dios y alguna Virgen o estampita y se aceptan las visitas de todos los bien intencionados agentes sociales de la otra sociedad, aquélla, la que ya no los contiene ni los contendrá. Hay computadoras, filmadoras, pequeñas motos, autos, se construye bárbara y disparatadamente. El progreso se mezcla con leyes de conveniencia. Las horas de sueño son las matinales. No hay violaciones, no del modo que las concibe nuestra moral. La edad para la iniciación es arbitraria y las mujeres cumplen roles tribales. Dependen de nuestra sociedad científicamente. Somos más poderosos en “grado de conocimiento”. Es el sitio médico uno de los últimos contactos reales, efectivos, para chicos, madres y ancianas. Cuidan al médico que los visita. Aconsejan cómo comportarse, le advierten qué cosas no deben hacer los que, como yo, son “visitantes”. La salud es un visitante de esa sociedad. La televisión un entretenimiento más. La droga paga cumpleaños, armas, silencios, vence orgullos, fabrica escalas sociales y complicidades profundas. Asociaciones fogosas y profundas. El dinero puede comprar amor.
Lo que se advierte, al retornar a ésta, la sociedad que nos pertenece, es que no sabemos nada de un mundo paralelo. Si los corren de la hondonada se irán al valle, si los corren del valle habitarán la meseta. Robar, ocupar territorio, saber que la necesidad de su mercadería es creciente y la corrupción, que es estructural, les libera el camino. Nosotros somos los débiles. Ellos son tropicales, exuberantes, responden a leyes más naturales. Son una necesidad. Crecen por eso.
Tomaron nuestras debilidades y trampas y las hicieron base de sus leyes, de su código. Pagar peaje es normal. Está bien. No hay coimas, hay transacciones.
Nosotros creemos en la redención y que debemos traerlos a nuestro templo porque son ovejas descarriadas. No es cierto. Juzgar al otro según nuestro ojo es la cuestión de fondo. Es la cuestión de fondo porque estamos ciegos.
Mentimos con las leyes, nos engañamos. Fabricamos un relato que no tiene materia. Ellos no. La sociedad de la droga vive de la necesidad de drogarse. No hay contradicción.
El ejemplo redondo es el tabaco. La adicción. El negocio. La aceptación social. La mentira social. A su modo son honestos. Sobrevivirán a la retórica de los funcionarios más o menos chantas, pero chantas. No se va. La droga no se va.
Deberíamos arrancarnos varias caretas. La primera, la de las falsas ilusiones: la droga no se va más.