Preludio de tango

El tango y los estudiantes

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Manuel Adet

“La Cumparsita”, considerado por muchos como el himno del tango, fue compuesto por un estudiante de Arquitectura que se llamaba Gerardo Mattos Rodríguez. Se dice que la música se escribió en tiempos de carnaval para animar una comparsa estudiantil de la Federación de Estudiantes de Uruguay. Roberto Firpo, que para algunos es el real autor de la música, cuenta que en el bar de La Giralda, donde actuaba con su orquesta, se presentó una noche un grupo de estudiantes para pedirle que pase en limpio un borrador y termine de componerlo.

No viene al caso discutir sobre la autoría real de “La Cumparsita”. Por el momento importa prestar atención a esta relación del tango con los estudiantes, una relación singular, ya que está muy instalada la idea de que los personajes del tango son los malevos o los vecinos de los conventillos y arrabales. Como dato a tener en cuenta, conviene recordar que “La Cumparsita” pudo haberse escrito en 1916 aproximadamente, por lo que esta relación del tango con los estudiantes viene de lejos, desde una fecha cercana a los orígenes mismos del tango.

El tango se construye con diversos aportes, con diversas fuentes de inspiración, con diversas mitologías. Ocurre que un perfil del tango se inspira en la bohemia, los cabaret y los ambientes festivos y elegantes de los salones nocturnos, lugares en los que se entreveran músicos, escritores, dramaturgos, actores y, por supuesto, estudiantes, jóvenes de clases acomodadas o medias que en muchos casos fueron autores de letras o, directamente, protagonistas de la épica tanguera.

O sea que no sólo el conventillo y la esquina del barrio construyen el paisaje del tango. También lo integra el cuarto de pensión, la casa de estudiantes, el muchacho triste y los amoríos desconsolados. Ocurre que la biografía de los autores de estos tangos y valses incluye su paso por la universidad. Muchos de ellos fueron estudiantes o estuvieron relacionados con estudiantes. En todos los casos, la bohemia estudiantil no les era ajena, como tampoco les eran indiferentes esa “dulces mujeres que juran virtud”.

Empecemos por el poema más conocido: “Amores de estudiante” de Alfredo Le Pera y Mario Battistella, con música de Carlos Gardel. Algunas de sus estrofas son memorables: “Hoy un juramento, mañana una traición, amores de estudiantes, flores de un día son”. O cuando dice: “Quiero calmar los enojos de aquellos claros ojos siempre mintiendo amor; bandadas de recuerdos de un tiempo querido, lejano y querido que no olvidaré”.

Detalle a tener en cuenta: siempre el personaje del tango evoca desde su madurez aquellos años juveniles; siempre la melancolía y la nostalgia están presentes; siempre el dolor por el paso irrevocable del tiempo; siempre la imposibilidad de recuperar las horas del pasado; siempre la necesidad de refugiarse en el pasado, porque en el futuro aguarda la soledad y la muerte.

“Cuartito azul”, ese tango de Mariano Mores con letra de Mario Battistella, registra con particular intensidad ese sentimiento de nostalgia. Se dirá que en el célebre cuarto de calle Terrada al 2410 no vivió un estudiante, pero nada nos cuesta admitir, más allá de las intenciones de Mores, que cuando dice “Ya no soy más aquel muchacho oscuro, todo un señor desde esta tarde soy”, se refiere a un estudiante o, para decirlo de un modo más directo: todo veterano que alguna vez fue estudiante puede sentirse representado en esos versos.

En la misma línea, una licencia parecida podemos tomarnos con “Sus ojos se cerraron” y “El día que me quieras”, ambos de Le Pera, caballero que por experiencia propia algo sabía de amores de estudiantes y de dolorosas e irreparables heridas afectivas. “Amores de estudiante” fue un vals compuesto para la película “Cuesta abajo”, estrenada en Nueva York, en agosto de 1934. Ese mismo año se estrenó en Buenos Aires y Montevideo. En todos los casos lo canta Gardel. Y es de esos temas que sólo él puede hacerlo como Dios manda. Un tango que de alguna manera lo anticipó fue escrito por él mismo en 1932, y se llama precisamente “Estudiante”. Dicen algunos de sus versos: “Era la calle maleva una flor y yo un estudiante soñador y amante”.

Y qué decir de “La novia ausente”, tango escrito por Enrique Cadícamo con música de Guillermo Barbieri. A “La novia ausente” la estrenó Gardel, pero también hay excelentes versiones de Roberto Rufino y Roberto Goyenenche. Es un hermoso poema: “A veces repaso las horas aquellas, cuando era estudiante y tú eras mi amada”. Se trata de un poema marcado por Rubén Darío, un poeta que para bien o para mal influyó en nuestros poetas tangueros.

La marca de Darío es tan visible que el propio Cadícamo, a través de un interesante recurso poético, lo menciona, citando la célebre sonatina. Homenajes literarios al margen, el poema es muy bueno: “¿Qué duendes lograron lo que ya no existe? ¿Qué mano huesuda fue hilando mis males? ¿Y qué pena altiva me ha hecho tan triste, triste como el eco de las catedrales? Ah ya sé, ya sé, fue la novia ausente, aquella que cuando estudiante me amaba, que al morir un beso le dejé en la frente, porque estaba fría porque me dejaba”.

Algunas acotaciones. “Triste como el eco de las catedrales”, es una de las imágenes mejor logradas en la poética tanguera. ¿La copió de algún poeta clásico? Nadie lo pudo probar. El otro dato a observar es la relación entre la muerte y el beso. Como las heroínas románticas o modernistas, la novia muere de tristeza, de tuberculosis o de alguna enfermedad misteriosa. El beso de despedida a la muerta cumple las funciones de un rito. José Martí escribe algo parecido en su popular poema “La niña de Guatemala”.

En 1936, Felipe Mitre Navas escribe “El vals del estudiante”, con música de José Canet. “Yo tengo un amor que me tiene penando, por él yo deje de seguir estudiando”. Lo más suave que se puede decir, es que no se trata de un buen poema, pero merece ser mencionado porque alguna vez lo grabó el maestro Francisco Canaro con la voz de Ernesto Famá.

“Madame Ivonne”, escrito en 1933, con letra de Cadícamo y música de Eduardo Gregorio Pereyra, fue el último tango que grabó Gardel en Buenos Aires. Después está la interpretación de Julio Sosa acompañado de Leopoldo Federico. “Madame Ivonne”, no es una estudiante ni nada que se le parezca. Tampoco en el poema hay alguna referencia a la estudiantina. Sin embargo, en ese excelente prólogo que recita Julio Sosa, el personaje que evoca a Ivonne es un estudiante: “Te conocí cuando era un estudiante de bolsillos flacos y el París nocturno de entonces lanzaba al espacio en una cascada de luces el efímero reinado de tu nombre: Mademoiselle Ivonne”.

Homero Manzi también pertenece a los autores relacionados con la estudiantina, en este caso una estudiantina comprometida con la militancia política. Uno de sus poemas menos conocidos se llama “42 versos a la Facultad de Derecho”. Dice en uno de sus párrafos: “Corazón que practica la leyenda hipocrática de dormir a la izquierda, hechos con las estrías de cien muchachos locos que sueñan con la paz y que hacen la simbiosis pampeanamente rara- de Yrigoyen y Marx”.

Por último, Francisco García Jiménez, autor de tangazos como “Lunes”, “Zorro gris”, “Tus besos fueron míos”, “Escolaso”, “Siga el corso”, “Bajo Belgrano” y “Farolito de papel” escribió en algún momento una marcha titulada “La canción del estudiante”, con música de Juan Carlos Guastavino y Ernesto Galeano.

Es una marcha que -según tengo entendido- ningún tanguero la cantó, pero estudiantes de diferentes generaciones la entonaron en diferentes momentos. La estrofa central es un clásico escrito por un poeta tanguero de ley: “Y echen a vuelo el nombre de estudiantes en bronces de romántica emoción, los que lo son los que los fueron antes, los que por suerte tienen de estudiantes, para toda la vida el corazón”. Salute.