editorial

  • En poco más de un año, 57 personas murieron en accidentes de tránsito en las calles de la ciudad de Santa Fe.

El tránsito, espejo de las conductas sociales

Las calles de cualquier conglomerado urbano reflejan claramente las conductas sociales de una comunidad. Como en pocos escenarios, los individuos y grupos se muestran allí tal como son. De hecho, no es casual que los países sean reconocidos por las características del tránsito en sus ciudades. No es lo mismo circular por las calles de Roma o Buenos Aires, que hacerlo en Zurich o en Washington.

Y Santa Fe no es la excepción: a pesar del incremento observado durante los últimos años en los controles de tránsito realizados por la Municipalidad, gran parte de los habitantes de esta ciudad parecen empeñados en violar las normas más elementales cada vez que se encuentran frente al volante de un automóvil, una moto o una bicicleta.

En las calles se ponen de manifiesto conductas que se repiten en otros ámbitos: falta de apego a las normas, conductas individualistas, desprecio por la autoridad, desorden generalizado.

Por eso no es casual el número de víctimas fatales reflejado por las estadísticas de la Agencia Provincial de Seguridad Vial, la Policía y el Ministerio de Salud. Según un informe recientemente publicado por El Litoral, entre enero de 2013 y mediados de marzo de este año, el tránsito en las calles de Santa Fe se cobró la vida de 57 personas. Del total, el 85 por ciento tenía menos de 40 años.

La mayoría de los casos se produce en las grandes avenidas, lo que pone de manifiesto que el exceso de velocidad es un factor esencial a la hora de explicar la cantidad de víctimas fatales. Las avenidas importantes también fueron escenario de gran parte de las ocho muertes producidas entre peatones.

Pero existe otro dato llamativo: seis de cada diez muertos en las calles, perdieron sus vidas en accidentes de motos.

Los motociclistas representan un segmento muy particular. Sobre ellos la Municipalidad enfoca gran parte de los esfuerzos realizados durante los controles. Todos lo saben, pero aun así muchos deciden circular sin el casco reglamentario y transportando a dos o más personas, muchas veces niños, de manera temeraria.

Pocos asumen su vulnerabilidad y la necesidad de respetar las normas. Parecieran estar convencidos de que jamás serán víctimas de un accidente e, incluso, de que el Estado no tiene por qué fijarles obligaciones tales como el uso del casco.

Pero no se trata de un problema individual. De hecho, cada vida trunca representa una pérdida para la sociedad toda. Y cada herido que debe ser atendido en los hospitales públicos provoca enormes gastos a un sistema de salud que se sustenta con el aporte de cada uno de los contribuyentes.

Los argentinos somos especialistas en encontrar excusas para explicar nuestros propios problemas: que los agentes de tránsito sólo quieren recaudar, que las calles están en mal estado, que los otros no saben conducir, que los políticos no asumen sus responsabilidades.

Es verdad que existen inconvenientes, que el estado de las calles es deficitario y que las políticas de largo plazo no suelen ser exitosas en la Argentina. Sin embargo, la mayoría de los accidentes se produce por errores humanos. Y es hora de que cada uno de quienes conducen comience a hacerse responsable de sus propias conductas.

Frente a las constantes imprudencias y a la extensa impericia que impregnan de modo perjudicial las prácticas y hábitos de conducción vehicular, se impone la necesidad de que desde el Estado se profundicen los esfuerzos en materia educativa -aprovechando incluso las estructuras escolares- y se incrementen las medidas de control y sanción a quienes violan las normas más elementales. A esta altura, no se ve otra salida.

Los argentinos somos especialistas en encontrar excusas para explicar nuestros propios problemas.