Él escribe y yo también

Él escribe y yo también

Hoy es el Día del Periodista y el domingo que viene, el Día del Padre. Yo le hago un regalo a mi viejo, que es las dos cosas a la vez.

 

TEXTOS. VIRGINIA AGRETTI. ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS.

Tengo un papá periodista. Podría ser bombero, podría ser músico o pintor, pero es periodista. Iba a ser abogado pero es periodista, y también es mi papá.

No voy a escribir una idealización sobre los periodistas ni sobre los padres, ni una biografía sobre mi viejo. Voy a escribir porque me gusta escribir y me pidieron que escriba, porque a mi viejo le pasó lo mismo, y porque tener eso en común con él me pone contenta, y me da ganas de escribir.

Yo digo que escribir es como vomitar, sacar de adentro casi involuntariamente las cosas que uno tiene guardadas y no tienen que estarlo. Es contar lo que uno piensa, lo que uno ve, es defender lo que uno cree y el propio hecho de creer en algo. Es levantar una fachada delante de uno mismo que encierra y expone al mismo tiempo, porque escribir es desnudarse. Escribir deja en evidencia al dueño de las letras porque en el momento en que la palabra concluye, quien la dijo pierde toda propiedad sobre la misma y es, a la vez, el único que puede hacerse cargo.

Escribir es también hacer regalos. Creo que unas palabras muchas veces pueden ser tan grandes como una galaxia, incluso más. No es tarea fácil definir una palabra, ni siquiera definirla como una unidad concreta, todo lo contrario. Más allá de que consigamos aproximaciones, es absolutamente imposible contar las palabras o las letras, es completamente impensable encasillarlas en un marco estructurado y totalmente absurdo hablar de las palabras con palabras.

Si las palabras son infinitas no podemos siquiera nombrarlas sin que el margen de posibilidades sea infinito también. Entonces, insisto, no hay regalo más grande que una palabra, porque no hay nada más grande que regalar el infinito.

Mi papá me regaló un montón de palabras pero además me regaló y me regala, no sé si sabiendo, algo más infinito todavía (y ojo que estoy hablando de algo más infinito que el infinito) que son las ganas de escribir. Porque no hace falta estudiar ni practicar para escribir, todo eso ayuda mucho pero primero hay que tener ganas.

Y ver que mi papá escribe, y leer lo que mi papá escribe, me dan muchas ganas de escribir. Así que, sin querer o sin saber, mi viejo me está dando este regalo infinito que es el amor por las palabras y -aunque no me parezca que tenga mucho sentido la existencia del Día del Padre- es una buena excusa para yo también aprovechar a regalarle algo.

Por eso me pareció muy apropiado escribirle y, sobre todo, escribir sobre escribir, porque eso hace que mi papá sea mi papá antes que cualquier razón histórica, biológica, lógica o genealógica.

Mi papá es mi papá porque escribe y yo también, y yo en parte escribo por él y a lo mejor él también por mí. Yo escribo poesía y mi papá escribe noticias. La poesía es escupir palabras y modelarlas hasta formar una flor, y las noticias son espejos de lo que se ve a través de la ventana.

O también puede ser al revés: la poesía relata lo que nos muestran las ventanas y las noticias modelan las palabras. Mi papá escribe noticias y yo escribo poesía. O también puede ser al revés. Yo escribo lo que veo que pasa y lo que opino sobre eso, y mi papá escribe lo que quiere decir de una forma en que las letras forman una armonía.

Ahora mismo, por ejemplo, no estoy muy segura de estar escribiendo una nota o un poema sobre papel de diario. Tampoco sé muy bien si mi papá es periodista o poeta. Yo sé que mi viejo es mi viejo, y sé que no es bombero ni músico ni pintor. Sé que los dos escribimos y tener eso en común con él me pone contenta y me da ganas de escribir.

No hay regalo más grande que una palabra, porque no hay nada más grande que regalar el infinito.