Contar al Flaco

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“A mí no me gustaba hacer Policiales, nunca me gustó. Después, con el paso del tiempo, me entré a sentir cómodo. Pero para eso tuve que romperme la cabeza contra la pared varias veces”, asegura. De fondo, el retrato que le hizo Lucas Cejas.

En el Día del Periodista, una semblanza del Flaco Pagés, cronista de Policiales que dejó impresa una enseñanza con cada palabra tipeada.

 

TEXTOS. NATALIA PANDOLFO ([email protected]). FOTOS. FLAVIO RAINA Y ARCHIVO EL LITORAL.

José Luis nunca fue José Luis: fue siempre, para todos, el Flaco. Barba blanca, tremendas bolsas debajo de los ojos, voz cavernosa, el Flaco es uno de los escritores más reconocidos de la región y cultiva con exquisita pulcritud el arte de la conversación: es de los pocos seres que cuentan con la misma pasión con la que escuchan.

La foto lo muestra en su escritorio, atendiendo un llamado, los Parliaments sobre la PC, como viejos amigos.

Hoy tiene 66 años. En los últimos tiempos cambió el pucho por el bastón y la redacción por los espacios de su casa. Gentil como pocos, pide permiso y va a buscar agua caliente y yerba. Con la precisión de un cirujano, dirá que son 35 los metros que separan la cocina del comedor.

La construcción es a lo largo, modesta. El cartel muestra aún el nombre antiguo de la calle: Buenos Aires. “Es viejo, pero no tanto como la casa”, bromea él. El Flaco camina lento por los pisos flotantes que flotaron con la inundación del 2003. “El agua se filtró, esto parecía una pista de bicicross”, cuenta mientras dispone el mate y las palmeritas en el centro de la mesa, que a esa hora acusa recibo de algunos rayos teñidos de naranja, el color de la cortina.

- Los Pumas están llegando a Santa Fe - comenta Flavio, el fotógrafo, a propósito de la nota que le sigue en el itinerario matutino.

- ¿Los Pumas o la Gendarmería?

- Los Pumas. Rugby, Flaco.

La causa Brusa, el “Curro” Ramos, el golpe militar, el ejército, los servicios: hay nombres y palabras que se cuelan como lluvia en el bosque de la conversación. Son sus temas de siempre, los que lo desvelan, los que marcaron a fuego las coordenadas de su carrera.

EL VIL OFICIO

“Siempre estuve en Policiales, y cuando alguien me quiso sacar, le dije: ‘Voy a estar una semana afuera y me van a devolver al vil oficio’. Me condenó a esta pena Roberto Maurer. Fue en una mesa de bar, al lado del viejo edificio de El Litoral, en calle San Martín, en 1980. Me dijo: ‘Flaco, abre un diario nuevo en Santa Fe y necesitan un cronista de Policiales. No se te ocurra decirles que vos escribís’. Yo escribía cuentos, los publicaba en El Litoral con cierta regularidad. ‘Deciles que trabajaste en prensa de la Policía’, me recomendó, lo cual era cierto. Me habían dejado cesante en 1977, después de nueve años de trabajo”, explica.

El diario nuevo se llamaba “Noticias” y era de Juan Carlos Rou-sselot. El primer tema que le tocó cubrir fue el robo de las joyas de la Virgen de Guadalupe. “Lo hicimos a dúo con Juan Domingo Demonte. Se ve que dejé una buena impresión”, dice.

Ese día había ido a presentar sus credenciales a Jefatura y entró en la misma oficina en la que había trabajado hasta entonces. Lo atendió un señor que él conocía, con quien se tuteaban antes: ahora estaba con uniforme azul, correaje negro, pistolera y todo lo demás. “Usted debe saber perfectamente cuáles son las reglas que median para el buen entendimiento entre la institución policial y los medios de prensa. Así que no tengo nada que decirle”, lo recibió. El Flaco se fue pensando que era su último día de trabajo: estaba en lo cierto.

Luego, a principios de los ‘80, entraría a El Federal, el llamado “diario de la Multipartidaria”. “En esa época, uno se hacía periodista trabajando en los diarios, al menos en Santa Fe. En Buenos Aires quizá había institutos de formación; pero aquí uno llegaba al periodismo haciéndolo. Hice escuela en ese diario. Había un periodista que había trabajado en El Litoral, un gran escritor: Hugo Mandón. Él fue mi maestro”, explica.

“Cuando entro a trabajar en El Federal, me toca un director como César Jaroslavsky, que era muy buen periodista pero, en ese momento, era por sobre todas las cosas un político que hacía del periodismo una herramienta. Eran épocas de mucha discusión, mucha pelea interna”, recuerda.

El fotógrafo recorre sigiloso los ángulos del entrevistado; el entrevistado hace lo propio con los ángulos de su memoria. “¿Tu viejo trabajó en el Noticias de Rousselot? Al primero que echaron fue a mí: dos días duré. Con tu viejo y el Colorado Gallegos salimos a hacer la primera nota”, le cuenta sobre Hugo Raina, de quien Flavio heredó la profesión.

MY WAY

“A mí no me gustaba hacer Policiales, nunca me gustó”, dice el Flaco, y la confesión genera el efecto de quien se entera de que los Reyes son los padres. “Después, con el paso del tiempo, me entré a sentir cómodo y más seguro. Pero para eso tuve que romperme la cabeza contra la pared varias veces”, expresa.

La relación del periodista con la Policía fue, siempre, tensa. El Flaco encarnó esa vieja encrucijada de periodismo y poder con cabal dignidad: “Donde yo iba, enseguida llegaban los ‘services’ a pedir mi cabeza. Una vez yo estaba solo en la Redacción (no define cuál, acaso con el paso del tiempo todas se fundan en una), haciendo guardia. Estaba leyendo. Aparecen dos tipos, hablan con un administrativo y le piden por el director. El Chacho, en vez de recibirlos en su despacho, sale a recibirlos delante mío. Uno de ellos le dice: ‘¿Usted sabe a quién tiene trabajando acá?’ Él los fue sacando y los llevó a su despacho. Después me dijo que me quedara tranquilo, que me respaldaba en todo”, relata.

“En los distintos diarios, en diferentes épocas, desfilaban personajes del Ministerio de Gobierno. Siempre fue una relación muy difícil. Me acuerdo que en una oportunidad habían venido, y volvían a venir, iban y venían: yo los veía por el pasillo. Fue una semana. Se ve que el director los sacaba para el campo. Un día viene el jefe de prensa a hablar conmigo, de perro a perro. Me levanté, lo busqué al director, le conté lo que estaba pasando. Me dijo que me quedara tranquilo. ‘Nosotros estamos conformes con el trabajo que hace él, que se corresponde exactamente con la línea editorial que pretendemos que el diario tenga’, les contestó a los tipos. Siempre me sentí muy respaldado en mi laburo”, dice.

El Flaco nunca se convirtió a la religión del copipasteo. Llegaba temprano y salía a la calle, todos los días, como quien cumple el ritual de rezar antes de dormir. “Me acostumbré a trabajar solo, libre, independiente de cualquier tipo de ‘sugerencia’, y a no darle bolilla a nadie. Y además, me creé una especie de escudo protector, que era yo mismo: no tenía otra prote-cción. Siempre usamos el contacto con la policía sólo para saber qué tenían ellos para decir oficialmente de los hechos; pero nosotros hacíamos nuestro trabajo: ir al lugar, hablar con la gente”.

“Nosotros no hacíamos la parte social de la cuestión, pero no podíamos dejar de tenerla en cuenta. La gente a veces dice que uno estigmatiza, pero yo creo que no es así: uno está señalando un lugar donde ocurren hechos que no deberían ocurrir, porque falla algo, probablemente la labor preventiva de la policía. Y la policía no es una abstracción, la policía está compuesta por unidades que son responsables”, opina.

El Flaco cuenta una anécdota -cuenta cientos, pero una que define el modo en que asumió el oficio: “Una vez hice una nota para el diario Hoy. Los municipales le habían quemado el Rey Momo antes de tiempo a Carlos Aurelio Martínez, a modo de protesta. A mí me pareció genial y escribí algo con algunos toques humorísticos. Al director no le gustó. Me llamó, me dijo que no le parecía. Yo le contesté: ‘Yo te entregué mi trabajo, si vos no querés publicarlo no lo hagas, pero yo no lo voy a escribir de otra manera”.

VUELOS

El Flaco entró a El Litoral a fines de los ‘80: el mojón para recordar la fecha es la hiperinflación alfonsinista. Hubo tiempos en los que estuvo desocupado: allí aprendió el oficio de ayudante de plomero, y luego una técnica alternativa de impresión en artes gráficas, la serigrafía, labor que hoy continúa uno de sus hijos. “Eso me permitió darme el gusto de hacer, años después, un librito impreso en serigrafía, cuyos ejemplares regalé, con ilustraciones de Marcelo Soler”, evoca.

El mate va promediando su vida útil; el Flaco ceba y charla, parsimonioso. Dice que le costó de-senmarañarse de esa rutina que lo tenía siempre pegado a la noticia del día, pero que ahora ya puede disfrutarlo. Las notas que escribía para el Mirador Provincial fueron un pasadizo que le ayudó a despegarse de la noticia dura: allí fi-ccionalizaba casos policiales reales, ocurridos hace años. “No hacen al periodismo y no hacen a la literatura: son un híbrido: uso herramientas que me da la literatura para recrear una situación. Es lo más parecido a la literatura realista que hice. La idea fue trabajar sobre la impresión que puede haber quedado en la gente respecto de tal o cual caso. Me apasionó porque podía escarbar diarios viejos, cosa que yo siempre hice: me encantaba andar por la hemeroteca. En la literatura uno maneja caprichosa y arbitrariamente escenarios, personajes y situaciones. El que decide sobre los personajes sos vos. En cambio, en la crónica periodística son los personajes y las situaciones las que te definen”, subraya.

En su faceta literaria, el Flaco es de los que “escribe y rompe”. “Fidelia y otros cuentos” fue escrito en los ‘70; sirva un párrafo para ilustrar su vuelo: “Si en el pueblo se enteran estoy perdido. Me van a tomar por loco. Me van a hacer a un lado en la rueda de truco. Y en el almacén ni pensar que me van a dar provista. ¿Y otro empleo?, nunca. Pero alguien tiene que ayudarme a bajar a Fidelia. Yo sabía que la poesía elevaba pero nunca pensé que tanto. Si Dios me ayudara... Si hiciera soplar el viento para abajo y no para los costados... Si Dios viniera y me agarrara la vaca por la otra pata... No quiero que nos vean porque van a decir que estamos locos, pero yo tengo que bajar a Fidelia”. A estos cuentos se puede acceder a través de su blog, palabrasantafesina.blogspot.com.

El mate cruje sus últimos sorbos. El fotógrafo pide un par de tomas más: el Flaco accede, que lo cortés no quita lo regañadientes. “Ustedes los fotógrafos son todos iguales: nos quieren robar el alma”, se ríe.

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El Flaco cosechó cariño y respeto en dosis pares. En la foto, en un festejo aniversario de El Litoral.

Impactos

Cuando uno pregunta por alguna anécdota que haya quedado grabada especialmente en la retina, imagina los miles de nombres, casos, gentes, fechas y vidas que viven en la cabeza de ese hombre alto y canoso. Sin embargo, él gambetea el lugar común con una historia inesperada: “Recuerdo el caso de un joven abogado, talentoso -no exitoso, como dijo alguna abogada hace poco para justificar su fortuna-, que había sido uno de los dos santafesinos que firmó por la FUL en Buenos Aires para la creación de la FUA. Una mañana salió a Tribunales y no volvió. La familia se empezó a preguntar dónde estaría, qué habría pasado con él. El abogado fue asesinado dentro del edificio de Tribunales, durante la noche. El juez de paz y su hermano lo mataron. ¿Y sabés por qué lo matan? Porque había defendido y había ganado contra ese juez de paz, en un juicio por una denuncia que hizo el padre de una chica a la cual ofendieron públicamente en la zona de la Plaza 25 de Mayo. Supongo que estos estaban borrachitos y la increparon o la maltrataron, delante de testigos. Creo que la situación se dio detrás de los Tribunales, en una esquina en la que había una especie de boliche que no era prostíbulo pero sí lugar de citas. Quizá la chica haya pasado por ahí y estos hicieron alguna salvajada. Dicen que el hombre la pretendía y que ella lo ignoraba como una diosa del Olimpo. El tipo, fuera de quicio, va y la agravia. El padre de la chica presenta la denuncia, el abogado gana el juicio y el perdedor es este hombre, que era juez de paz, y que sucedía en el turno a su hermano, que también había sido juez de paz. Entre los dos matan al abogado y lo sacan de noche, envuelto en una alfombra, lo suben al auto y lo tiran al río. El cuerpo aparece flotando por la Laguna Setúbal, a la altura del Monte Zapatero. Esto me lo contaron mi suegra y su hermana. Ocurrió allá por los años 30. Es, como mínimo, insólito y propio de una novela de Kafka. En esa caja arriba del ropero está el recorte”.

Más acá en el tiempo, ya dentro de su línea de vida, cuenta otro caso que lo marcó: “Es una triste historia: la historia de una mujer tatuada. El tatuaje era muy notable, le cubría la totalidad de la espalda y era de San La Muerte. El cuento es que el compañero de esta mujer preguntaba por ella, porque había desaparecido junto con sus tres hijos. Empezamos a averiguar, la casa -en un barrio absolutamente miserable y apartado- tenía todo el frente pintado con San La Muerte. Nadie se explicaba dónde estaba. Finalmente apareció, pero con dos nenes: la nena más grande no. Averiguamos en la Justicia de Menores y tuvimos algunas respuestas evasivas. Dijeron que la chica estaba en Córdoba, que había quedado en manos de unos familiares, que estaba todo bien.

Después me enfermé y ya no seguí más el caso. Pero empecé a pensar y caí en la cuenta de que esa historia había empezado unos años antes: 8 ó 9, la edad que tenía la nena. Cuando esa mujer tenía a esa chiquita en brazos -yo también cubrí esa historia, en el barrio Estanislao López- apareció un tipo que la quería obligar a ejercer la prostitución, y la chica en ese momento estaba amamantando y no quería ir. Entonces el tipo cortó una vara de árbol y la golpeó. El tipo tenía una carterita, un arma. Era muy característico de la policía llevar el arma en una carterita: él había sido policía. Era fiolo. La golpea y, en un descuido, ella se hace del arma y lo mata. Fue esa misma mujer”.

Finalmente, un último caso que lo impactó: “Una mujer que recibe un tiro y agoniza durante varios días. Fuimos al barrio, vimos la casa, vimos los tiros. La historia es la de un soldadito de 12, 13 años, que se les dio vuelta a los que vendían drogas en esa cuadra y empezó a trabajar para otros. Lo empiezan a apretar, le pegan un tiro pero sobrevive. La madre denuncia, con nombre y apellido. Los denunciados se enteran y la matan. Esa mujer había pedido la intervención de la policía a los gritos, y nadie le hizo caso. Nadie. Cómo no me va a impactar”.

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“Siempre usamos el contacto con la policía sólo para saber qué tenían ellos para decir oficialmente de los hechos; pero nosotros hacíamos nuestro trabajo: ir al lugar, hablar con la gente”.

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La postal: en el pasillo de la redacción, en las épocas en que el pucho era compañero de ruta.