De casamentera

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Fotograma de “Sensatez y sentimientos”, en la versión cinematográfica de Ang Lee, con Gemma Jonoes, Emilie Francois, Emma Thompson y (sentada) Kate Winslet.

 

Por Raúl Fedele

“Orgullo y prejuicio”, de Jane Austen. Traducción de Ana María Rodríguez. Debolsillo. Buenos Aires, 2014.

Orgullo y prejuicio fue el libro más popular de Jane Austen; escribió su primera versión cuando tenía 20 años, pero se publicó recién en 1813, cuando su autora tenía 37 años. Hay muchas razones que explican el éxito que aún hoy tiene esta novela sobre las otras de Austen preferidas por la crítica (Emma, en primer lugar, y Mansfield Park, Persuasión,...). Las principales quizás sean el humor y la inolvidable galería de personajes: las hermanas Bennet, especialmente la heroína, Elizabeth, un modelo femenino de inteligencia, autonomía, gracia y rapidez mental; el padre, el Sr. Bennet, de cuya boca salen graciosas réplicas, sobre todo ante los ataques nerviosos de su señora, obsesionada con el problema de casar como la gente a sus cinco hijas “ya crecidas”; y después, toda la troupe de pretendientes posibles, en la que se destaca el estúpido Sr. Collins, que con sus discursos retóricos, aduladores y egocéntricos llena algunas de las más graciosas páginas de esta deliciosa novela.

La obra de Jane Austen (a quien nada menos que Henry James colocó “a la par de Shakespeare, Cervantes y Henry Fielding”) pertenece al tipo de lo que alguna vez dio en llamarse novela de “casamentera”. No es casual que el célebre inicio de Orgullo y prejuicio aluda precisamente al tema central, a la “verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa”.

Aunque la novela presenta graves conflictos (como la discusión de la ley del Mayorazgo, que hace que las propiedades de la familia Bennet, con hijas todas mujeres, deba recaer en manos de un sobrino; o la fuga de una de las hermanas, de apenas 16 años, seducida por un militar), su encanto radica en el espíritu de comedia que se filtra en el conjunto, con, como decíamos, el Sr. Bennet como un gran maestro de la ironía. Así, cuando felicita a una de sus hijas por el pedido de mano que le ha hecho un buen partido, le dice: “Eres una buena muchacha y me satisface que estarás felizmente casada. No dudo de que se entenderán. Sus caracteres no tienen nada de opuestos. Son tan condescendientes que jamás resolverán nada; tan confiados, que todos los criados los engañarán, y tan generosos que siempre gastarán más de lo que sus ingresos les permitan”.