De domingo a domingo

Dos jueces pusieron al gobierno al borde de un ataque de nervios

19-DYN17.JPG

Las decisiones de dos magistrados tienen profunda repercusión en la vida institucional y económica de los argentinos y pusieron en jaque el relato kirchnerista. En la foto: el procesado vicepresidente Amado Boudou.

Foto: Archivo El Litoral

 

Con sus graves decisiones judiciales, Thomas Griesa y Ariel Lijo, dos magistrados de fueros muy diferentes en dos países distintos, han puesto por estos días contra las cuerdas al gobierno de la Argentina y lo han obligado a decidir en tiempos perentorios sobre aquello que es mejor para el futuro de los ciudadanos en materia económica y de inserción internacional, el neoyorquino, y en calidad institucional, el local.

Pero, además, ambos jueces demolieron una vez más el relato kirchnerista, ya que todo lo que ha venido sucediendo en ambos casos críticos pasó durante la última década y en esas dos cuestiones que se han desatado como catarata hay muy pocas chances de convencer a la sociedad de que la culpa la tuvieron los demás.

Revienta al poder este detalle, acostumbrado como está a trasladar y trasladar responsabilidades, pero el canje de la deuda lo armó Néstor Kirchner y a Amado Boudou lo eligió en soledad Cristina Fernández. Y ambas bombas le explotaron al gobierno casi en simultáneo.

Quienes sufriremos el impacto

Está bien que el Mundial de Fútbol puede servir de colchón para serenar a la sociedad por un rato, pero quien crea que el problema de los fondos buitre y el eventual default es cosa de abogados y economistas o que el procesamiento del vicepresidente de la Nación es sólo una cuestión de los políticos y que por eso es mejor no involucrarse, se equivoca de cabo a rabo.

Ambas cuestiones tienen como denominador común la chapucería de origen y de gestión y entonces, más a la corta que a la larga, van a impactar en la calidad de vida de los argentinos, tal como lo hace la inflación, otra de las delicias revividas por la década ganada, hoy potenciada por el frío recesivo que todo lo invade.

El caso Boudou explotó el viernes casi a la medianoche con las 333 carillas del fallo del juez Lijo, detalle formal el del horario muy criticado por el abogado del vicepresidente como si fuese lo único que tenía para decir, más allá de su estrategia de politizar el caso, según él relatado como un “cuento de hadas” por el juez para darle material a los medios no alineados con la Casa Rosada.

Más que por la hora, la sorpresa de la resolución le debe haber llegado por otro lado, ya que al sumar el “cohecho pasivo” (el que recibe un soborno) el juez procesó al vicepresidente de la Nación por mucho más que por “negociaciones incompatibles con el ejercicio de funciones públicas”, tal como había pedido el fiscal Jorge Di Lello y así lo deja al borde de la “asociación ilícita”, un delito no excarcelable.

Sin embargo, no le falta razón al defensor en cuanto a que la cuestión es un hecho político. Para él se trata de haber inventado las causas para demoler a su cliente y para poner en un brete al gobierno, pero ahora, calificados esos hechos por un juez, la cosa se ha tornado de altísima gravedad institucional, ya que son las consecuencias las que han desatado demonios impensados en el corazón del poder.

Sostenerlo o no, ésa es la cuestión

Los más radicalizados aspiran a un juicio político, otros a un pedido de licencia, pero quizás lo más significativo es que buena parte del kirchnerismo no quiere seguir lidiando con el lastre que significa el mantenimiento desgastante de Boudou. En verdad, no se conoce el pensamiento actual de Cristina Fernández, pero el debate está en saber si a ella misma no le convendría prescindir de momento del hombre al que ungió en soledad como su compañero de fórmula, ya que su muy mala imagen pública indefectiblemente la arrastra.

Sin embargo, esto no es lo que parecía creer -al menos hasta la última semana- la presidente de la Nación, ya que en sus últimos actos lo ha puesto como granadero a flanquearla, gesto que da para muchas interpretaciones, desde el apoyo hacia la desgracia de su vice o una provocación destinada a los opositores más recalcitrantes. En primer lugar, se ha dicho -y no se ha desmentido- que la presidente cree que Boudou es políticamente el último bastión a defender y que no lo puede entregar con facilidad, ya que entiende que después irán “por ella”. En cambio, si no lo sostiene se expone a que se deterioren las lealtades del vicepresidente y las de sus amigos, más allá del ridículo político que igual sobrelleva por aquella designación.

¿Quién entronizó al juez Griesa?

Todas estas cuestiones que han tamborileado en la cabeza presidencial desde el viernes por la noche se han venido a sumar al estrés que la presidente viene soportando por el tema de la deuda, desde que hace dos semanas la Corte de los Estados Unidos le dijo “no” a la pretensión argentina de que ese cuerpo revise los dos fallos en contra que le habían dado la razón a los tenedores de bonos que no fueron reestructurados en los canjes de 2005 y de 2010.

El juego parece que es que no se note que la Argentina quiere pagar y que, si lo hace en mejores condiciones, será por orden del juez, ya que algo voluntario gatillaría una cláusula de equiparación (Rufo) para los bonistas que entraron al canje. En medio de esa señal tan fuerte, hubo dos comunicados del gobierno argentino disparados entre jueves y viernes, que metieron más ruido que el conveniente en una negociación plagada de recovecos, donde las palabras también juegan, sobre todo aquellas destinadas a la crítica hacia al sistema judicial de los Estados Unidos, del que se hizo partícipe al gobierno de Barack Obama desconociendo la independencia de poderes y hacia Griesa, a quien se acusó de “parcialidad en favor de los fondos-buitres” y se buscó destapar “su verdadera intención: la de pretender llevar a la República Argentina al default para derribar la reestructuración 2005-2010”.

Ocurre que para llevar adelante aquel proceso, la Argentina consintió en incluir la jurisdicción de Nueva York para dirimir litigios y así conseguir mayor adhesión de bonistas y en todo caso, mejores tasas, aunque sin la posibilidad, porque la legislación de entonces no lo permitía, de tener una cláusula de acción colectiva que hiciera que, como en las quiebras, las mayorías obliguen al arreglo a todos los acreedores.

Dicho de modo más simple, al juez Griesa lo entronizó el ex presidente Kirchner. Pese a los sablazos que recibió el magistrado, aunque quizás para un consumo interno peligroso porque para jugar nunca es oportuno pelearse con el dueño de la pelota, en sus últimas acciones Griesa terminó pateando para el lado de la Argentina, al menos para darle más tiempo al país para pagar lo que determinó él mismo (100%) negociando los plazos, que ha sido la promesa formal de la presidente.

El teatro frente a la militancia

El viernes hubo una audiencia de acercamiento y allí, Griesa hizo tres cosas, las tres favorables a la Argentina, aunque también atendió el reclamo del banco fiduciario, quien declaraba que no podía dejar de pagar porque ése fue su compromiso.

Entonces, le preguntó primero si había transferido los fondos del BCRA argentino a Nueva York y ante el “no” le ordenó que los devolviera. Al no tener el dinero en su jurisdicción el próximo lunes, Griesa entonces no tendrá qué cosa embargar (ni los demandantes qué cobrar), con lo cual lo que hizo el juez fue instalar un “stay” de hecho y, mientras tanto, mandó a las partes a negociar.

Ya está claro que la falta de pago a los bonistas en regla no va a disparar el default este lunes, debido a que los prospectos acuerdan un atraso de 30 días, por lo que la Argentina será “moroso” hasta que pague, aunque alguna calificadora de riesgo penalice técnicamente la situación.

O el gobierno no lo entendió así o sigue siendo mucho más redituable mostrarse duro ante la bronca de la militancia, ya que el viernes volvió a salir con los tapones de punta con otro comunicado que despedazó a Griesa: “El juez incurrió en abuso de su autoridad y se excedió en su jurisdicción, porque los bonos de la reestructuración no son el objeto de litigio... Por ello, calificamos de insólita e inédita la medida”.

Ante tantos y tan graves problemas que lo tienen de capa caída, al relato no se le dio por festejar tampoco que hace un año se lanzó la insólita SuperCard y que el blanqueo de dólares sigue, aunque nunca nadie haya visto un Cedin o un Baade. Hasta la tropa se hubiera dado cuenta de que estos dos notorios fracasos también hay que ponerlos en el debe propio.

Por Hugo E. Grimaldi

(DyN)