• Entrevista a Augusto Munaro

Desafíos para la lectura

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Augusto Munaro. Foto: Rafael Munaro

 

De la redacción de El Litoral

—En “Noche soleada” el insomnio es a la vez el tema y la excusa para entrar en los más ocultos meandros de un personaje. ¿Cómo juega la identificación -la de usted y la del lector- con el personaje?

—Es una buena pregunta. Imposible discernir el terreno sinuoso entre una cosa y la otra. ¿Dónde, precisamente, se inicia la jurisdicción de la imaginación?, ¿dónde la de la realidad? Desde luego se trata de una obra de ficción, tal vez, los mecanismos narrativos, el modo progresivo en deslizar cada idea; la de construir una digresión sea lo más autobiográfico, aunque, me temo, no, la anécdota central. En otras palabras, parte de la estructura narrativa, pero no de la narración per se. Ojalá quienes lean la nouvelle puedan identificarse con el método indagativo que despliega. Me refiero a que sean capturados por su ritmo de cuestionamiento.

—¿Por qué ubica a sus ficciones en un pasado y en lugares lejanos? ¿Esto le exige investigaciones especiales, o elige épocas y momentos ya instalados en usted por una especial afinidad o interés?

—Necesito tomar distancia para ganar perspectiva. Lo mismo ocurre con el tiempo. En mi caso particular, la actualidad puede perjudicar, entorpecer ciertos mecanismos del discurso imaginativo. Los debilita. Además, me situaría como testigo, y la crónica, en cuanto género, la encuentro deficitaria. Alejarlos, en cambio, curiosamente, fortalecen sus facultades. Quisiera, en lo posible, que el libro se lea como una teoría sobre el paso del tiempo, también. Un intento de percepción de esa realidad que constituye el insomnio. Esa extraña aleación demiúrgica entre realidad y ficción.

—¿Cómo concibe la narración tras la crisis de la novela que recorrió el siglo pasado?

—Decididamente abierta. Polifacética, rica en posibilidades, siempre y cuando no tenga temor de romper con las viejas estructuras. Esa colección de modos y formulas que han quedado atrás. El legado de Balzac. No obstante, la novela acuñada en 1840, continúa siendo, para muchos, la única posibilidad. Algo absurdo (aunque no para el mercado, desde luego). Ya Flaubert con su Madame Bovary la ha puesto en jaque. Existieron momentos de inflexión en el siglo pasado, claro. Citaré tres ejemplos decisivos: En busca del tiempo perdido (Proust, 1913-1922), Ulises (Joyce, 1922), y El extranjero (Camus, 1939). Dicho de un modo un tanto burdo, pero práctico, el futuro de la novela (o antinovela) dependerá de su relación con esos hitos. El grupo “Minuit” lidió con esa tradición de raíz experimental, y los resultados, se sabe, han sido portentosos. Por primera vez se llegó a cierta madurez narrativa. Pienso en La celosía (Robbe-Grillet), Señor sueño (Pinget), La modificación (Butor), El viento (Simon), No me quieres (Sarraute, lectora atenta de Ivy Compton-Burnett), Ollier, Sollers, Cayrol; en fin. Dislocar la linealidad argumental, expandir el concepto ambiguo de la temporalidad. Una opción podría ser la descripción de la realidad psicológica. Otra: la novela conjetural. Pensar en la novela que hubiera escrito Borges podría ser un modo legítimo de plantearse el futuro del género. Existen vías, otros modos desafiantes de leer.