Frío, frío, tibio, caliente

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Está bien: este debe ser el primer fin de semana de verdadero invierno. Porque hasta acá, arranca el invierno, no arranca el invierno, arranca, no arranca... Días de humedad, hasta de calor, un par de días fríos, templado de nuevo, calor, frío. Vamos a ponernos de acuerdo: ¿estamos o no en invierno? A esta nota la escribo en caliente.

 

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

No pienso gastar renglones preciosos investigando las causas -hay posiciones encontradas, que, la mayoría de las veces, son desencontradas- del fenómeno, si se debe al cambio climático, al calentamiento global, a algo episódico o a la alineación del Maracaná con Plutón. Hablemos de los efectos: tenemos como tres placares en danza al mismo tiempo y la casa es un quilombo. Hoy pulover, mañana musculosa, pasado chaleco, después sobretodo, después remera.

Otro efecto se siente en la calefacción o refrigeración del auto: con estos días, la perilla que va de frío a calor parece un limpiaparabrisas y uno no sabe cuál temperatura es la correcta para cada momento del día, como si tuviéramos una menopausia incorporada y desquiciada en el habitáculo.

Pienso también en los pobres comerciantes de ropa: ¿estamos o no de liquidación de invierno (descuento que como yo hay varios que ya estamos liquidados)? ¿Ponemos o no toda la carne al asador con la colección invierno, aunque afuera tenemos más de treinta grados?

Pienso también en las pobres chicas encargadas de vestir y desvestir maniquíes, tarea procaz. Sobre que deben ingresar en las vitrinas y hacer malabares y contorsiones para no romperle el brazo o la cabeza al maniquí de ocasión (o no romperse el brazo o la cabeza trastabillando y dándole a la vidriera), ahora tienen que vestir y desvestir muñecos cada dos días. En temporadas normales, los cambios de vidriera son cada quince días, cada diez, cada semana si tenés un jefe cambiante. Pero ahora hay un toqueteo promiscuo y continuo de maniquíes.

La mochila para la escuela, o para el club o para lo que fuera de tus pibes, otro problema: bufanda, gorro, guantes, remera, camiseta, medias largas, cortas y zoquetes (que te recontra, por las dudas), prendas varias. Más que mochila, necesitás una valija para moverte. O un placard con ruedas.

En los baúles de los autos, no entra ninguna valija ni compra de súper alguna: ahora hay allí paraguas, pilotos, sobretodos, remeras, mallas, entre otras prendas que puedan satisfacer “on line” la demanda cambiante de la jornada: vos ya saliste de casa por varias horas, así que hay que poseer capacidad de respuesta.

Con las plantas en la casa, o con los árboles, lo mismo: ¿brotan o no brotan, hay que podar o no? Hay gente que tiene la tortuga confundida (y no diré más), incapaz de determinar si debe hibernar o salir de joda.

Los clubes que climatizan sus piletas están en ascuas, porque un día tienen que meterle grados para calentar el agua; y al rato los nonos de la clase de aquagym están a los alaridos y pidiendo agua fría.

En las verdulerías ya no entienden el concepto de frutas y verduras de estación, y uno mismo no sabe si salir a comprar fideos, polenta y repollitos de Bruselas (que además tienen la virtud de calefaccionar orgánicamente el hogar) o helados, frutillas y verduras de hojas. Lucho, un contemplador contemporáneo, sostiene que se ha caído el mito de la intrínseca (o intrinjugosa) relación entre heladas y dulzura de las naranjas y mandarinas. No ha helado casi, asegura, y sin embargo los cítricos están dulces.

Y nos vamos yendo: contracción, expansión, retracción, acción, inacción. Es hora de ponerle paños fríos a este tema. Helado, me dejaste.