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La creación del fin del mundo

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El faro Les Éclaireus, en el Canal del Beagle, frente a la ciudad de Ushuaia.

Foto: Archivo El Litoral

 

De la redacción de El Litoral

El 21 de octubre de 1520 la flota que se dirigía a las islas Molucas arribó a la boca del canal de Todos los Santos, que posteriormente sería el estrecho de Magallanes, y el 1º de noviembre el capitán portugués inició la travesía del estrecho. Javier Oyarzun establece que el nacimiento de Tierra del Fuego fue cuando, “pasada la primera angostura, los expedicionarios habrían visto brillar en la noche multitud de fuegos a babor y habrían denominado el territorio”.

Guillermo Giucci en Tierra del Fuego: la creación del fin del mundo se interna en la historia, los conceptos y la leyendas de este lugar que es también “una metáfora que expresa la naturaleza relacional de la conciencia”, en la que “persiste un suplemento misterioso, una connotación que sobrevive a la desmitificación”.

Leyendas, novelas (artículos periodísticos como el inglés William Singer Barclay, en 1904, o la novela El faro del fin del mundo, de Julio Verne, de 1905) e historias de aborígenes, expedicionarios, viajeros, misioneros y aventureros son convocadas por Giucci para recorrer un viaje de cinco siglos, desde las primeras exploraciones y cartas geográficas, hasta las últimas referencias, obras literarias y filmes que transcurren en el fin del mundo.

Centenares de historias asombrosas recorren el libro, especialmente las que atañen a los habitantes originarias: los selk'nam (onas), yámana (yaganes), mánekenk (haush) y kawésqar (alacaluf). Cita, por ejemplo, la “ambivalencia de Darwin en relación con los indios fueguinos, situados a mitad de camino entre los seres humanos y los animales salvajes [que] debe entenderse en el marco del lenguaje religioso y de la Revolución Industrial que reafirmaba la superioridad de los valores morales protestantes ante culturas primitivas”. También el caso del capitán FitzRoy, que captura algunos aborígenes aunque, decidido a protegerlos y “civilizarlos” los envía a Inglaterra. Entre ellos están el jovencito yámana que apodarían Jemmy Button (“nombre derivado de la supuesta venta por parte de sus familiares a cambio de un botón de nácar”) y la niña de 9 años que los ingleses llamarían Fuegia Basket. “Todo indica que FitzRoy se ocupó personalmente del bienestar de los rehenes. Asumió los gastos económicos por su cuenta y aseguró que se trataba de un viaje de ida y vuelta: serían transportados de regreso a su tierra. Es una promesa que pesará en la conciencia del capitán, al extremo de que estaba dispuesto a gastar parte de su fortuna para cumplirla”. Los “salvajes” se demuestran dóciles e inteligentes, pero no se asombran demasiado ante las visiones de la civilización. En Inglaterra, intentan educarlos sin mucho éxito. Giucci acota que fueron enviados a un colegio en las afueras de Londres, “quizá para que no conocieran la capital inglesa descripta por Charles Dickens en Oliver Twist y Jack London en El pueblo del abismo: los lugares sucios y miserables, las calles estrechas y el aire impregnado de olores inmundos, hombres embrutecidos por el alcohol y mujeres borrachas que se revolcaban en la inmundicia, viejos andrajosos y harapientos que vagaban en busca de comida podrida, el espectáculo de la pobreza más abyecta donde soplaba un viento helado y cortante”.

La idea era regresar a estos aborígenes a su tierra para que sirvieran como intérpretes e intermediarios. De los tres “cautivos” que regresaron, seguiremos la historia de Jemmy Button, de su reencuentro algo traumático con los suyos, y de su rápido regreso a su estado original. Durante mucho tiempo se convertirá en una referencia cardinal para los viajeros ingleses. “FitzRoy era consciente del malogro del experimento con los fueguinos y se contentó con la posibilidad de algún pequeño beneficio en el futuro, como la ayuda a náufragos por parte de los hijos de Jemmy Button. En cambio, Darwin y Hamond consideraron que se trataba de un fracaso total”. En el experimento misionario que concluiría con una masacre de ingleses en Wulaia, en 1859, Jemmy Button sería señalado por el único sobreviviente como el instigador de la matanza, aunque nada sería probado en un juicio posterior.

Muchas historias y avatares se suceden en este registro de la “creación del fin del mundo fueguino, un capítulo singular y tardío de la más amplia revelación del planeta”. Publicó Fondo de Cultura Económica.