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“El gorila invisible”

De la redacción de El Litoral

En El gorila invisible Christopher Chabris y Daniel Simons estudian los experimentos que nos demuestran cómo y cuánto nuestra intuición nos engaña. Las pruebas (pueden buscarse en Internet, por ejemplo en http://www.simonslab.com/videos.html) tienen el fin de presentarnos casos en los que nuestros sentidos se empeñan en no notar lo evidente o en notar lo que no existe.

Comienzan contando un experimento en el que se presentaba un video de menos de un minuto, con jugadores de básquet, algunos vestidos con remera blanca y otros con remeras negras. Se pedía a los voluntarias que contaran la cantidad de pases que hacían los jugadores de blanco, ignorando los de los de negro. En verdad, lo que importaba era otra cosa. La tarea de contar los pases tenía como objetivo mantener al observador ocupado mientras que, promediando el video, una persona disfrazada de gorila entraba en la escena, se detenía entre los jugadores, miraba a cámara, levantaba el pulgar y se retiraba, permaneciendo alrededor de nueve segundos en la pantalla. Lo sorpresivo era que mitad de los sujetos estudiados no notaron a ese gorila, aunque cuando volvieron a mirar el video lo detectaron fácilmente. Un caso típico de “ceguera por falta de atención”, aun cuando la sorpresa era precisamente que en tales sujetos existía la absoluta certeza de que estaban atentos. Existía en ellos, en suma, una “ilusión de atención”.

Están las ilusiones de memoria, y se cita el caso que en medio del duelo nacional por el asesinato de Kennedy, una encuesta mostró que dos tercios de la población afirmaba haberlo votado en la (muy reñida) elección de 1960. Mucha gente, pues, había revisado su recuerdo de cómo había votado tres años antes para que coincidiera con los sentimientos que tenía por el presidente abatido.

Una de las más básicas ilusiones es la que confunden causa y causalidad, acostumbrados como estamos a concebir patrones y significados en esos patrones y leemos una secuencia de causas y efectos donde solamente existe el azar o relaciones sin orden establecidos.

Se analizan también las creencias, el valor de nuestros estados de ánimo (el valor que presta la autoconfianza y los reveses de la subestimación) y las ilusiones por estar mal informados (al respecto, es importante un experimento que muestra que “aun cuando tengamos toda la información necesaria para reconocer qué experto conoce los límites de su propio conocimiento, preferimos a aquél que no los conoce. Los autores de autoayuda que dicen de modo preciso qué debe hacerse -‘coma esto, no coma aquello’- tienen públicos más numerosos que otros que ofrecen un menú de opciones razonables a los lectores para que prueben y averigüen qué funciona mejor para ellos”).

Sin llegar, desde luego, a sentar una filosofía como el idealismo subjetivo de George Berkeley, que dudaba de la realidad y de la existencia de un objeto si no era percibido por una mente, Chabris y Simons nos plantean cómo del mundo sabemos lo que los sentidos nos dicen sobre él. “El mundo no existe, sino lo que los sentidos -y ese cerebro con patas, que en definitiva, somos- deciden informar. En el medio, una serie de trampas: a veces los sentidos nos roban una porción del mundo, otras veces lo inventan. Las ilusiones, así, son una parte inseparable de nuestra existencia, y este libro desenmascara algunos de los procesos que decididamente van en contra de nuestra intuición de que hay un mundo ahí afuera y, es más, que lo conocemos perfectamente. Lo esencial es mucho más invisible a los ojos de lo que imaginamos”.

De todo esto, señalan los autores, deberíamos deducir nuestras fallas y nuestros límites, para mejorar nuestras capacidades en el conocimiento del mundo. Publicó Siglo XXI.