Sobre “Evgueni Onieguin”

“Evgueni Onieguin”, novela en versos de Alexandr Pushkin, inaugura la gran literatura rusa. Gogol escribió: “Pushkin es un fenómeno extraordinario y, quizás, único del espíritu ruso”. “Y profético”, agregó Dostoievski. Sus maravillas superaron con creces no sólo el tiempo sino también las fronteras lingüísticas, como trató denodadamente de demostrar Vladimir Nabokov en su versión al inglés de esta obra, y como logra con éxito la traducción directa del ruso de Fulvio Franchi que ha editado Colihue, que incluye también textos poéticos vinculados a “Evgueni Onieguin” y los juicios críticos de Vissarión Bielinski y Fiódor Dostoievski. De la certera introducción transcribimos aquí un fragmento.

Sobre “Evgueni Onieguin”

Alexandr Pushkin, en un retrato de Orest Kiprensky.

 

Por Fulvio Franchi

La línea argumental sigue la historia de Evgueni, que en la primera estrofa se dirige a tomar posesión de la hacienda que ha heredado de su tío. A esta imagen sigue un relato de su vida anterior, desde su infancia hasta el momento en que ha decidido instalarse en el campo. Después de este prolongado flashback la línea narrativa es muy sencilla. Evgueni se instala en la finca heredada, conoce a Lenski, el joven romántico, luego a Tatiana y a su familia, y Tatiana se enamora de él; le escribe una carta. Él la rechaza y la “sermonea”; producto de su aburrimiento y de su falta de objetivos, se produce la pelea con Lenski, se bate a duelo con él, lo mata, desaparece. En este punto, la línea argumental se desvía hacia la figura de Tatiana. Nadie sabe qué ha sido de Evgueni. Olga, la hermana de Tatiana, se casa, intentan casar a Tatiana pero los candidatos no son de su agrado, por lo cual la joven es conducida a Moscú, “la feria de las novias”, junto con su madre; allí es pretendida por un general, un personaje relevante en el ambiente social; se casa con él y se traslada a San Petersburgo. Un buen día reaparece Evgueni, llevando siempre a cuestas su jandrá (*), y encuentra a Tatiana convertida en la dama más descollante de las reuniones sociales. Se siente descontroladamente atraído hacia ella, le escribe una carta. Tatiana lo rechaza. Onieguin desaparece nuevamente. Como se ve, el argumento es muy sencillo y puede resumirse en un par de renglones.

Sin embargo, la novela llama la atención porque su contenido, lejos de agotarse en el argumento, se ve ampliado por una serie de digresiones, comentarios, anotaciones y demás procedimientos que se despliegan con absoluta libertad, sin pedir permiso, sin temer por la linealidad del texto y la integridad de la obra. El autor se entremezcla constantemente en la trama a través de esas intervenciones. Una serie de cuarenta y cuatro notas del autor incluyen desde una referencia geográfica hasta un poema completo de otro autor, o una cita en francés de Rousseau o de Chateaubriand; las notas se distinguen claramente por estar separadas del texto de la novela, a manera de comentarios sobre lo que se está narrando. Pero en la mayoría de los casos el autor irrumpe sin solución de continuidad, incluyendo una voz que por un lado se entiende que no es la del narrador, pero por otro hace que ésta coincida con la del autor, que se aparece así como otro personaje. En el primer capítulo (estrofa XV) el narrador se declara amigo de Evgueni, y al final del capítulo noveno, suprimido, también se produciría un encuentro entre el personaje y el autor. Es muy conocido el dibujo de Pushkin en que se representa a sí mismo conversando con Evgueni a orillas del río Neva. Este dato, anecdótico, nos revela la intención de Pushkin de ser él mismo parte de su creación. O de no preocuparse por limitar su presencia en ella, a pesar de la advertencia del primer capítulo (estrofa LVI: “Yo siempre marcaré esta diferencia / entre Onieguin y yo, / para que el lector dado a las bromas (...) no empiece a decir con desvergüenza / que yo pintarrajeo mi retrato”).

Para ilustrar la presencia del autor en la obra con un ejemplo, me permito invitar al lector a leer la estrofa XXVIII del primer capítulo. Onieguin se dirige a un baile. Atraviesa la entrada, sube la escalera e ingresa en el salón donde éste tiene lugar. Sigue la descripción del baile. En la estrofa siguiente, el narrador pasa del relato en tercera persona al relato en primera persona (“En la edad de la alegría y los deseos / yo vivía enloquecido por los bailes”) enunciando sus recuerdos relacionados con los bailes, y esa voz se adueña de la narración hasta la estrofa XXXV, en cuyo primer verso pregunta, como si se hubiese olvidado de él: “¿Y Onieguin?”. En todas esas estrofas los recuerdos del autor se originan en su propio gusto por los bailes, lo que desencadena la digresión; se detienen en su gusto por los pies de las mujeres, en especial por los de una, y este recuerdo de la mujer a la que amó traslada la evocación al mar y a un momento en que Pushkin estuvo a punto de marcharse al exilio. Para aquellos que conocen la biografía de Pushkin, las referencias a su propia persona son clarísimas. Éste no es más que un ejemplo, el lector encontrará digresiones de todo tipo a lo largo de la novela. En Evgueni Onieguin la reflexión sobre el carácter y la génesis de la novela ocupa un lugar tan importante como el desarrollo de la trama en sí, el elemento que podríamos llamar metaartístico se iguala a lo artístico. Esa reflexión, entremezclada con el argumento, fuerza al lector a identificar al personaje con el autor, y al mismo tiempo a identificarse con él mismo, siendo que el lector que tiene en mente Pushkin es su igual; es decir, un ruso joven, instruido, perteneciente a la nobleza y preocupado por la realidad social e histórica de su país. Al mismo tiempo, desencantado, aburrido y sin un objetivo claro en la vida. Onieguin y Pushkin no son muy diferentes de sus lectores. La clave está en el capítulo primero, donde las referencias a esta identificación son muy explícitas. En la estrofa II se dirige a sus lectores, aplicándoles el epíteto de “amigos de Ludmila y de Ruslán”, que hace referencia a una obra previamente publicada por Pushkin: “Onieguin (...) nació a orillas del Neva, / donde, quizás, también usted nació / o brilló, mi lector”. En efecto, es imposible imaginarse a un personaje de las características de Onieguin en una ciudad que no sea San Petersburgo, podría decirse que es un producto de esa ciudad. Y el lector que leerá sus aventuras, también. Cuando en la estrofa V, en que describe la educación de Evgueni, vuelve a referirse a los lectores, identifica con ellos no sólo a su personaje sino también a sí mismo: “Todos fuimos aprendiendo, poco a poco, / alguna cosa”.

(*) Jandrá: “... especie de spleen al estilo ruso, que el propio Pushkin define en su novela, la enfermedad de los jóvenes desencantados; y, en los capítulos finales, los entretelones de la rebelión decembrista” (F.F.).

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Pushkin y su personaje conversan a orillas del río Neva. Dibujo del propio Pushkin.