Preludio de tango

Carlos Waiss

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Manuel Adet

La mayoría de sus poemas fue musicalizada por Juan D’Arienzo y Héctor Varela. También fueron interpretados por los cantores de estas orquestas. Es como si los hubiera escrito para que ellos lo cantasen con ese fondo de orquesta. Los biógrafos lo presentan como un discípulo de escritores de la talla de Dante Linyera, Celedonio Flores o Carlos de la Púa. Seguramente intentó ser fiel a esa escuela, aunque tengo mis dudas de que haya alcanzado el nivel de éstos.

Es que se puede escribir en lunfardo, se pueden manejar las palabras y jugar con las rimas, pero para hacer poesía hace falta algo más. Ese algo más, lo logra Celedonio Flores en muchos tangos, pero no estoy seguro de que Carlos Waiss alcance ese nivel, más allá de su habilidad, de su oficio y de su conocimiento personal del universo del tango.

Waiss nació en Buenos Aires el 2 de octubre de 1909 y murió en la misma ciudad, el 27 de agosto de 1966. Sus padres eran rusos y desde muy joven se entreveró en el mundo de la bohemia porteña, ese ambiente de salas de teatros, cafetines, redacciones de diarios, cabarets y librerías que le otorgaron un toque de distinción a una ciudad que crecía hacia los cuatro costados.

Seguramente en ese ambiente aprendió a jugar con las palabras y a decirlas con cadencia tanguera. Seguramente ésas fueron las virtudes que le reconoció el maestro Rodolfo Biagi cuando decidió convocarlo como presentador de su orquesta. Se dice que fue muy amigo de Julián Centeya. En las letras de sus tangos no se nota esa influencia, pero los que escucharon sus recitados y presentaciones aseguran que no tenía nada que envidiarle al hombre gris de Buenos Aires.

Críticas más críticas menos, lo cierto es que para bien y para mal lo suyo siempre fue el tango. Alguna vez en una entrevista dijo: “Llevo el tango en el alma porque es muy mío por bravío, por compadre y por sentimental, porque dice de amores, de hambre y de frío, porque muerde recuerdos y desafíos como la flor susheta muerde el ojal”. Sabía de lo que hablaba.

A fines de la década del setenta se relacionó con D’Arienzo y Héctor Varela y nunca más se fue de ese lugar. En esos años también se hizo amigo del bandoneonista Alberto San Miguel y el campeón de box Antonio Sostaita, al cual según, cuenta José Gobello, en algún momento Waiss escribió un poema para que lo interpretara la orquesta de D’Arienzo, pero lo inscribió con el nombre del boxeador para que el hombre se gane unos pesos. Se trata de “Yuyo brujo”: “Nena, dame un beso aquí en los labios y que borre aquel agravio que tu boca me mintió. Esta noche tengo celos y al decirte que te quiero siente tuyo el corazón”. La versión con Armando Laborde y D’Arienzo merece escucharse.

En lo personal, supe de Waiss cuando lo fui a escuchar a D’Arienzo en los estudios de un canal de televisión, de esto hace una punta de años. Allí estaba el rey del compás con su orquesta y el cantor Alberto Echagüe. En algún momento interpretaron el tango “Bien pulenta”: “Estoy hecho en el ambiente de muchachos calaveras, entre curdas y malandras me hice taura pa tallar, me he jugado sin dar pifies en bulines y carpetas, me enseñaron a ser vivos junto a vivos de verdad”.

No sé si habrán sido los pocos años, las malas compañías o el clima, pero lo cierto es que me gustó ese poema y, sobre todo, me gustó cómo lo interpretaba Echagüe y cómo montaba un espectáculo de mímicas con D’Arienzo. El final de “Bien pulenta”, muchos tangueros se lo silban de memoria: “No me gusta avivar giles que después se me hacen contra, acostumbro a escuchar mucho, nunca fui conversador y aprendí desde purrete que el que nace calavera, no se tuerce con la mala ni tampoco es batidor”. Pregunté de quién era la letra. De Carlos Waiss, me respondió mi amigo que en materia de tangos era un libro abierto.

Waiss conoce el lunfardo, lo sabe usar y logra un ritmo adecuado. Su falta es el exceso de pintoresquismo; los personajes son estereotipados. En esos tangos no hay tragedia o dolor como en los personajes de Celedonio Flores; tampoco abunda el humor. Todo se maneja con una tipicidad que suele ser simpática al primer golpe de vista, pero que después satura.

“Carton junao”, escrito en 1947 y también interpretado por Alberto Echagüe, es un ejemplo cabal de lo que digo. “Siempre pasa con el pucho sobrador a flor de labio, con la pinta medio shiome que deschava el arrabal, lleva el lengue hecho galleta con el funyi arremangado y se va ladeando todo con andar acompadrado, mientras pica la vereda con el taco militar”.

El poema suena perfecto, pero allí empieza y termina todo. El personaje es de material plástico, una suma ideal de virtudes y defectos que pueden valer para cualquiera y que siempre orillan en el lugar común. Veamos otra estrofa: “La chamuya de los grilos, de cachimba y empedrado, en la cara luce un feite que hoy es vieja cicatriz, se da dique que hace poco le fajaron la mancada y que culpa de una mina que de puro rechiflada casi ortiva los aprontes que le daba en el bulín”. Los versos siguen gustando porque hay destreza para escribirlos y muy buen oído, pero en su mejor momento está muy lejos de “Mano a mano” o “Cuando me entrés a fallar”.

“Chichipía”, responde a la misma lógica literaria; “Tenés más tierra en el mate que la quinta en que tu viejo la yugó como un enano trabajando de sol a sol, y hoy venís a darme dique pero manyo desde lejos que debajo e la lustrada te está sobrando puloil”. Hay giros atrevidos, imágenes frescas que no logran ir más allá de lo pintoresco. Prestemos atención: “De tanto hacerte la artista te está fallando la antena y no vale cuatro cobres tu fulero carnaval, yo estoy hecho entre malandras y por eso me da pena acertar con la quiniela que te espera en el final”. En la despedida le aconseja que se suicide “Hoy tenés en el marote todo un corso en contramano, sos un caso de escopeta, de chaleco y algo más; qué favor que nos harías, si chaparas un bufoso y sin batir ni ¡hasta luego! de una vez te amasijás”.

Carlos Waiss no llega a la grosería y el mal gusto, porque se detiene en el límite, pero esa línea estética que practica luego hará mucho daño al tango. Me refiero a esos poemas resentidos y vulgares que la orquesta de Juan D’Arienzo nunca tendrá demasiados problemas en interpretar, para placer de la barra que los esperaba en Rodríguez Peña.

De todos modos, no todo es lunfardo en la poética de Waiss. Hay un poema que Argentino Ledesma interpreta con la orquesta de Héctor Varela y que merece disfrutarse. Se llama “Qué tarde que has venido” y sus versos se apartan de esa línea costumbrista y pintoresca: “Qué tarde que has venido no ves que ya es invierno, que toda la ternura mi vida la quemó. Qué tarde que has venido si en las llamas de mi infierno, dejaste solo llagas en vez de un corazón”. Así da gusto.